¿Quién me movió el púlpito?. Thom Rainer

¿Quién me movió el púlpito? - Thom Rainer


Скачать книгу

      Derek perdió la cuenta de los correos electrónicos, las reuniones y las llamadas telefónicas aquella semana. Entre todas, no había una voz de apoyo. Dejó de abrir el Facebook después de ver varias publicaciones que arremetían contra él.

      El pastor sabía que lo había arruinado todo. «Violé mis propios principios de liderazgo —expresó—. En las iglesias establecidas en las que serví, siempre he realizado los cambios de manera gradual. He tratado de no sorprender a la gente, y de obtener la mayor participación posible —hizo una pequeña pausa—. Supongo que tuve un período de locura temporal», concluyó, pero solo medio en broma.

      Derek sabía lo que tenía que hacer. Supuso que era demasiado tarde para traer el viejo púlpito de vuelta. El daño ya estaba hecho, y él realmente quería acentuar su estilo más informal. Determinó que el próximo domingo ofrecería una disculpa formal a la congregación.

      El pastor entró algo turbado en el centro de adoración el domingo siguiente. No se sorprendió de ver a la gente haciendo comentarios entre dientes. No le sorprendió sentir la tensión en la habitación. Y no se sorprendió al ver muchos ojos mirando en dirección al púlpito.

      Sin embargo, se sorprendió por lo que vio cuando miró al lugar donde estaba el púlpito. Cuando siguió aquellas miradas hacia el podio, Derek soltó un grito ahogado. Para sorpresa suya, constató el motivo de los murmullos de ese domingo.

      El viejo púlpito estaba de vuelta.

      Muchos miembros sostienen que la siguiente respuesta realmente sucedió. De hecho, afirman que se escuchó tan alto que toda la congregación se detuvo en una conmoción silenciosa. Todos alegan haberla escuchado. De hecho, algunos de los miembros señalaron que la pregunta del pastor se parecía más a un lamento de agonía. «¿Quién me movió el púlpito?».

      Las consecuencias

      Cuando hablé con Derek sobre este incidente, él estaba en su noveno año en la Iglesia del Redentor. Había sobrevivido a la crisis, aunque a duras penas.

      «Lo que es realmente decepcionante —me expresó el pastor—, es que hayamos perdido probablemente dos años de impulso y ministerio efectivos. Hemos estado muy enfocados hacia dentro abordando este problema».

      El pastor todavía está procesando la cuestión. Expresó: «Por un lado, realmente no puedo creer que los miembros estuvieran tan preocupados por algo como un púlpito. No creo que se hubieran molestado tanto si hubiera predicado herejías en mi sermón. Simplemente no tiene sentido».

      Le preguntamos a Derek qué hizo inmediatamente después de que trajeran el viejo púlpito de regreso. Su respuesta fue suave pero honesta: «Me enfadé muchísimo». Podríamos asegurar que, aunque habían pasado dos años, todavía había dolor y pesar. «Pensé que me había ganado el derecho de hacer algo tan sencillo como cambiar un púlpito —se lamentó; respiró hondo y continuó—: No era tan sencillo como pensaba».

      Primer fallo: no orar

      Derek estaba totalmente dispuesto a realizar un diagnóstico sobre esta crisis. El pastor era un aprendiz en desarrollo. Ahora que la Iglesia del Redentor había comenzado a recuperar impulso, él estaba contento de evaluar lo qué había fallado.

      «Puedo decirle fácilmente cuál fue mi primer disparate —comenzó—. Cada vez que dirigí un cambio en esta iglesia, lo inicié en oración». Le pedimos que ahondara. «En todos los demás cambios —nos señaló—, pasé unas dos semanas orando al respecto antes de siquiera mencionárselo a alguien más. Esta vez actué sin oración».

      Derek no había terminado de explicar. «Luego le pedía a algunos de los verdaderos guerreros de oración en la iglesia que lo pusieran en oración— continuó—. Hay alrededor de ocho de estos hombres y mujeres que tienen un corazón y una pasión por la oración intercesora. Esta vez les pasé por encima».

