Donde Habitan Los Ángeles. Emmanuelle Rain
estoy bien. —Y era verdad, en cierto modo se sentía un poco menos sucia, un poco menos vacía que el día anterior—. Haberme enfrentado a algo relacionado con mi pasado y desahogarme con Jess me ha ayudado a superar un poco el aturdimiento que sentía...».
«¿Sabes, Magda? Jess tiene razón, mereces respeto. Me habría gustado conocerte en circunstancias distintas a las de mi muerte».
«A mí también me habría gustado conocerte en vida».
Magda pasó la mañana en el refugio cuidando a los perros y gatos que estaban allí y, después, a eso de las cuatro, regresó a casa, comió algo de fruta sobre la marcha y se metió en la ducha.
Estaba emocionada como no le sucedía desde hacía mucho tiempo, y ya pensaba en el sábado, cuando Jess y ella se verían de nuevo.
Quizás solo la acompañaba por educación, o puede ser que estuviera interesado en ella...
«Muchacha, ese chico está colado por ti», irrumpió Mori en su mente.
«No, no lo creo. Solo es amable, ya está. —Efectivamente, lo esperaba un poco, aunque le asustaba tal posibilidad, la intimidad que, seguramente, surgiría si se acercaban más—. No estoy preparada para algo así».
Mientras se secaba el pelo escuchó el timbre y fue al interfono.
—¿Quién es?
—Soy Jess.
Magda abrió la puerta y esperó a que Jess entrase.
—Hola —dijo el chico, con una gran sonrisa en el rostro.
—Hola —respondió ella, igual de contenta de verlo.
—Disculpa si he venido sin avisar, pero no tenía nada que hacer, así que pensé en pasarme por tu casa... Siempre y cuando no tengas planes.
Esperaba fervientemente que no fuera así.
—Pasa, voy a terminar de arreglarme. Como si estuvieras en tu casa.
—Acariciaré a Diego, creo que le caigo bien.
—Creo que caes bien a todos en esta casa... Será mejor que vaya a arreglarme.
—¿Lo piensas de verdad? —A Jess le alegró ese comentario—. ¿Te caigo bien?
«Parezco tonto cuando estoy con ella. Parece que tuviera quince años en lugar de mis casi ciento sesenta...».
Magda se sonrojó.
—¡Sí, claro! De lo contrario no estarías en mi apartamento. Bueno, voy a terminar de prepararme.
Jess observó cómo aquella joven tan dulce se ponía toda colorada, y experimentó un extraño sentimiento, como si estuviera poseído, quería que ella solo se sonrojara por él... Y empezaba a pensar en otras formas de ruborizarla, pero no saldría para nada bien, no con ella.
Seguramente, lo último que querría era despertar ciertos pensamientos en un hombre y, a decir verdad, no era propio de él, no le interesaba el sexo lo más mínimo... al menos hasta aquel momento.
Capítulo 6
Malentendidos
Magda salió de la habitación y fue a buscar a Jess, a quien sus animales tenían atrapado. Sin duda, era muy guapo. Seguramente, un tipo así no podía estar en absoluto interesado en alguien como ella.
Al oírla entrar al salón, el chico se giró y se quedó sin aliento: llevaba el cabello, de color cobrizo, suelto sobre la espalda, unos vaqueros claros y una camisa verde militar con las mangas dobladas. Estaba preciosa a pesar de su sencillez.
—Había pensado en salir a tomar algo —le propuso Magda—. Invito yo, naturalmente, así te compensaré por no cenar anoche.
—Estás... preciosa —le dijo Jess mirándola a los ojos.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Magda y, de repente, se sintió incómoda. No era miedo, pero se le parecía, aunque sabía que Jess no le haría nada contra su voluntad.
Aquellas palabras la transportaron al pasado, a cuando estaba cautiva en aquella habitación, atada como un animal a la merced de sus captores. ¡Cuántos de ellos le habían dicho aquella frase! Sobre todo el primero, el que le quitó su virginidad tras haber pagado generosamente a su padre por tenerla.
¡Joder! Le daban ganas de vomitar al sentir esas manos encima, esa respiración sobre su piel... Había intentado luchar con todas sus fuerzas, pero le había pegado e inmovilizado para poder violarla.
Cuando acabó, la ridiculizó y humilló, y, entre risas, le dijo a su padre que había sido un buen negocio: el mejor polvo de su vida.
Su padre... aquel hombre, sangre de su sangre, la había vendido al mejor postor para poder pagar sus propias deudas.
Lo odiaba con todo su corazón...
—Deberíamos irnos, no quiero que se haga muy tarde.
—¿Pasa algo? ¿Te encuentras bien?
Jess intentó tocarle la espalda, pero ella se quitó de golpe.
—Perdona, Jess, no era mi intención.
—No te preocupes, no pasa nada. —Podía imaginar qué le pasaba a la joven por la cabeza. Le habría gustado quedarse con un poco de su dolor—.
—El coche está aquí al lado —le dijo mientras sacaba las llaves del bolsillo del pantalón.
Magda vio parpadear un precioso todoterreno negro.
—¿Te apetece ir a pie? Me gustaría andar un poco.
Mientras Magda se adelantaba, Jess pensaba en cómo llegar a su corazón, en cómo ganarse su confianza, quería, al menos, ser su amigo.
—Ya casi hemos llegado —le informó Magda mientras se detenía.
Jess miró a su alrededor y vio un restaurante a poca distancia.
—¿Un mexicano? ¿En serio?
—¿No te gusta? ¡Venga! Le gusta a todo el mundo...
—Sí, me gusta, solo que no pensaba que fueras una aficionada a la comida mexicana.
—Pues me encanta.
—¡Perfecto! —dijo el muchacho sonriendo.
—Entremos.
Estaba feliz de verla tan relajada, después de la tensión que había percibido poco antes de salir.
En cuanto entraron se les acercó una camarera que los condujo a una mesa para dos.
—¿Qué hacías en la mansión ayer por la mañana?
—¿No te lo han contado tus compañeros?
—No hablamos mucho últimamente. Ellos quieren saber y yo no quiero hablar...
—Ya, te entiendo. Pues fui a vuestra casa porque Mori me lo pidió.
—¿Mori? Si murió hace casi un año —le dijo mirándola—. ¿Cómo es que lo conoces?
Magda se movía nerviosa en la silla. No sabía si confesarle sus habilidades a Jess, pero, por otro lado, ya le había contado todo a sus compañeros, así que solo era cuestión de tiempo...
—Puede que lo que estoy a punto de decirte te resulte extraño, pero es la verdad: percibo cosas, presencias, y, de vez en cuando, algunos contactan conmigo.
El chico ni se inmutó, de modo que Magda se tranquilizó un poco.
—Eres médium.
—Los otros dijeron lo mismo... No sé si soy médium, como vosotros lo llamáis, solo sé que, de vez en cuando, siento cosas...
La camarera, que traía los menús, los interrumpió.
—Ahora vuelvo a tomaros