Nadie es ilegal. Mike Davis

Nadie es ilegal - Mike  Davis


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Con una alta organización y capacidad de movilización, el nuevo movimiento ha incorporado a las comunidades más afectadas que estaban apartadas de las organizaciones existentes con liderazgo histórico entre las comunidades de inmigrantes.

      El nuevo movimiento, conducido por trabajadores inmigrantes y estudiantes latinoamericanos que arrastran a toda la clase trabajadora, golpea ahora a las puertas del Congreso para demandar igualdad. Los carteles de protesta desde San Diego hasta Brooklyn Bridge donde se puede leer, “No somos criminales” y “Amnistía sí”, revelan por un lado la enorme indignación que sienten y por el otro la buena voluntad y el deseo de ser escuchados. Poseyendo un verdadero carácter masivo, todas las generaciones son alcanzadas por la onda expansiva de este movimiento. Un estudiante de sexto año que protestaba junto a otras decenas de miles de personas el 9 de abril en San Diego, expresaba así su estado de ánimo: “En la escuela los ricos nos enseñan su democracia. Aquí les enseñamos la nuestra”1. En cuestión de semanas el movimiento avanzó de una posición defensiva a una posición ofensiva, y promete redefinir el panorama de la historia norteamericana con los trabajadores inmigrantes narrando dicha historia.

      Este sentimiento emergió a la superficie con la entrada en la Casa Blanca de la draconiana HR 4437 (también conocida como Ley Sensenbrenner), que, de ser aprobada por el Senado, convertiría en criminales tanto a los inmigrantes como a quienes los protegieran. El movimiento puso en posición defensiva a los propulsores del proyecto de ley que marcan la pauta en los debates sobre la llamada reforma de inmigración. Se han cambiado los parámetros del debate que anteriormente estaban restringidos a la penalización y a la legalización parcial combinada a un programa de trabajo temporal. El movimiento sacó a la luz la lucha de los trabajadores y de sus familiares en pos de ser tratados con igualdad y dignidad, como seres humanos.

      Al igual que en las pasadas luchas obreras, el movimiento enfrenta muchos retos, giros, derrotas y victorias. Contiene en sí mismo las semillas para hacer que otro mundo sea posible, siendo la clase trabajadora la que ejerza el control de su vida y dando una nueva definición al concepto de democracia.

      Este libro intenta trazar la dimensión histórica y contemporánea de la lucha por los derechos de los inmigrantes, centrándose principalmente en la frontera México-EE.UU. y en la experiencia de los trabajadores que cruzan la frontera (o ésta los cruza a ellos). En la sección de Mike Davis, se examina el origen y la evolución del movimiento anti-inmigrantes, esclareciendo sus orígenes políticos, raciales y clasistas. Luego yo expongo una visión panorámica de la formación de las políticas de inmigración en el contexto de la lucha entre el capital y los trabajadores.

      Es de gran importancia escuchar la voz de los trabajadores inmigrantes dado que ellos mismos son los protagonistas de esta historia. Espero que este libro sirva de recurso y de apoyo a las generaciones de activistas que toman las iniciativas en las calles, los campos y las fábricas de la nueva Norteamérica. Deseo también que ayude a promover la discusión y el debate sobre el mundo que queremos y necesitamos como trabajadores: “un único pueblo, sin fronteras”.

      Justin Akers Chacón

      San Diego, California

      1. Marjorie Berry, “San Diego Speaks Out: ‘¡Sí Se Puede!’”, Socialist Worker, 14 de abril de 2006.

       Parte I

       “¿Qué es un vigilante?” La violencia blanca en la historia de California

       Mike Davis

       Introducción

      Los campos de oro de California han sido irrigados muy frecuentemente con la sangre de sus trabajadores. Un caso notorio fue la gran huelga que se diseminó como fuego incontrolado por todo San Joaquín Valley en el otoño de 1933. Protestando por los bajos salarios que impedían alimentar a sus hijos, cerca de doce mil personas, principalmente mexicanos recolectores de algodón, escaparon de sus trabajos conducidos por el izquierdista Sindicato Industrial de Trabajadores Agrícolas y Conserveros. La manifestación masiva, moviéndose en caravanas de coches y camiones entre las diferentes granjas, rápidamente paró las cosechas en un área de trescientas millas cuadradas. Los agricultores rápidamente trajeron esquiroles provenientes de Los Ángeles, pero la mayoría de ellos desertaron o fueron atemorizados por la ferocidad de los huelguistas.

