Pie De Cereza. George Saoulidis

Pie De Cereza - George Saoulidis


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tragó.

      “Ven y párate aquí”, señaló. “Aquí donde está la luz”.

      Así lo hizo. “¿Para qué me necesitas?” preguntó, pero su verdadera pregunta era, ‘¿Es esta la noche cuando vas a mostrar tu verdadera cara?’

      “Para tomar las medidas para tu armadura”, dijo mientras tomaba su metro de tela como un profesional. “Estira tus brazos, ¿por favor?”

      Cerró los ojos e hizo lo que le pedía.

      Héctor midió sus dimensiones con facilidad que da la práctica.

      “Ya están en línea…” dijo, débilmente.

      “No es sólo los números, Cherry”, dijo Héctor mientras iba hacia el otro brazo. Midió y añadió, “También es como se siente en general, como te queda”. Imitó como si sintiera algo pesado con sus manos. Fue hacia su cintura y ella cerró los ojos de nuevo. “Seguro, yo podría armar una sólo por los números y te quedaría bien, sin duda alguna. Pero lograr sentir el cuerpo usándola, es diferente”.

      Allí estaba, se preparó para lo que venía. El tocarla inapropiadamente y todo comenzaría. La oscuridad.

      “Levanta los brazos, por favor” dijo Héctor y midió por debajo de su pecho cuando lo hizo. “Por qué estás jadeando así. ¿Bajaste corriendo por las escaleras? Cálmate”

      Se mordió un labio y asintió, pero en realidad no podía calmarse. Corre, huye, eso era lo que pensaba en ese momento.

      Chica tonta.

      Solo lograrías dar un par de pasos hacia afuera.

      Héctor midió la parte superior de su pecho y preguntó. “¿Puedo tocarte las clavículas?”

      Ella asintió aun mordiéndose los labios. Sus ojos se movieron por todo el cuarto. Tantas herramientas, alicates, martillos. Podría tomar una. No era tan fuerte, pero era muy rápida. Rapidez significa poder, ¿correcto?

      ¿Correcto?

      Héctor le tocó las clavículas, moviendo sus manos a lo largo de ellas. “Ves, el problema es que gran parte del peso de la armadura descansa sobre las clavículas y es muy incómoda si no calza bien”.

      “Ya veo…” dijo respirando fuertemente. Estaba usando pantalones de muchacho y una franela. La ropa no era provocativa por sí misma, pero era fácil de quitar. Eso, se había dado cuenta, había sido un error. Había bajado la guardia, se había sentido muy cómoda aquí.

      Héctor haló su taburete y se sentó a su lado inclinándose para medir sus muslos. “Decía que como eres una qwik necesitas tener movilidad. Tienes un sprint explosivo y cruzas muy rápido. Continuó a medir las rodillas y las pantorrillas. “Hallar el balance correcto entre protección y movilidad es un arte”, continuó.

      “Estoy de acuerdo”, dijo. Podía admitir que no la había tocado inapropiadamente, aún no. Pero todo podía cambiar en un instante. Así eran los hombres.

      Héctor midió el largo de sus pies y dijo. “Toma una posición de arranque, por favor. Sí, justo así”.

      Se mantuvo firme en la posición de ‘lista para un sprint’. Ahora si quería escapar de verdad. Era como tener unas ganas increíbles de orinar y que alguien te pidiera que regaras una planta cerca de ti. Una tortura.

      Héctor enderezó su espalda. “¡Listo! Debo tener lista una primera prueba para ti mañana y después la ajustaremos a partir de allí, ya que vamos a estar por aquí por bastante tiempo” Se rio, aparentemente creyendo que su chiste tonto era muy gracioso. Luego se volvió hacia su banco de trabajo.

      “Espera, ¿qué? Exclamó Cherry.

      “¿Qué?”

      “¿Eso es todo?”

      “Si. Tengo las medidas, gracias. Puedes irte, o quedarte. No me importa” La despidió con un gesto casual, para que se fuera.

      Cherry se puso la mano en la cintura. Estaba verdaderamente molesta.

      Hubo una larga pausa, y Héctor finalmente volteó los ojos para ver que todavía seguía allí. “¿Algo está mal?”

      “¿Mal, mal? Me invitas a tu casa, me compras cosas, me das una mesada, me pides que baje en medio de la noche para una ‘prueba’, citó mal.

      “Medidas” la corrigió.

      Levantó ambos brazos. “¡Peor aún! Pones tus manos sobre mi cuerpo, me ves temblando como una hoja y entonces ¿Qué? ¿Nada?”

      “¿Qué esperabas que hiciera?”

      “No sé, ¿Aprovecharte de mí?” dijo simplemente “¿No soy lo suficientemente atractiva para ti?”

      “Cherry, lo eres. Muy atractiva. Cualquier hombre tendría suerte de tenerte”

      Inmediatamente dejó de estar enojada. “Entonces ¿Por qué tus manos exploradoras, tú sabes, No exploran?” Ella hizo una imitación con sus manos.

      Héctor se vio las manos. “Estoy confundido, ¿Tú quieres que yo…?”

      “Si, ¡tú, gran tonto!”

      “Oh, Cherry, no puedo. Me estaría aprovechando de ti. Esta relación de dueño – atleta, es verdaderamente jodida”, negó con la cabeza.

      “Claro que puedes”, dijo acercándosele.

      “Cherry…”

      “Toca mis clavículas”.

      “Ya lo hice, son agradables”, sonrió. Dioses, tenía una sonrisa agradable.

      “Hazlo de nuevo”.

      Rozó su clavícula con sus dedos. Se sentían rudos y fuertes y sintió un escalofrío en su espalda. “Ahora mide mi torso”.

      Héctor tomó su cinta métrica y se dispuso a hacerlo de nuevo.

      “No con eso. Con tu mano”.

      Se rio y lo hizo. Midió su torso con el largo de sus palmas. “Esto es terriblemente inexacto”, dijo con su voz profunda. “Vamos a destrozar la armadura y tendremos que hacerla de nuevo”. Movió las palmas de sus manos sobre sus pechos y la tanteó.

      Coño, por fin.

      Héctor se inclinó, la tomó por la cintura y la atrajo dándole un beso profundo. Era rudo, sudoroso y malditamente caliente.

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