E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras

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y la besó con voracidad, devorando sus labios con los dedos enterrados entre sus rizos. Cuando Brooke gimió, no esperó más antes de alzarla en volandas y dirigirse a las escaleras.

      –Eres un poco impetuoso, ¿no? –lo picó ella.

      –Sé que te gusta que lo sea –replicó Lorenzo con voz ronca.

      Al llegar a la habitación la sentó en la cama y la descalzó. Sin embargo, cuando iba a quitarle el resto de la ropa, ella lo detuvo.

      –No, tú primero –le dijo, haciendo que se sentase a su lado.

      Y se puso a quitarle la chaqueta, sintiéndose muy atrevida. Luego le desanudó la corbata y se la arrancó, y después le desabrochó uno tras otro los botones de la camisa. Se la abrió impaciente, y deslizó las manos por su pecho, cálido, musculoso y cubierto de vello.

      Lorenzo se levantó para acabar de desnudarse.

      –Y ahora fuera esos vaqueros y la camiseta –le ordenó impaciente.

      Brooke lo atormentó bajándose los vaqueros lentamente, sacando primero una pierna y luego la otra. Luego se sacó la camiseta por la cabeza y apretó los dientes cuando sintió el aire frío en sus pezones endurecidos. Hacía varios días que se notaba los pechos raros, como sensibles al tacto, y también algo hinchados. Había pensado que debía ser una señal de que estaba a punto de bajarle la regla.

      Aunque había tenido sus periodos de forma regular durante su estancia en la clínica, no había tenido ninguno desde que había vuelto a casa con Lorenzo. Cuando pidiese cita con el médico tendría que comentárselo también. Probablemente estuviera causándole problemas el DIU, se dijo. Tal vez debería plantearse utilizar otro método anticonceptivo.

      Lorenzo se deleitó la vista sin el menor pudor, deteniéndose especialmente en sus voluptuosos senos. Debía haber puesto algo de peso y le sentaba muy, pero que muy bien.

      –No sabes cómo te deseo. Estoy consumiéndome por dentro…

      –¿No me digas? Me despertaste a las seis de la mañana –le recordó ella divertida. No dejaba de sorprenderla que pareciese desearla a todas horas.

      Lorenzo sonrió y se sentó en la cama, junto a ella.

      –Sí, pero eso fue esta mañana, y de eso hace ya una eternidad, bellezza mia.

      –¿Crees que las cosas seguirán así entre nosotros cuando volvamos a Londres? –le preguntó Brooke.

      Temía que la intimidad que se había fraguado entre ellos se desvaneciera cuando abandonaran Italia.

      –Ni hablar; cuando volvamos te vendrás a dormir conmigo a mi habitación –le aseguró Lorenzo.

      –¿De verdad? –inquirió Brooke sonriendo, como una niña con zapatos nuevos.

      La respuesta de Lorenzo la tranquilizó; ese cambio en su actitud implicaba que quería que se diesen una oportunidad, no que se separasen.

      –Pues claro. Espero que no vayamos a tener una discusión por eso –murmuró Lorenzo contra sus labios, enrojecidos por sus besos.

      Brooke hundió los dedos entre los mechones de su pelo negro para atraerlo hacia sí, y sintió que el fuego del deseo la recorría.

      –Ni hablar.

      Mucho después ella yacía en los brazos de él y se sentía tan relajada que acabó quedándose dormida. Sin embargo, lo feliz que se sentía antes de que el sueño la arrastrara hizo aún más aterradora la pesadilla que tuvo porque no estaba preparada para algo así. No, nada podría haberla preparado para las imágenes que acudieron a su cerebro, como fogonazos, unas imágenes que la hicieron chillar de espanto.

