Nadie es ilegal. Mike Davis
por la policía y miembros de la Legión Americana (“vigilantes con insignias”), a pesar de apoyar las protestas de los desempleados en San José. La primera mitad de 1932 fue igualmente sombría. En mayo, una desesperada sublevación de los recolectores de guisantes dirigida por CAWIU cerca de Half Moon Bay fue eficientemente desbaratada por un destacamento de policías y campesinos enviados. En junio, uno de los veteranos de CAWIU, Pat Callahan, fue golpeado por terroristas casi hasta morir durante una desesperada huelga de recolectores de cerezas en Santa Clara Valley5.
El CAWIU se reagrupó en septiembre alrededor de una serie de huelgas que siguieron a la cosecha de uva al norte de San Joaquín Valley. Aunque una huelga en el área de Fresno fue desbaratada rápidamente, cerca de 4.000 recolectores de uvas en los viñedos de Lodi mostraron unas agallas impresionantes enfrentando las palizas y los arrestos. Los agricultores, a su vez, movilizaron su propio ejército. “Grupos de agricultores, negociantes y legionarios americanos”, escribe Cletus Daniel, “fueron comisionados tan pronto se hizo el llamaminto a la huelga y colocados bajo las órdenes del coronel Walter E. Garrison, un patrón agrícola y militar retirado. Una vez formada esta fuerza rompehuelgas, los oficiales constituidos por la ley en la región se desvanecieron en el trasfondo”. Los vigilantes de Garrison fueron tras el liderazgo de la huelga, encarcelando a treinta organizadores de CAWIU y capitanes de piquetes. También forzaron a las agencias de auxilio a cortar la ayuda a las familias de los huelguistas y bloquearon todo intento de asistir a los mítines huelguistas. Pero CAWIU respondió con tácticas de guerrilla, usando grupos que “fustigaban y luego huían” forzando así a los agricultores a acceder a las demandas de los huelguistas. Los agricultores, a su vez, apelaban a la violencia pandillera.
En la tarde del 2 de octubre, aproximadamente 1.500 vinicultores, negociantes, legionarios americanos y otros residentes de Lodi se reunieron en un teatro local para perfeccionar el plan de acabar con la huelga sin más dilaciones. Después de muchos debates, se estableció un “comité de 1.500” para sacar a los huelguistas del área a la mañana siguiente…
A las seis en punto de la mañana siguiente varios cientos de vigilantes armados con palos y armas de fuego entraron en el centro de Lodi para llevar a cabo sus planes. Cuando un grupo de alrededor de 100 huelguistas se situaron frente al campamento central del CAWIU para realizar sus actividades diarias, irrumpió la tormenta. Dejando a un lado su compromiso de no violencia, los vigilantes, guiados por un pequeño grupo de cowboys, cargaron en medio de los huelguistas con palos y puños. Los huelguistas no ofrecieron resistencia cuando, asustados y maltratados, fueron llevados a las afueras de la ciudad. Sin embargo, cuando unos pocos trataron de defenderse de los ataques, la policía intervino arrestándolos por “resistencia a la policía” o por “armar disturbios”. Los asaltos continuaron durante toda la mañana, mientras los vigilantes cruzaban el área en automóviles sacando a los huelguistas de sus campamentos. Más tarde, cuando los huelguistas trataron de reagruparse, fueron atacados por los vigilantes con chorros de agua y bombas de gases6.
La derrota de la huelga de la uva alimentó un ya intenso debate que existía entre los comunistas sobre la necesidad de priorizar blancos de ataques organizados en vez de seguir a las huelgas espontáneas que se producían en el Estado. En noviembre, después de una cuidadosa preparación, CAWIU volvió a la carga en Vacaville donde cuatrocientos frutícolas –mexicanos, filipinos, japoneses e ingleses– marcharon en una manifestación preparada en demanda de mejores salarios. La respuesta fue previsiblemente brutal y siguiendo las mismas tácticas usadas por los vigilantes de San Diego y las generaciones anteriores. “En la primera semana de diciembre”, escribió Orrick Johns, “cuando la huelga llevaba varias semanas, una pandilla enmascarada de cuarenta hombres en coches, sacaron a seis líderes huelguistas de la cárcel de Vacaville, los llevaron veinte millas fuera de la ciudad, los azotaron con látigos, podaron sus cabezas con podadoras de ovejas, y los pintaron de rojo”. No obstante la huelga continuó durante dos meses a pesar de la abrumadora desigualdad, desafiando incluso a los funcionarios de AFL que vinieron a Vacaville para denunciarlos. Al final, el hambre y las amenazas de muerte, en particular contra los filipinos, les obligó a retornar al trabajo, pero los organizadores de CAWIU fueron alentados por la solidaridad de los huelguistas y su resistencia heroica. Muchos estaban animados por la posibilidad de que el fascismo agrícola fuera derrotado, si combinaban esa temeridad con una eficiente organización y –todavía más importante– si lograban una favorable publicidad sobre las condiciones y las demandas de los huelguistas.
