¡Católicos Despertad!. Marino Restrepo
después de que Jesús ascendió al cielo y mucho después del día de Pentecostés, llamándole la atención a San Pedro sobre el comportamiento que tenía hacia los gentiles en una oportunidad en que los amigos judíos de Santiago vinieron de Jerusalén hasta Antioquía a visitar a San Pedro y él se sintió avergonzado de ser visto con ellos (Gal 2, 11-21).
Este es simplemente uno de los muchos ejemplos que podemos citar para ilustrar claramente que servimos a Dios y no a los hombres, aunque lo estemos haciendo en la Iglesia a través de seres humanos. Debemos elevarnos por encima de nuestra humanidad con el propósito de alcanzar y superar los obstáculos que se presentan, y que en ocasiones nos convierten en piedra de tropiezo para los otros, todo gracias a nuestra miseria y limitaciones humanas.
Hay que estar bien preparados para obedecer todo lo que la Madre Iglesia ordena, principalmente a través de la autoridad del Papa, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos consagrados, así como por intermedio del testimonio de todos los fieles en los hechos concretos de su vida diaria. Es vital pasar esta prueba, ello generará en el creyente fiel un grado de fortaleza significante, donde las gracias de Dios comenzarán a fluir a través suyo para el beneficio de la lucha contra el mal, la que se logra por medio de la virtud de la humildad, siendo ésta el arma más grande dada por Dios a San Miguel Arcángel para derrotar a Satanás y todos sus ángeles rebeldes.
La segunda prueba vital es una entrega total a Dios, ser capaces de vivir solamente para Él; consagrar todos los aspectos de nuestra vida para la Gloria de Dios y no para la nuestra; someter todos los asuntos de nuestra existencia a la voluntad del Padre; entender que el camino de la santificación es logrado en una vida diaria simple donde somos fieles a los mandamientos de Dios y al Evangelio de Jesús. Lo anterior está relacionado con el primer mandamiento, meditemos sobre éste leyendo el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 2084 y siguientes.
El Camino, la Verdad y la Vida
La invitación de Cristo a su Iglesia es despertar el deseo de vivir por la verdad, de aceptar que Él es la Verdad y ser capaz de pedir a Dios la gracia para darse cuenta realmente que Jesús es el único y verdadero Camino, y llevar hasta lo más profundo del corazón el auténtico entendimiento de que Jesús es la Vida. Estas son las tres principales condiciones para que un creyente cristiano esté en armonía con la voluntad de Dios en todos los aspectos, espirituales y materiales.
Esta legítima visión de la fe nos coloca en un terreno de sabiduría con relación a Dios y en una docilidad de corazón, a través de la cual fluyen libremente los dones del Espíritu Santo. Esto fácilmente nos permitirá ser libres en las relaciones con quienes nos rodean y con las personas que ejercen autoridad. Habiendo logrado esto, el cristiano estará abierto para servir incondicionalmente y de por vida a Jesucristo nuestro Rey y Señor.
Para cualquier persona en búsqueda de la verdad, nada es más gratificante que encontrarse con un cristiano en cuyos ojos se puede ver la luz que viene únicamente de la obediencia incondicional a Dios.
No es posible servir a Dios y ser del mundo como dice el Evangelio: "No se puede servir a dos amos al mismo tiempo" (Lc 16, 13), podemos pasar la vida entera sirviendo en la Iglesia, siendo piadosos y hasta realizando grandes obras de caridad, pero si no se han abandonado todas las cosas que no pertenecen a Dios, no le hemos servido verdaderamente, simplemente lo hemos hecho sólo por amor propio, no para su Gloria.
Al leer estas palabras "Dios como mi servidor" es difícil creer que uno lo esté realmente tratando de esa forma. Desafortunadamente, es verdad que algunas veces y en ciertos casos, lo consideramos así, como nuestro servidor.
Cada batalla contra las fuerzas del mal en aras de la salvación de las almas, tiene que ser librada mediante un instrumento de reparación humano, por medio de una persona. Toda la lucha está centrada en la protección de esta vida transitoria en pos de la vida eterna. El diablo sabe que pervirtiendo al hombre en sus relaciones con el mundo material, está al mismo tiempo manipulando su salud espiritual y eventualmente, puede arrastrar totalmente un alma hacia la perdición eterna.
¿Por qué está Satanás tan ansioso por pervertir y corromper a los jóvenes? Porque ésta es la edad vital en la cual él puede comenzar el proceso de perversión del alma. Él sabe cómo es de corta nuestra existencia material y qué tan fácil podemos ser engañados por las cosas de este mundo. Es muy común hoy en día ver jóvenes caer en el suicidio o en graves adicciones al sexo, las drogas, el dinero y toda oscuridad posible que se filtra a través de los medios de comunicación, la moda, la literatura, la música y el arte.
Si estamos atrapados en las manos de Satanás en nuestra juventud es más difícil como adultos regresar al camino del bien y rescatar el temor de Dios.
Esta civilización produce fenómenos alarmantes como el dominio que tiene la juventud de hoy en el campo del arte, la música, los deportes y la tecnología. A muy temprana edad se acumulan inmensas fortunas, brindándoles privilegios muy grandes a nivel social y político a personas inmaduras y en su mayoría, naufragadas en una vida decadente, esclavizada a un materialismo completamente vacío de Dios, edificando una nueva iglesia, que es la iglesia de los poderes terrenales, muy claramente ofrecida por Satanás a Jesús en una de las tentaciones del desierto (Lc 4, 5-8).
Es solamente cuestión de tiempo para que estos jóvenes con dichos poderes prematuros, se vuelvan sarcásticos e indiferentes a sentirse parte del Pueblo de Dios y a sus caminos, y una vez transformados de esta manera, caen cada vez más hondo en la oscuridad.
Asimilando la verdad
Hemos llegado a un estado crítico en el que no hay tiempo que perder. No podemos sentarnos a esperar a que Dios nos manifieste su Voluntad por medio de grandes signos. La señal está dada como se lo dijo Jesús a los fariseos y a los saduceos: "Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la de Jonás" (Mt 16, 4).
Nosotros podemos diferenciar entre lo que es bueno y lo que es malo, conocemos nuestra doctrina, nuestra fe, los mandamientos y la Ley de Dios. No hay tiempo que perder tratando de cambiar nuestras vidas. El clima de la batalla no nos da otra opción mas que olvidarnos de nosotros y salir con todo lo que somos y tenemos a luchar por el Reino de Dios.
Estos son los tiempos en que las fuerzas del mal están desplegadas a plena luz del día. Ya no se ocultan a la vista de nadie, todo aquel que se avergüence de testificar a favor el Reino de Dios será ignorado por los ángeles del Señor, a quienes Él envía para proteger a su pueblo santo.
Para estar activos en los dones del Espíritu Santo, es necesario tener una concepción mística de las responsabilidades que nos ha asignado Dios Padre, por medio de la persona de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es indispensable comenzar por el Evangelio y preguntarnos si estamos absolutamente seguros de estar viviendo según las verdades reveladas en él.
No tener claridad sobre nuestra relación con estas verdades nos hace vulnerables, nos convertimos en objetivo directo de las fuerzas enemigas, porque aunque no estemos activos en nuestra fe, en la que fuimos bautizados, el maligno nos tratará como miembros de sus fuerzas contrarias y hará cualquier cosa para destruirnos, aún más rápido que a aquellas personas que no hayan sido bautizadas, ya que no pertenecen a Cristo.
Estos no son tiempos para estar vacilantes. El llamado es a ser plenamente conscientes de las responsabilidades que tenemos.
Podemos leer a San Pablo donde nos enseña que Dios Padre nos ha elegido para Su Hijo Jesús desde siempre. Por lo tanto, no somos un mero accidente. Ser católicos es un auténtico llamado. Aún aquellos que son llamados a la Iglesia Católica de otros credos a una edad madura, fueron escogidos desde la eternidad por el Padre Celestial. El misterio del tiempo de Dios con cada alma es único e inescrutable y no lograremos comprenderlo desde las limitaciones de nuestra mente racional.
Ser llamado a las filas de Cristo es un acto de la voluntad divina. Sólo Dios, como el Creador de todas las cosas, puede llamar a alguien a su propia Iglesia. ¡Qué gran honor!. Nadie se hace católico únicamente por voluntad humana, es la gracia la que acompaña esa voluntad.
La esencia