      Hizo una pausa. Era como si Derek captara la gravedad del error que había cometido. «Comencé en mi propia fuerza —comentó casi en un susurro—. Me había vuelto tan confiado y arrogante en cuanto a mi propio liderazgo, que al parecer pensé que esta vez no necesitaba a Dios. Es una locura. Absolutamente una locura».

      Segundo fallo: no evaluar las consecuencias imprevistas

      Derek admitió saber que, para muchos miembros de la iglesia, el viejo púlpito era un asunto emocional. «Lo que no puedo creer —expresó—, es que nunca me pregunté cómo respondería la gente ante este cambio. Debería haberlo previsto mejor».

      Uno de los principios del liderazgo en cualquier organización, sobre todo en una iglesia local, es la ley de las consecuencias imprevistas. Esta indica que cualquier cambio significativo en una organización producirá reacciones que van mucho más allá del cambio en sí mismo.

      El pastor no había considerado las consecuencias de mover el púlpito. Aunque sabía que existían antiguos y profundos vínculos emocionales con el púlpito, no consideró cómo las reacciones podrían impactar la iglesia. Derek pensó que podía asegurar el éxito con la fuerza de su personalidad.

      Tercer fallo: no comunicar

      En una ocasión un pastor me preguntó cuánto debía comunicar un tema importante en la iglesia. Mi respuesta fue: «Mucho más de lo que lo está comunicando ahora». Para ser franco, no sabía en realidad cuánto se comunicaba con la congregación. Simplemente sé que si algo es importante para la iglesia, toda comunicación será de provecho.

      Derek nunca comunicó este tema a la iglesia. Nunca explicó sus razones. No compartió con la gente sobre su estilo de predicación en desarrollo. Simplemente lo hizo. Y pagó un gran precio.

      Cuarto fallo: no abordar los problemas con las personas

      «Si tuviera que señalar mi error garrafal —compartió Derek—, este sería no abordar los problemas con las personas. Me equivoqué en la etapa inicial, en la intermedia y en las consecuencias».

      Aunque pensé que sabía a dónde él quería llegar, le pedí que me explicara en más detalles.

      «No conseguí apoyo en la etapa inicial —respondió—. Sé quiénes son las personas que más influencia ejercen en la iglesia. Yo solo me abrí paso a empujones». Luego Derek me señaló dónde se quedó corto más adelante en el proceso.

      «Tuve mi oportunidad cuando entré en el centro de adoración aquella mañana —comenzó—. Debido a que estaba tan enfocado en mí mismo, tuve aquella reacción visceral. Exclamé “¡¿Quién me movió el púlpito?!”. Debí tomarme un tiempo para admitir mis errores esa mañana y compartir con la congregación por qué había cambiado los púlpitos».

      Me imaginé su conversación sobre las consecuencias. Él la confirmó. «Sí, realmente empeoré más las cosas en los días y semanas que siguieron —confesó—. Me estaban haciendo añicos en las redes sociales, por correo electrónico, en reuniones y por teléfono. Vaya, los miembros de la iglesia pueden ser realmente malos. Sin embargo, en lugar de liderar, entré en un retraimiento emocional».

      Eso nos lleva al quinto fallo que Derek reconoció.

      Quinto fallo: no modelar un liderazgo positivo

      «Estaba listo para irme de la iglesia —me dijo enfáticamente—. No crea otra cosa. ¡Quería largarme!».

      Bueno, mi conversación con Derek fue dos años después del incidente. Evidentemente, no se marchó. Yo tenía curiosidad por saber más.

      «Mi actitud fue pésima durante unos tres meses —admitió—. Quería irme, y estaba enojado con mi iglesia. Entré en un modo de rabieta y retraimiento. Hacia el final de ese tercer mes —añadió—, estaba leyendo Nehemías


Скачать книгу