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lejos y no asumas que tenemos una semana de vida".

      Rhevi y Talun se miraron el uno al otro con una mirada de extrañeza en sus ojos.

      "Este es tu caballo. El director Searmon te lo envió". Rhevi lo miró. "Eres hermoso, ¿tienes un nombre?"

      "No, llámalo como quieras. Yo llamé al mío Flama Blanca", respondió el mago. Inclinó la cabeza, miró al animal a los ojos y dijo: "Te llamaré Amdir, significa el que protege los campos de batalla".

      Adalomonte los miró con los ojos entrecerados y luego se lanzó hacia el norte.

      "Es un tipo simpático", dijo Rhevi y, con un salto felino, montó a Amdir y se puso en marcha seguida por Talun.

      Atravesaron las Tierras del Escudo hechas de vastas llanuras que en invierno se convertían en extensiones blancas, afortunadamente para ellos la nieve aún no se había acumulado en el suelo, pero era sólo cuestión de días para ello.

      Dispersos aquí y allá, todavía había charcos, que el sol no había secado. El aire estaba frío y el grupo había estado cabalgando a toda velocidad durante horas cuando un silbido ensordecedor de Talun llamó la atención de Rhevi y Adalomonte.

      "Podemos parar aquí para comer, ya que no llegaremos a la entrada del bosque antes del anochecer", dijo.

      Acamparon en un claro, pequeños arbustos se dispersaban por todo el territorio. Violetas de cuerno, flores resistentes al frío y a las heladas, enmarcaban el pequeño espacio en el que habían decidido detenerse. Sus pétalos eran de color púrpura oscuro. Cuando la nieve caía, se cerraban y luego volvían a florecer tan pronto como esta se derretía.

      A lo lejos, en el cielo, podían ver un Grò, una inmensa ave de presa con una envergadura de veinticinco metros más o menos, su larguísimo pico podía tragar un elefante. Por lo regular eran de color blanco, pero aquel espécimen era dorado. Seguramente volaba en busca de comida, tuvieron suerte porque no los vio y con su enérgica envergadura cambió su curso hacia las montañas del norte.

      "Si pudiéramos conseguir algunas de esas plumas, tendríamos para vivir todo el año, en el mercado negro sé que se venden por un montón de monedas de oro", dijo Rhevi mirando hacia arriba.

      Talun tomó la palabra antes de que la media elfa añadiera más: "¡Olvídalo, no lo creo, nos mataría en un dos por tres!"

      Adalomonte desmontó de su caballo y se sentó sobre una roca. "Tengo hambre".

      Esas fueron sus únicas palabras. El mago y Rhevi se miraron el uno al otro suspirando.

      Comieron las raciones que la chica había preparado el día anterior, descansaron los caballos y saciaron su sed con agua del río. La marcha comenzó de nuevo después de un par de horas.

      Cabalgaron hasta el atardecer y con los últimos rayos del sol vieron la entrada a un bosque caducifolio. Los árboles eran muy altos y densos, delante del grupo había un sendero, una vez dentro ya no verían ni el río ni el cielo estrellado. Los caballos estaban cansados y también sentían dolor de espalda y un tirón en el estómago: tenían hambre, las pequeñas raciones de Rhevi no eran suficientes para alimentarlos, pero tenían que economizar. Talun no podía dejar de pensar en su amigo Gregor, si él estuviera allí con ellos, habría serios problemas.

      "¿Eres feliz?" dijo el guerrero al pasar por delante de él.

      "En realidad estaba pensando en..." El mago se dio cuenta de que a Adalomonte no le interesaba en absoluto su respuesta. Empiezo a odiar a este tipo, pensó.

      Poco después, el sol se puso completamente, y el bosque cobró vida con ruidos y sonidos espeluznantes.

      "Yo diría que paremos aquí por la noche", propuso Adalomonte, desmontando de su caballo. Tomó algunas ramas y las juntó para encender un fuego.

      "Me ocuparé de ello, sin intentarlo con el polvorín", dijo Talun al acercarse, orgulloso de sí mismo. "Te lo mostraré".

