Respirar. Micol Fusca

Respirar - Micol Fusca


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rar – Relatos y Universos

RespirarRelatos y UniversosMicol FuscaTodos los derechos de reproducción, traducción y adaptación están reservados. Ninguna parte de este libro podrá ser usada, reproducida o difundida sin la autorización escrita por parte del autor© Micol Fusca 2019

      Autor: Micol Fusca

      Traducción: Vanessa Ramb

      Ilustración de portada: Yuri Dovadola

      "El mayor coraje consiste en ser exactamente lo que la conciencia te dice que seas. Por el contrario, la mayor cobardía es seguir a los demás, imitarlos."

Osho

      “Respirar”

      “Dormir.

      El acto más íntimo que conozco, encomendarse al otro sin defensas, palabras, construcciones, malentendidos.

      Cuerpo y alma fundidos en el mismo abrazo, el mismo suspiro. Por encima de todo: edad, género, carne.

      He amado a Dalain desde su primer llanto. Lo amaré hasta el último aliento.

      Mi nombre es Nephelim. Soy un paladín.»

      Una noche sin estrellas… oscura… fría.

      Había esperado a que la Luna Roja alcanzara su cenit, antes de levantarse. Las reprimendas de la niñera habían dejado de preocuparlo desde hacía tiempo. Tenía siete.

      Aunque Alissa era una mujer imponente, no daba miedo. El suyo era el único pecho del que se había amamantado. Su madre había muerto después de traerlo al mundo.

      Su padre le había dado refugio a su hermana en un momento difícil. El marido había perdido sus fincas por el vicio del juego y se había quedado en la calle, con un bolso de cuero en el que apenas había guardado algo de ropa.

      Estaba feliz de confiarle Nephelim a una pariente. Veridiana, su prima, era un año mayor. Sabía que estaba destinada a ser su esposa.

      La costumbre élfica de mezclar la sangre solo con los familiares se sentía como un acto de conciencia hacia la raza: la pureza por encima de cualquier valor. Eran los campesinos los que se acoplaban al azar, como los animales.

      Esto era lo que le habían enseñado.

      Se acercó de puntillas a la habitación del niño. Había nacido por la mañana. No había dejado de llorar desde su primer aliento.

      Un llanto extraño, sin voz, que le rompía el corazón. Espió por la puerta entreabierta, mientras observaba a la niñera acunar al recién nacido entre sus fuertes brazos. Iba de un lado a otro, en un intento por calmarlo.

      «¿Ha comido?» dio un paso adelante, ajeno a la prudencia.

      Alissa le devolvió una sonrisa falsamente molesta, mientras fruncía el ceño. Sabía que esperaría el sueño de los adultos para alcanzarla. «Está demasiado débil. No logra amamantarse» su mirada se volvió triste. «El curandero duda que vaya sobrevivir más que unos días. Su corazón está enfermo.»

      Nephelim se levantó y juntó sus labios hasta formar una línea delgada. Era el hijo de un soldado, estaba acostumbrado a la verdad, por más cruda que fuera. «¿Lo intentaste?»

      La mujer lo miró molesta. «Debería dejar de llorar, sabiondo. Alterna el llanto con la inconsciencia, no tiene la fuerza necesaria para pegarse al pecho.»

      Nephelim insistió. «¿No hay otra manera?»

      Alissa buscó en su memoria. «Cuando era joven vi asistir a un cordero que había perdido a su madre. Rechazaba las ubres de las otras ovejas. El pastor le mojaba la boca con un paño embebido en leche. Al final, decidió alimentarse. Podría intentarlo. Si acepta la tela, trataré de acercarlo al pecho para sacar algunas gotas que empapen sus labios.» Entonces pareció recordar que las órdenes de la dueña de casa habían sido claras. «Nephelim… no creo que tu tía lo apruebe. Un niño enfermo es un problema, una molestia. Moriría de todos modos.»

      «No hoy.» Estaba determinado. Estiró los brazos hacia ella, esperando que se lo entregara. «Mi padre está lejos. Es una orden. Mi voluntad es la única que debe respetarse en su ausencia.»