      Los agricultores, los desmontadores de algodón y la cámara de comercio recurrieron a la estrategia clásica: se prepararon a sí mismos en grupos de vigilancia imponiendo el terror en los condados. Estas Alianzas de Protección de Agricultores desintegraron los mítines de los huelguistas, los expulsaron de sus campamentos, quemaron sus tiendas, los apalearon y hostigaron en los caminos y amenazaron a los comerciantes que intentaran suministrarles créditos o emplearlos. Cuando los huelguistas se quejaron a las autoridades, los sheriffs locales se subordinaron a los vigilantes. “Protegemos a nuestros agricultores aquí en Kern Country”, comentó un sheriff. “Ellos son nuestra mejor gente… hacen que el país vaya adelante… y los mexicanos son escoria. No tienen estándares de vida. Los tratamos como manadas de cerdos”1.

      A pesar de las palizas, los arrestos y los desalojos, la solidaridad de los huelguistas permaneció inconmovible hasta principios de octubre, mientras los agricultores experimentaban la pérdida de sus cosechas. El San Francisco Examiner notificó que todo el valle era un “volcán ardiente” listo para erupcionar. Funcionarios del Estado ofrecieron una comisión de indagación que el sindicato rápidamente aceptó, pero los vigilantes respondieron con asesinatos. En una reunión en Pixley el 10 de octubre, el líder sindical Pat Chambers se dirigía a los huelguistas y sus familiares cuando diez camionetas de vigilantes con escopetas irrumpieron abruptamente en la escena. Chambers, un veterano en este tipo de trifulcas, previendo el peligro inminente, dispersó la reunión y alertó a los huelguistas para que se refugiasen en las oficinas centrales del sindicato, a un lado de la carretera. El historiador Cletus Daniel describió así la masacre:

      Cuando el grupo se dirigía hacia el edificio, uno de los agricultores disparó su rifle. Un huelguista se aproximó a éste bajándole el cañón del fusil y otro agricultor armado corrió hacia él, lo tiró al suelo y lo asesinó de un disparo. Inmediatamente el resto de los agricultores abrieron fuego sobre los huelguistas y sus familiares que trataban de huir. En medio de los gritos de los que permanecían heridos en el suelo, los agricultores continuaron el fuego dentro del vestíbulo del sindicato hasta que se les acabaron las municiones.2

      Los vigilantes mataron a dos hombres, uno de ellos el representante local del cónsul general mexicano, e hirieron gravemente a otros ocho manifestantes, incluso a una mujer mayor. Un periodista de San Francisco informó de que el salvaje tiroteo destrozó las banderas norteamericanas que colgaban en las oficinas del sindicato. Casi simultáneamente, en Arvin, sesenta millas al sur, otra banda de vigilantes agricultores abrió fuego contra un grupo de manifestantes matando a uno e hiriendo a varios. Aunque los trabajadores retornaron desafiantemente a la huelga, los agricultores amenazaron con expulsar a sus familiares del campamento de la huelga cerca de Corcoran. Enfrentando aún más violencia de todo tipo, los huelguistas cedierona regañadientes a las presiones federales y del Estado y aceptaron un aumento de salario en lugar del reconocimiento de su sindicato.

      Al año siguiente, mientras la atención pública se encontraba fascinada con la épica huelga general de San Francisco, los agricultores vigilantes y los sheriffs locales violaron la constitución en los campos de California e impusieron lo que los “new dealers” y los comunistas denunciarían como “fascismo agrícola”. Uno de los sitios más tenebrosos fue Imperial Valley –el más cercano análogo racial y social de Mississippi– donde sucesivas huelgas en los cultivos de lechuga, guisantes y melón durante 1933 y 1934 fueron disueltas con absoluto terror, incluso con arrestos masivos, decretos anti-huelgas, desalojos, palizas, secuestros, deportaciones e intentos de linchamiento contra los abogados de los huelguistas.


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