      Pero el otro miró los pedazos de madera, y se incendiaron inmediatamente sin que él los tocara.

      "¿Eres un mago?" Preguntó asombrado.

      "No, nunca he estudiado magia", respondió con dureza.

      Rhevi se acercó, se sentó junto al fuego y distribuyó las raciones, arrojó las raciones de Adalomonte y las dejó caer al suelo sin cuidado.

      "Te traemos con nosotros y no te hacemos preguntas, no te pido que seas amable, probablemente no podrías, pero apreciaría el esfuerzo".

      El hombre la miró fijamente con sus ojos de rubí y dijo: "Lo intentaré". Recogió su ración y le dio la espalda sonriendo.

      Montaron las carpas que les proporcionó el director Searmon, pero sólo las usaron el mago y la media elfa. Adalomonte se quedó afuera, trepó a un árbol, se subió a una gran rama y se quedó dormido.

      Rhevi y Talun contaron las horas de descanso y se dividieron la tarea de las guardias, para mayor seguridad.

      A través del follaje, de vez en cuando, podían vislumbrar el cielo, el tiempo era benévolo, el clima se volvía cada vez más duro a medida que pasaban los días, el verdadero invierno estaba a la vuelta de la esquina.

      Los días pasaron rápidamente, casi habían llegado al final del bosque cuando estalló otra tormenta.

      En esas zonas eran fuertes y frecuentes. Aceleraron su marcha, pero parecía que cuanto más montaban más pesada se hacía la lluvia, los poderosos cascos de los caballos resbalaban en el suelo empapado, el barro había pintado el manto blanco de un color gris claro. El rostro de Adalomonte, mojado y goteando, no expresaba ninguna emoción, mientras que Rhevi y Talun estaban visiblemente cansados y casi listos para rendirse ante la lluvia. El mago se fijó en algunas calas de piedra y esperó encontrar refugio en ellas, y así fue.

       "¡Paremos aquí!" gritó en medio de la ventisca, para luego entrar en una cueva.

      "Mago, ¿no tienes un hechizo para secarnos?" preguntó el guerrero, sonriendo.

      "No, podrías hacerlo tú mismo con uno de tus pequeños fuegos", respondió Talun en tono desafiante.

      "Shhh, hay alguien aquí", susurró Rhevi.

      El grupo se silenció cuando escucharon un ruido que se asemejaba al de un trozo de hierro de desguace.

      "No es seguro entrar ahí. Esperen". Talun cerró los ojos, balbuceó algo incomprensible, y cuando los abrió de nuevo se materializaron unas esferas en el aire, eran transparentes y flotaban como burbujas. "Enviaré esto por delante".

      Las burbujas comenzaron a moverse hacia el interior de la cueva, se alejaron hasta que desaparecieron.

      "Veo que hay un giro a la derecha, a unos diez metros de nosotros, y luego veo esqueletos humanos y animales, ¡Aaah!" gritó Talun. "Algo ha golpeado mis ojos mágicos".

      Desde el fondo de la cueva se podía escuchar algo muy grande.

      Rhevi desenvainó su espada, la mirada de Adalón se incendió y sus manos también comenzaron a arder. Talun se posicionó detrás de ellos y se preparó para el ataque.

      "No eres un mago, ¿eh? ¡Eres un hechicero, eso es!"

      Frente a ellos vieron un enorme ser de acero, plomo y piedra, todo cubierto de runas. Adalomonte soltó la energía que tenía en sus manos y golpeó el pecho mismo del ser. Cuatro runas se iluminaron y absorbieron la energía lanzada por el guerrero. En un abrir y cerrar de ojos, el monstruo de metal ya no estaba delante de ellos, sino detrás. Talun, sorprendido, no tuvo tiempo de hacer nada más que pronunciar algo muy rápido.

      La criatura lo golpeó con una fuerza extraordinaria, pero su puño cayó sobre algo invisible que se rompió como un cristal, liberando polvo de estrellas en el impacto. A pesar de todo, el golpe fue directo al pecho del chico y lo lanzó a varios metros del grupo; si no hubiera habido una barrera, habría muerto por el


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