      La niñera se inclinó levemente, con una sonrisa en los labios. Estaba destinado a comandar un ejército, su carácter era conocido por sirvientes y parientes. Le entregó el recién nacido, cuidando que lo recibiera suavemente en sus brazos. Nephelim sostuvo su pequeña cabeza con firmeza, cuidando de no hacer que pesara sobre su frágil cuello.

      Alissa se alejó estremecida. «Es una noche oscura, sin estrellas. Ni siquiera la Luna Roja puede iluminar el cielo. Una noche desafortunada.» Regresó por la repentina pregunta del niño.

      «¿Cómo se llama?»

      «Dalain.»

      Nephelim sonrió.

      Una noche sin estrellas… oscura… fría. Una noche iluminada por el fantasma de la Luna Roja. Una noche perfecta.

      Una estrepitosa carcajada, similar a la lluvia en primavera.

      «Nunca he visto ese libro».

      Dalain intentó ocultarlo, sabiendo que la mirada de su primo ya había tenido tiempo de detenerse en la cubierta de cuero decorada con frisos dorados. «Lo… encontré».

      Nephelim se sentó a su lado pacientemente. La primavera lentamente le daba paso al verano y era agradable descansar al aire libre, a la sombra del enorme manzano plantado por la difunta Lady. Su madre. El ático era su Lugar del Corazón: allí pasaba la mayor parte del día. El libro era suyo.

      Dalain no podía subir las escaleras por sí solo.

      «Le pedí a Alissa que me lo trajera. Le dije que tenía tu permiso para elegir el que tuviera la portada más bonita: verde. Es mi color favorito».

      Los labios de Nephelim se curvaron en una media sonrisa, tratando de parecer menos rígido.

      Dalain se dio cuenta. Se había aprovechado de la ignorancia de la niñera para lograr lo que quería. A diferencia de la mujer, había aprendido a leer y hacer cuentas rápidamente.

      «Sabes que esa "cosa" está prohibida. Debería ser arrojada a la hoguera».

      El niño aferró el libro con fuerza contra su pecho. Lo desafió a seguir con su amenaza, sabiendo muy bien que no lo haría.

      «No hay nada prohibido en esto. He leído lo suficiente como para saber que no son "cosas" peligrosas. Es la magia la que ha sido prohibida en el Reino, no su historia».

      Loreana compartía esa opinión. Le encantaba coleccionar libros antiguos que narraban el pasado y la Religión Antigua. Para su esposo, era un hábito inofensivo.

      Su tía nunca había podido echar mano a sus cosas. Tenía prohibido entrar al ático, Decisión en la que tanto padre como hijo estaban de acuerdo.

      Dalain volvió a quedarse en silencio, mientras miraba a unos chicos que pasaban corriendo a su lado. Eran muchos los hijos de los criados que vivían en la propiedad. Se dirigían al prado, mientras se reían a carcajadas. Logró entender que estaban haciendo una carrera.

      Nephelim vio que su expresión se volvía triste. Por lo general, no se quejaba, solo sus ojos oscuros revelaban la melancolía.

      Se puso de pie extendiendo una mano. «Ven». Le sostuvo su mirada, al tiempo que notó que había comenzado a aferrarse al tomo nuevamente. «Dámelo, lo esconderé en el árbol. Tu madre no suele trepar como una ardilla. La idea de dejar ver sus tobillos la haría desmayarse de vergüenza.»

      Tomó el libro y subió rápidamente a las ramas más altas. Encontró una maraña de follaje joven y lo ocultó a la vista de los transeúntes.

      Después de bajar, volvió a hacerle señas para que fuera con él. Dalain se levantó vacilante, mientras sentía el peso de su mirada. Los ojos de Nephelim eran de color hierro, grises y firmes.

      A diferencia de otros, no tenía miedo de su primo. Sabía que le daría la mano derecha, con la que sostenía la espada, por él. Así había sido siempre.

      Habían compartido la misma habitación desde


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