Flechado Por Mi Pícara Navideña. Dawn Brower

Flechado Por Mi Pícara Navideña - Dawn Brower


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y Adeline no quería verse envuelta en ningún escándalo. Pero su madre quería que fuese así y Adeline no la decepcionaría.

      "Se ve encantador", dijo su madre, Elizabeth, la Duquesa de Whitewood. "Haces verdaderos milagros. Podría hacer que supervises la decoración del salón de baile cuando llegue el momento".

      "Si quieres que lo haga, entonces, estaré encantada de ayudar", dijo Adeline sonriendo. "Disfruto siendo creativa".

      Su madre se limpió la nariz. "Tienes un poco de polvo en la cara. Deberías terminar aquí y tomar un baño. No me gustaría que parezcas una sirvienta en la cena".

      "Un baño estaría bien", admitió. "Tengo unas cuantas cosas más que hacer aquí y luego iré a asearme". Adeline odiaba dejar algo sin terminar. Se volvía loca si algo estaba fuera de lugar o cambiado de sitio. Tenía que arreglarlo todo antes de salir de la habitación.

      "Te dejo para que termines. Los invitados están comenzando a llegar y necesito asegurarme de que sean recibidos y conducidos hasta sus habitaciones".

      Adeline asintió con la cabeza. "Si necesitas ayuda con algo, házmelo saber. Estaré encantada de entretener a algunos de los invitados". Esta era su casa y quería que todos la amaran tanto como ella. Aunque para ser justos, no creía que eso fuera posible. Había tantos recuerdos en la mansión que no se podrían apreciar a menos que se hubieran experimentado. Nadie la amaría tanto como ella, excepto su familia. Algún día pertenecería a Jamie, y si nunca se casaba no sería más que una solterona dependiente de la generosidad de su hermano.

      "Estoy segura de que todo saldrá bien", dijo su madre. "Pero si necesito tu ayuda, enviaré a un sirviente a buscarte", dijo dándole un beso en la mejilla. "Sé una buena chica y ve a arreglarte primero". Con esas palabras su madre se dio la vuelta y salió de la habitación.

      "Lady Adeline", dijo Sally, una sirvienta. "¿Es así como quieres que se cuelgue?", la joven se volvió hacia Sally y examinó cómo colgaba el acebo a lo largo de la pared. "Sí", dijo, "Pero enderézalo un poco". Está torcido".

      La sirvienta siguió sus instrucciones y quedo perfecto. "¿Así?", preguntó.

      "Sí", dijo Adeline. "Así".

      "¿Estás segura?", preguntó un hombre. Su tono era rico y cálido, como la miel caliente y el whisky.

      Adeline se dio la vuelta y se quedó maravillada. Ante ella estaba el hombre más guapo que había visto en su vida. Su cabello era de un rico marrón bruñido que parecía besado por el sol incluso en pleno invierno, y sus ojos tenían el color del oro, tan impresionantes que la hipnotizaban. "Mis disculpas", comenzó. Su voz se quebró un poco al hablar. "¿No crees que se ve bien?".

      "Oh", dijo él con una gran sonrisa. "Se ve bien. No sabría decir si está mal o no. Sólo te pregunté si estabas segura de que así es como lo quieres. Te mordisqueabas el labio inferior como si quisieras arreglarlo tú misma. Fue realmente adorable".

      Por lo general los caballeros no hablaban con ella y la ignoraban, por ello Adeline no supo cómo reaccionar ante esto. Aunque para ser justos ella raramente asistía a los bailes o socializaba. Tuvo una temporada terrible y se había rendido. Socializar no era para ella, siempre todo le salía mal. "Estoy segura de que luce como yo quería". De alguna manera se las arregló para evitar que su voz se quebrara mientras hablaba. Eso en sí mismo era un verdadero milagro. "¿Estás perdido?”, dijo ella pensando que su pregunta era estúpida... "Quiero decir, ¿ya te han mostrado tu dormitorio?".

      "¿Se ofrece a acompañarme hasta allí?", dijo él levantando una ceja en forma sugestiva. "Podría fingir que estoy perdido si quieres acompañarme".

      Adeline abrió la boca y la cerró varias veces. ¿Acababa de proponerle matrimonio? Sus mejillas se calentaron y seguramente estaba tan roja como las cintas que decoraban las ramas de acebo. "Umm...", no pudo encontrar palabras. Su cerebro se había quedado completamente en blanco. "Señor...".