      Eran vívidas imágenes del accidente y de pronto se dio cuenta de que ella era Milly, no Brooke. Vio el choque; se vio alargando la mano hacia ella en la pesadilla sin poder alcanzarla, y experimentó una horrible agonía al comprender que no había podido salvar a su hermana, al único familiar que le quedaba…

      De pronto hubo como un salto adelante en el tiempo. Debía ser de cuando había recobrado la conciencia, porque revivió unos dolores insoportables, un miedo atroz, y vio, entre el amasijo de los restos del vehículo siniestrado, sus agujas de tricotar…

      –Tranquila, tranquila, no pasa nada –oyó decir a Lorenzo cuando se incorporó como un resorte en la cama, sollozando y balanceándose adelante y atrás, con las piernas dobladas y la cabeza agachada y apoyada contra ellas–. Solo ha sido una pesadilla. No era real. ¡Dio!, estabas chillando de tal manera que creí que había entrado un ladrón o algo así.

      No, sí que había sido real, muy real, replicó Milly para sus adentros. Mil pensamientos revoloteaban frenéticos por su mente, en medio de una densa bruma de incredulidad. Tras la desesperación de haber estado todo ese tiempo con amnesia, de repente, de algún modo, había recobrado la memoria.

      Su verdadero yo había vuelto sin fanfarrias a través de esa pesadilla, arrojando luz sobre todo lo que hasta ese momento había sido un vacío absoluto en su mente. Pero ahora que había recobrado la memoria y sabía quién era se sentía aún más inquieta.

      Su hermana había muerto y todo el mundo había dado por hecho que había sido ella, Milly, quien había fallecido. ¿Cómo podría haber ocurrido algo así?, se preguntó. Sin embargo, cuanto más lo pensaba, más fácil le parecía de comprender. Al fin y al cabo, en el momento del accidente había llevado puesta la ropa de Brooke, y había sufrido heridas en el rostro. Nadie había advertido el gran parecido entre ambas, aunque probablemente se debiera a que la propia Brooke también debía haber quedado desfigurada por el choque.

      Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Cómo podría arreglar todo aquel lío? Lorenzo se quedaría destrozado cuando le contase la verdad. ¡Si ni siquiera sabía que se había quedado viudo! Había pasado meses cuidando de ella, preocupándose por ella cuando nadie más lo había hecho, y había acabado llevándola a su casa y a su cama porque creía, naturalmente, que era su esposa. Pero no lo era, era una extraña para él.

      Temblorosa, se apartó de Lorenzo, que seguía intentando calmarla, y corrió al cuarto de baño. Abrió el grifo de la bañera para darse un baño, aunque en realidad solo era una excusa para estar sola un rato. Lorenzo se asomó a la puerta, pero le pidió que se marchase; le dijo que necesitaba un baño caliente y estar a solas para relajarse.

      Minutos después, sentada en el agua tibia, las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas a medida que iba adquiriendo plena consciencia de la magnitud de aquel embrollo. No sabía cómo iba a contarle a Lorenzo la verdad. Había despertado de una pesadilla para descubrir que estaba viviendo una pesadilla aún peor: estaba viviendo la vida de su hermana muerta, con un hombre del que se había enamorado pero que no la amaba a ella.

      NO VUELVAS a decirme otra vez que estás bien –le advirtió Lorenzo con cierta aspereza y muy serio, mientras su chófer los llevaba a casa desde el aeropuerto–. Está claro que no estás bien, que algo te ha disgustado muchísimo y ya va siendo hora de que lo hablemos.

      –Lo hablaremos cuando lleguemos a… a casa –le dijo ella con voz trémula.

      No tenía la menor prisa por llegar, por tener que hacer frente a la reacción que sin duda tendría Lorenzo cuando le contara la verdad: indignación, incredulidad y dolor por la muerte de su esposa.

      Le dolía el corazón al pensar que Lorenzo nunca había sido suyo, y que todo lo que había ocurrido entre ellos se debía tan solo a que él creía que era su esposa. Y lo más irónico era que antes de morir Brooke lo había odiado, había dicho de él que era un tirano posesivo, que la había acusado injustamente de haberle sido infiel para pedirle el divorcio.

      Estaba claro que había habido un fuerte resentimiento en su relación, pero quería pensar que, si Brooke hubiera visto lo compasivo que se había mostrado con ella tras el accidente, sin saber que no era su esposa, le habría perdonado las diferencias


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