Antonio Machado: Poesías Completas. Antonio Machado
a 1902)
7
i
SOBRE LA CLARA ESTRELLA DEL OCASO
El poeta recuerda a una mujer desde un puente del Guadalquivir
Sobre la clara estrella del ocaso,
como un alfanje, plateada, brilla
la luna en el crepúsculo de rosa
y en el fondo del agua ensombrecida.
El río lleva un numeroso acento
de sombra cristalina
bajo el puente de piedra, ¡Lento río
que me cantas su nombre, el alma mía
quiere arrojar a tu corriente pura
la ramita más lenta y más florida,
que encienda la primavera
en los verdes almendros de tu orilla!
Quiero verla caer, seguir, perderse
sobre tus ondas limpias.
Y he de llorar... Mi corazón contigo
flotará en tus rizadas lejanías.
¡Oh tarde como aquella y río lento
de sombra cristalina!...
Sobre la clara estrella del ocaso
la argéntea luna brilla.
ii
ARTE POÉTICA
Y en toda el alma hay una sola fiesta
tú lo sabrás, Amor sombra florida,
sueño de aroma, y luego... nada; andrajos,
rencor, filosofía.
Roto en tu espejo tu mejor idilio,
Y vuelto ya de espaldas a la vida,
Ha de ser tu oración de la mañana:
¡Oh, para ser ahorcado, hermoso día!
iii
Y ESTAS PALABRAS INCONEXAS
¡Oh, sola gracia de la amarga tierra,
rosal de aroma, fuente del camino!
Auras... ¡Amor! Bien haya primavera;
bien haya abril florido,
y el solo amado enjambre de mis sueños,
que labra miel al corazón sombrío.
Y en una triste noche me aguijaba
la pavorosa espuela de mis pasos...
Sentirse caminar sobre la tierra
cosa es que lleva al corazón espanto.
Y es que la tierra ha muerto... Está en la luna
el alma de la tierra
y en los luceros claros.
iv
GALERÍAS
Yo he visto mi alma en sueños...
En el etéreo espacio
donde los mundos giran,
un astro loco, un raudo
cometa con los rojos
cabellos incendiados...
Yo he visto mi alma en sueños
cual río plateado,
de rizas ondas lentas
que fluyen dormitando...
Acaso mi alma tenga
risueña luz de campo,
y sus aromas lleguen
de allá, del fondo claro...
Yo he visto mi alma en sueños...
Era un desierto llano
y un árbol seco y roto
hacia el camino blanco
ji
~SOLEDADES~
(1907, edición final en 1919)
7
I
EL VIAJERO
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó —la pobre loba— muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida teme, que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro,
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela henchida?
El ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas.
Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tictac del reloj. Todos callamos.
II
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y