      "Devon", dijo. "Por favor, llámame Devon. Creo que seremos demasiado íntimos para las formalidades".

      Era un pícaro... Ella apostaría toda su herencia por eso. Se aprovecharía de ella y la usaría de la peor manera si ella lo permitiera. ¿Era terrible que la tentara? "Soy Addie", dijo. "Y estoy de acuerdo en usar tu nombre de pila, pero eso será lo más íntimo que tendremos".

      "Ya veremos", dijo él le guiñándole un ojo. "Bonita Addie, mi dulzura, ya veremos". Luego se dio la vuelta y salió de la biblioteca. Ella parpadeó varias veces pensando que debía haber imaginado todo el encuentro. Devon era malvado, y demasiado guapo para su propio bien, y ella tenía la sensación de que él tenía razón. Él podría robar su corazón y romperlo; sin embargo, esto no la asustaba. A ella le gustaría vivir la experiencia, aunque fuera por un instante, y nada más. Sólo por una vez le gustaría sentirse amada, y podría ser que el deseo que había pedido un par de noches atrás, estuviese a punto de cumplirse. No iba a desperdiciarlo...

      CAPÍTULO DOS

      Devon silbaba mientras se dirigía a la sala de juegos. Aceptó encontrarse con Merrifield allí para jugar al billar después de que se instalaran. La mansión era más grande de lo que Devon esperaba, y por eso no pudo evitarse perderse. Se alegró de haberlo hecho o nunca habría descubierto la adorable decoración de la biblioteca. Ella era una belleza dorada que le hacía arder la sangre. Quizás esta fiesta no sería tan mala después de todo. Podría llevarse a Addie a la cama y eso aliviaría su aburrimiento.

      Ella se había sonrojado cuando él coqueteó con ella. Esto lo entusiasmaba. Eso significaba que no entregaba sus favores a la ligera, y también la hacía más atractiva para él. Devon no tendría problemas en seducirla y hacerla suya. Ella era un regalo que él no esperaba encontrar, pero que apreciaría de todos modos.

      Dobló una esquina y encontró la sala de juegos. Devon abrió la puerta y entró en la habitación. Merrifield se encontraba allí en medio de una profunda conversación con un hombre mayor. Tenía el cabello rubio dorado y lo llevaba atado con una cinta de cuero, además poseía unos sorprendentes ojos azules. Algo en él le resultaba familiar. Devon se dirigió hacia ellos y se detuvo cuando ambos se voltearon para verlo.

      "Ah, Winchester", dijo Merrifield. El alivio estaba grabado en su voz. "Me gustaría que conocieras al Duque de Whitewood". Ah... el tutor. "Su Gracia, este es mi mejor amigo, el Conde de Winchester".

      El duque asintió con la cabeza. "Confío en que se haya instalado bien".

      Más que bien... Devon sonrió con picardía al recordar su encuentro con Addie. Le hubiese encantado perseguirla por las escaleras y hacerle el amor en el armario, pero se imaginaba que ella no estaba preparada para ese tipo de ataques. Tal vez después de haberla hecho suya un par de veces, podría llevarla a una zona apartada y tomarla allí mismo. Para ese entonces, ella probablemente estaría lista y dispuesta para ese tipo de juego. Se obligó a dejar de imaginarla desnuda y ansiosa de ser poseída por él y se encontró con la mirada del duque. "Lo he hecho, su gracia", le dijo. "Su casa es bastante...". Buscó la palabra correcta. "...impresionante".

      El duque se rio con ligereza. "Esta mansión es el proyecto de mi esposa. Ella quería algo grande y no puedo negarle nada", dijo golpeando ligeramente el hombro de Devon. "Me alegro de que la encuentres impresionante. Tendré que decirle que usaste esa palabra específicamente. Creo que eso le agradará".

      ¿Qué se suponía que debía decir a eso? No había conocido a la duquesa aún, y rezó para que la descripción de su casa no la ofendiera. Aunque le gustaría encontrarse de nuevo a Addie, no podía hacerlo si tenía que marcharse por haber insultado a la casa de la duquesa. "Parece que ella se ha esforzado mucho en la decoración. Los arcos de acebo que veo en cada rincón lucen muy bien". Eso que acababa de decir era una tontería, pero no se le ocurrió otra cosa. "Di vuelta y encontré la biblioteca. Tienes una gran colección de libros".

      El duque se echó a reír. "Ese es el escondite de mi hija. Probablemente la encontraste allí".

      Recordaría si hubiera conocido


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