Después de todo, la gran huelga agrícola de 1933, en el mismo nadir de la Depresión, tomó por sorpresa a los agricultores y a los sindicalistas comerciales. La agroindustria, según Donald Fearis, creía que los trabajadores hispanohablantes del campo estaban muy asustados por las deportaciones de mexicanos (y sus hijos ya ciudadanos) que estaban ocurriendo en Los Ángeles y otras áreas para exponer su pellejo en las huelgas7. Pero en los sucesos, “la raza”, lejos de intimidarse, se embraveció. La huelga del algodón fue la mayor en la historia de Norteamérica y fue, como vimos, un éxito parcial: falló el reconocimiento del sindicato pero derrotaron la promesa de los agricultores de no atender las demandas de aumento de salario.
El espíritu de lucha de los trabajadores del campo de todas las razas fue magnífico, pero era virtualmente imposible derrotar a los agricultores mientras las cortes locales y los sheriffs permanecían firmemente alineados con los vigilantes, y mientras los gobiernos federales y el Estado permanecían al margen. A pesar de las innumerables protestas al gobernador Rolph sobre el terror en los condados del algodón, éste se negó a dar órdenes a la policía de California y a las patrullas de carretera, de proteger la vida y las libertades civiles de los huelguistas. Tanto Sacramento como Washington, para estar seguros, enviaron inspectores y emisarios oficiales a los campos de batalla, y la mayoría de ellos corroboraron las querellas de los trabajadores tratando de sobrevivir a los crueles recortes salariales mientras los agricultores disfrutaban de los nuevos subsidios agrícolas federales. Pero los emisarios no podían, por sí solos, apartar la bota de hierro que aplastaba las cabezas de los trabajadores.
Por otro lado, los agricultores no se amedrentaron ante el inesperado vendaval en los campos. En Imperial Valley, donde el CAWIU se reconcentró en el otoño de 1933 para apoyar una nueva lucha de los sembradores de lechuga, el fascismo agrícola tomó su forma definitiva. Si bien en anteriores contiendas, los vigilantes se agrupaban en fuerzas de 40 a 150 hombres –campesinos, mayorales y negociantes locales con intereses particulares– los grandes agro-exportadores en El Centro pretendían militarizar completamente a los sectores de clase media y trabajadores cualificados de Valley. La Asociación Anticomunista de Imperial Valley, formada en marzo de 1934, se negaba a tolerar cualquier tipo de neutralidad en la lucha de clases: “Operando bajo el principio coercitivo de que el que no deseaba unirse a la asociación era un comunista o simpatizante de éstos, los líderes del grupo informan de que, en poco más de una semana tras su fundación, la asociación tenía entre 7.000 y 10.000 miembros en Imperial Valley”8. Los periódicos muy pronto llamaron a Valley el “Condado Harlan de California” haciendo referencia al notorio condado minero de Kentucky donde había sido extinguida la libertad de expresión por los pistoleros de las compañías9.
De hecho, el CAWIU perdió rápidamente todo vestigio de espacio público o legal en el cual operar. “Los oficiales declararon que no se permitiría ningún tipo de mitin en Valley”, dijo a sus miembros A. L. Wirin, el consultor jefe de ACLU al sur de California. “Los mítines en salones o terrenos privados se prohibirán. Media docena de mexicanos charlando en una calle constituyen un ‘mitin público’ y serán dispersados por la policía”10.
Cuando el abogado Grover Johnson llegó a El Centro para archivar un mandato de hábeas corpus en beneficio de líderes huelguistas encarcelados, él y su esposa fueron atacados y golpeados en las calles por brigadas anticomunistas y luego casi linchados cuando buscaban refugio en la cárcel. También les fueron suministradas palizas públicas a otros dos abogados de las afueras de la ciudad, y Wirin, uno de los más prominentes defensores de los derechos civiles en el Estado, fue secuestrado por vigilantes (“uno de ellos era un patrullero de carretera en uniforme”), pintado de rojo, robado, amenazado de muerte y abandonado sin zapatos en el desierto. Incluso Peham Glassford, un general retirado anticomunista que fue el