Te Tengo. Victory Storm
dígale que ya he olvidado nuestro malentendido”, respondí gentilmente y enrojeciendo por esa cortesía.
Lorenzo Orlando, me había ofrecido un pase o un ticket sólo de ida hacia el infierno, si hubiera sabido que era la hija del boss Edoardo Rinaldi.
“Le ruego”, me suplicó, sorprendido por mi rechazo. Sabía que jamás habría podido llevar una tarjeta como esa, sino quería arriesgar la pena de muerte por parte de mi padre.
“Gracias por el pase!”, se entrometió Lucky, tomando la tarjeta en mi lugar. “Mia, te has vuelto loca? Sabes cuánto cuestan estos pases?”
“Quieres volverte un enemigo de la familia Orlando?”, dijo Mike.
“No, yo…” balbucee con disgusto, pero Maya me tomó del brazo y me llevó fuera del local, hacia el aparcamiento.
“Volvemos a casa”, suspiró Maya aliviada, después de un rápido saludo a los dos muchachos.
Entramos en el coche.
Pasamos por el puente del Safe River y, para mi sorpresa, noté que las palpitaciones que había tenido desde que había pasado por allí a la idea, no se habían detenido.
Era como si esa noche me hubiera dejado algo abrumador y tan poderoso como para no abandonarme jamás.
5
GINEBRA
Había pensado en Lorenzo Orlando toda la semana.
Había leído libros, visitado galerías de arte, participado en una reunión sobre derechos civiles, pero era como si todo fuera insignificante y carente de emociones.
Sólo cuando pensaba en Lorenzo, en lo que le había dicho, me sentía de nuevo viva y electrizada.
Era increíble!
Había estado tentada de pedirle a Maya que me llevase de nuevo más allá de río, pero no había osado hacer una propuesta de ese tipo, abiertamente.
Dentro de mí todavía era consciente de cuánto era malo, lo que había hecho y del peligro que había corrido. Y, sin embargo, era justamente eso lo que me mantenía viva en esos días.
Me alcanzaba con cerrar los ojos para volver a sentir la voz cálida, profunda y levemente ronca de Lorenzo.
Por no hablar de su cabello castaño desordenado que daba ganas de pasarle los dedos en medio.
O su barba, levemente descuidada.
Nunca había tocado a un hombre. Ni siquiera a mi padre o a mi hermano.
Una parte de mi habría querido acariciarle el rostro para ver qué se sentía tocar ese vello, para sentir cómo era tocar ese cabello áspero y sin afeitar.
Oh Dios, tocarlo…
Se me entrecortaba la respiración cada vez que lo pensaba.
La idea me excitaba y me aterrorizaba al mismo tiempo.
Tocar un Orlando estaba prohibido!
Todavía me parecía poder sentir el calor de su mano en mi brazo.
Y, sin embargo, hubiera pagado por sentir de nuevo esa sensación.
Y sus ojos…
Oh por Dios, Ginebra, cálmate!
«Ginebra, quieres cortarte? Se puede saber en qué estás pensando?”, dijo Maya sacándome de mis pensamientos.
“En nada”, me apresuré a decir, continuando a cortar las cebollas.
“No te creo”.
“Estaba pensando en qué prepararte. Espero que la pasta con ragú de seitán, te guste”, respondí rápidamente, poniendo a freír la cebolla, con el apio y las zanahorias.
“Lo descubriré pronto, pero confío en ti. Eres una buena cocinera, incluso si creo que es vergonzoso que tus padres no te den una doméstica o una ayuda para hacer estos quehaceres.”
“Mi padre fue claro: hasta que no deje mi dieta vegetariana y con esta fijación por los derechos civiles, estaré segregada en estas dependencias y tendré que arreglarme sola. De todas formas, me volví una ama de casa experta.”
“Pasas también la aspiradora?”, me preguntó Maya disgustada.
“Sí. Cocino, lavo, plancho y me hago la cama sola.”
“Demonios! Yo no podría nunca! Te tratan como a una esclava!”.
“No digas cosas absurdas. Me volví independiente y no hago nada que la mayoría de las personas no haga todos los días. No todos pueden permitirse tener sirvientes que te sustituyan en todo, lo sabes?”
“Y para ti, está bien así?”
“Sí”, dije triste. En realidad no me interesaba tener que limpiar la casa o cocinar para mí. Lo que me hacía estar mal era que mi familia no me quiera más, que no aceptase mi diversidad y no mostrara un mínimo interés en mí.
Esas pocas veces que estaba con mi familia, era siempre un sufrimiento, porque no me hablaban, no me dejaban decir nada y peor aún, se negaban a pedir al chef que preparara comida aparte para mí.
A menudo me sentía sola y, de todas formas hacía casi tres años que estaba excluida y tratada sin respeto.
Incluso mi mudanza a esas dependencias había sido el enésimo intento de aislarme, para evitar que fuera parte de su vida familiar.
Incluso mi hermana Rosa me evitaba y, desde que se había casado, había también dejado de llamarme por teléfono.
Con mi hermano Fernando, nunca había tenido una buena relación y nunca había sufrido la distancia que había puesto entre nosotros dos. Por el hecho que era el primogénito, tenía diez años más que yo y era el heredero directo del imperio de papá, se permitía ser un déspota con cualquiera.
“Escucha, me ha llamado Lucky. Tiene tu pase. Según parece intentó ir al Bridge con sus amigos, pero le dijeron que la tarjeta es nominativa y que sin ti no podía entrar. Me ha pedido si esta noche nos gustaría volver con él y un amigo suyo que querría presentarte. Me hizo ver una foto suya. Es un hermoso muchacho! Quizás podría surgir algo, no te parece?”
Pensé en Lorenzo.
Nunca lo hubiera admitido, pero tenía unas ganas locas de volverlo a ver.
“Ok”, respondí dejando consternada a Maya.
“De verdad? Es decir, me alegra, pero estaba convencida que no quisieras saber más nada con el Bridge o con los Orlando, después de lo que sucedió el sábado pasado.”
“Necesito cambiar un poco el aire.”
“Una vez, cuando querías cambiar aire me pedias que fuéramos a la cabaña de mi abuelo en la montaña. Mientras ahora, me estás diciendo que quieres volver a la boca del lobo. Me parece que te he contagiado con mi locura de hacer cosas prohibidas.”
“Puede ser”, sonreí alegre.
6
LORENZO
No pude contener una pequeña sonrisa de triunfo cuando vi a Mia Madison atravesar la puerta del Bridge.
Sabía que había rechazado mi pase y que sólo por la intervención de uno de sus amigos lo había aceptado. Nadie era tan loco como para insultar a un Orlando, declinando su regalo, incluso si a Mia no le parecía importar mucho mi apellido y el rol que tenía en esta ciudad.
La sonrisa fue más grande cuando la vi quitarse la campera liviana de lino blanco y mostrar un vestido celeste escotado, que además tenía un escote profundo en la espalda, y con la falda que le llegaba a las rodillas.
Su look casto, resultaba todavía más simple por el maquillaje