Repensar las desigualdades. Elizabeth Jelin
a usarse el lenguaje de la exclusión-inclusión, lo que revivió los debates sobre la marginalidad de los años sesenta (Nun, 1969, 2001; LARR, 2004). Aquí y allá, el estudio de los (nuevos y viejos) movimientos sociales y de las identidades colectivas estaba redefiniendo una agenda de investigación sobre las formas de abordar las desigualdades obstinadas y persistentes en el mundo, así como sobre las luchas para erradicarlas. Sin embargo, las investigaciones sobre los movimientos sociales y las desigualdades sociales se desarrollaron como campos paralelos que solo convergieron recientemente.
Desde finales de los años noventa, se acumularon las frustraciones respecto del capitalismo global y de los efectos de las políticas neoliberales que enfatizaban en la centralidad de las fuerzas del mercado y ponían el Estado en una posición subordinada en la gestión de la distribución y redistribución de recursos valiosos. En forma simultánea, las nuevas luchas por la redistribución llevaron a un resurgimiento de la investigación de las desigualdades. Estos nuevos estudios, que redescubrieron de manera parcial las virtudes de los autores clásicos, ampliaron la perspectiva analítica en diferentes direcciones. Identificamos cuatro cambios principales en la investigación de las desigualdades sociales.
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1. De un interés exclusivo en las disparidades socioeconómicas hubo un cambio hacia una comprensión más integral de las desigualdades. En consecuencia, los investigadores incluyeron las desigualdades de poder (Kreckel, 2004) así como las asimetrías vitales y existenciales en sus enfoques (Therborn, 2006). Esta expansión implicó una crítica al concepto de “movilidad social”, por reducir el estudio de la desigualdad a una mera cuestión de calcular la distribución cambiante de individuos en los estratos socioeconómicos.
Una expansión conceptual aún más relevante es la referida a los intentos de considerar seriamente las desigualdades medioambientales (Krämer, 2007; Göbel, Góngora-Mera y Ulloa, 2014). Mientras que la sociología de las desigualdades, a menudo, hizo caso omiso de la cuestión ambiental, los estudios ambientales también ignoraron la investigación de las desigualdades. De hecho, los recursos naturales constituyen bienes sociales significativos a los que los individuos y los grupos sociales tienen acceso y derechos de uso diferenciados. Hay una serie de conflictos distributivos relacionados con el control de la tierra, el agua, los bosques, las semillas, entre otros, que también están mediados por relaciones de poder asimétricas. La cuestión ambiental, sin embargo, pone de relieve la existencia de otro tipo de conflicto distributivo: la distribución asimétrica de los daños al medio ambiente. A menudo, los impactos negativos de las actividades industriales y extractivas son experimentados de manera desigual a través de las categorías sociales, como negro/blanco, hombre/mujer, pueblos indígenas/élites criollas, etc. En otras palabras, los actores más poderosos son capaces de externalizar los riesgos ambientales y los daños y transferirlos a los menos poderosos. Las desigualdades ecológicas también reflejan y fomentan las asimetrías geopolíticas, en la medida en que el Norte Global industrializado define cuáles son los temas ambientales en la agenda internacional mientras que los países del Sur Global no solo carecen de poder para poner sus preocupaciones en la agenda, sino que además están obligados a participar en la gestión de las soluciones a los problemas de los países ricos (McMichael, 2009).
Por último, también se prestó atención a las dimensiones simbólicas y subjetivas, según las cuales las desigualdades se expresan en la ubicación de uno mismo y de los otros en las jerarquías simbólicas que cumplen un papel relevante en las prácticas de discriminación y segregación (Reygadas, 2008).
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2. Un segundo cambio refiere a la unidad de análisis y el período considerado al tratar de entender los patrones actuales de las desigualdades. Un creciente consenso respecto de las limitaciones del nacionalismo metodológico (Fine, 2007; Chernilo, 2007; Beck, 1996) contribuyó al aumento de los estudios que cambiaron el alcance de la unidad de análisis, pasando de un foco nacional a uno transnacional o global (Korzeniewicz y Moran, 2009; Pieterse, 2002; Boatcă, 2015; Burawoy, 2000). Este viraje es crucial ya que entre dos tercios y tres cuartos de las desigualdades sociales existentes son de carácter global (Kreckel, 2004). El nuevo interés por las desigualdades globales se asocia sobre todo con los nuevos enfoques diacrónicos, que se ocupan de explicar los patrones persistentes de las desigualdades históricas (Randeria, 2007; Boatcă, 2015). Entre los esfuerzos recientes para superar el nacionalismo metodológico en la investigación sobre la desigualdad, se pueden distinguir dos perspectivas: el enfoque de los sistemas mundiales y el enfoque transnacional.
El trabajo reciente de Korzeniewicz y Moran (2009) constituye un ejemplo paradigmático de los desarrollos del estudio de la desigualdad como parte de la investigación histórica de los sistemas mundiales. Sus estudios demostraron que los patrones de desigualdad encontrados en diferentes países se remontan al período colonial. En contraste con la literatura hasta ahora hegemónica, los autores plantean que el hecho de que la mayoría de los países se mantengan a lo largo del tiempo en uno de los dos grupos clasificados según niveles bajos y altos de desigualdad de ingresos no puede explicarse solo por factores internos. Antes bien, la posibilidad de que un país remedie la desigualdad dentro de sus fronteras a través de políticas redistributivas está inextricablemente ligada a la economía global y la política mundial. Por lo tanto, la posición de una nación en la economía mundial y sus patrones distributivos internos se conectan de manera interdependiente (véase Korzeniewicz en este libro).
La posición de los actores sociales en las estructuras transnacionales de desigualdades es el punto central de los enfoques transnacionales en la investigación sobre la desigualdad (Pries, 2008; Weiß, 2005; Berger y Weiß, 2008). Desde una perspectiva transnacional, los autores analizan la desigualdad en el contexto de la migración transnacional y sostienen que la unidad de referencia tradicional (los Estados nación) no alcanza para explicar cómo los migrantes están inmersos en estructuras de desigualdad. Por lo tanto, para la investigación de la desigualdad es importante considerar los espacios plurilocales/transnacionales:
Junto con estas unidades de análisis (local, nacional, supranacional y global) –encajadas unas en otras como muñecas rusas– es de fundamental importancia considerar el nivel plurilocal como unidad de análisis de fenómenos tales como la economía familiar o las estrategias educativas, como el caso de los migrantes transnacionales y del espacio social distribuido en diferentes sociedades nacionales (Pries, 2008: 62).
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3. La investigación sobre la desigualdad amplió su enfoque al integrar múltiples categorizaciones, además de las clases sociales, en la configuración de las jerarquías contemporáneas. