Yo Soy. Aldivan Teixeira Torres

Yo Soy - Aldivan Teixeira Torres


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esperando, mi sierva. (El vidente)

      Aldivan se acerca a su apóstol. Afectuosamente, estira su brazo y esta vez toca la punta de sus dedos. La suavidad de su piel lo hace vibrar y tener una visión de su futuro:

      "Bernadete está tomando una taza de té en casa, reclinada en una silla del salón. A sus cincuenta años, recuerda los principales acontecimientos de su ajetreada vida: la crianza de sus padres, su crecimiento junto con sus amigos en el pueblo de Mimoso, el paso de la adolescencia, la violación, el aborto y la promesa de un joven de que todo podría cambiar. Animada por sus palabras, aceptó su invitación para viajar por el mundo y descubrió realmente un padre y un hijo dispuestos a hacer cualquier cosa por ella. Le demostraron mucho amor y como recompensa ella decidió dedicarse al prójimo en el asilo cercano. Además, difundía su mensaje a todos los que la conocían. A través de estas obras, ella descubrió la verdadera felicidad y está segura de su acogida en el reino de Dios cuando parta de la vida terrestre. Había encontrado su "Yo soy" interior y entendía el "Yo soy" del padre a través de su hijo llamado vidente, Divino, Aldivan Teixeira Torres, y un tipo excepcional además de otros adjetivos. El universo y las fuerzas benignas conspiraban para su éxito y era sólo eso lo que ella deseaba para aquel que cambió su vida. ¡Bendito sea él! Se repite internamente. Con una sonrisa en la cara, se levanta de la silla y va a hacer sus tareas domésticas y cuidar de su gato Tobit, el único compañero en su casa. Y la vida continuaría…"

      El vidente retira la mano después de la visión. Abraza de nuevo a la apóstol y con una señal le pide a ella y a los demás que vayan con él. El silencio revela mucho más que si hubiera hablado y Bernadete lo entiende. No todo puede tener una respuesta y lo importante es comprometerse con la misión actual. ¡Siempre adelante!

      El grupo, caminando a buena velocidad, baja del barrio del Prado hacia el centro. Gira en la avenida de Recife, sigue recto unos cientos de metros, giran en otra esquina y siguen la avenida principal del barrio.

      Al mismo ritmo cubren el camino a la estación de autobuses en quince minutos. Avanzan un poco por el edificio de una sola planta y compran las entradas en la taquilla. Después se sientan en la sala de espera.

      Esperan más de treinta minutos a que llegue el autobús. Uno por uno, entran y se sientan en los asientos vacíos. Cuando todos los pasajeros están dentro, el autobús sale.

      En el corto viaje, lo único que hacen es descansar frente a tantas preocupaciones. Saben que, independientemente de lo que pase, ya merecen ser felicitados por su compromiso, dedicación y entusiasmo con sus causas. Sin embargo, quieren y sueñan con más.

      De esta manera llegan a su siguiente parada en diez minutos: el pueblo de Sanharó. Cargando sus pesadas maletas, bajan del autobús a un lado de la carretera y siguen a pie hasta el centro de la ciudad.

      Con su conocimiento de la ciudad, el vidente busca una posada que pueda alojarlos a todos. La encuentran en pocos minutos. Sanharó ha cambiado poco desde que trabajó allí durante dos meses como empleado de la administración, en la sede del municipio. Ha crecido, se nota, pero no ha cambiado la sensación de lugar tranquilo y acogedor.

      Conocida como la ciudad del queso y la leche, el nombre deriva de una abeja negra que vive en esta zona, su nombre significa en lengua indígena enojada o alterada. Datos de 2014: superficie: 256 km²; población: 24 556 habitantes; IDH: 0,603.

      Están frente a la pequeña posada, un modesto edificio, de estilo chalet, con una gran entrada asfaltada. Haciendo acopio de intrepidez, entran en el establecimiento, hablan con el propietario y resuelven lo básico. Después, van a relajarse un poco. Por la tarde les esperan nuevas emociones. Cada uno intenta disfrutar del descanso matutino en sus respectivas habitaciones, equipadas con aparatos de última generación: unos duermen, otros ven la televisión, otros escuchan música o leen libros. Estos raros momentos en un viaje agotador y exigente son como un bálsamo para sus cuerpos fatigados.

      A la hora del almuerzo se encuentran de nuevo y comen juntos. Aprovechan para precisar los siguientes detalles del viaje. Treinta minutos después deciden salir. El objetivo del vidente es presentarles a alguien especial.

      Desde el centro se dirigen en dirección sur, cruzando las calles del pequeño lugar, y dos cuadras después, llegan a una casa de mampostería de tamaño mediano, alrededor de 6x14 m, con jardín y piscina, amurallada por delante. Tocan en la puerta principal una sola vez e inmediatamente alguien viene a atenderlos. Es un hombre de unos cincuenta años de edad, bajo, barrigudo, de cuerpo redondo, ojos marrones, pelo negro y piel blanca. Con una expresión indignada, habla mientras se acerca:

      –¿Qué quieren, caballeros?

      –Soy yo, Osmar. ¿No te acuerdas? Trabajé contigo en la prefectura. (El hijo de Dios)

      Osmar mira a Aldivan de arriba a abajo, y al final sonríe. ¿Cómo olvidar al soñador que en las horas de ocio del trabajo escribía su libro porque no tenía un ordenador? Numerosas veces sintió admiración por él, un muchacho entonces, allá por el 2007.

      Avanza unos pasos hacia él y le da un gran abrazo. Aldivan hace lo mismo y ambos viven intensamente el momento del reencuentro. Son dos almas hermanas y compañeras que perdieron contacto debido a las circunstancias de la vida.

      Después del abrazo, Osmar se aparta el pelo largo del hombro y comienza a hablar de nuevo:

      –Y estos, ¿son tus amigos?

      –Sí. (Aldivan)

      –Los amigos de Aldivan también son mis amigos. Por favor, pasen. La casa es suya. (Osmar)

      –Gracias. (Rafael, en nombre del grupo)

      Osmar vuelve a entrar en la casa y los demás lo siguen. Pasan por un pequeño salón, un pasillo y llegan a la sala de estar, amueblada con estantes, sofá, sillas y mesa, alfombra de piel en el suelo, cuadros y otros adornos en las paredes y cortinas persas. Todo bien ordenado y de buen gusto.

      Algunos se sientan en el sofá y otros en las sillas. Tocando una campana, llama a la criada que trae té, jugo, bebidas frías, cerveza, vino, frutas, pasteles y galletas para los visitantes. Una vez que ha servido la criada, ésta queda dispensada. Osmar y los demás tienen la oportunidad de iniciar una conversación que promete ser decisiva.

      –¿Por qué tengo el honor de la visita a mi casa del soñador que aspira a ser escritor?

      –Ya no aspiro más, Osmar. Me dedico a la escritura como trabajo y entretenimiento, ya no puedo vivir sin ella. (El vidente)

      –¡Excelente! ¡Me alegro por ti! ¿Estás de paso? (Osmar)

      –Estamos en un viaje a la playa. Buscando nuevas historias. (Rafael)

      –También estás invitado a participar ―dice el vidente con voz firme.

      –No sé…, estoy muy confundido. (Osmar tartamudeando)

      –Lo sé. Puedo sentirlo. (El hijo de Dios)

      –¿Tienes algo que contarnos? (Uriel)

      Osmar se queda callado por un momento. ¿Podrá confiar en gente a la que apenas conoce? ¿Cómo podrían ayudarlo? Estas y otras preguntas pertinentes le rondan su mente inquieta. Repentinamente, decide arriesgarse.

      –Sí, tengo algo que contaros. Pero antes díganme algo más sobre ustedes. ¿Cómo se llaman, hermosas muchachas? (Osmar)

      –Mi nombre es Rafaela Ferreira. Soy de Arcoverde y en la actualidad estoy atravesando una grave depresión.

      –Soy Bernadete Sousa. Tuve un aborto poco después de ser violada. El hijo de Dios me está ayudando a pasar por estos tiempos difíciles.

      –Un placer. Mi nombre es Osmar Pontes. Estoy desempleado en este momento, viviendo de lo que ahorré de mi trabajo.

      –Un placer también. (Las dos mujeres simultáneamente)

      –¿Desempleado? ¿Has dejado la prefectura? (El hijo de Dios)

      –Sí, tuve algunos problemas allí que me obligaron a marcharme. Pero estoy bien económicamente, no te preocupes. Cuando llegue a la edad de retirarme, pediré mi jubilación. (Osmar)

      –Mejor


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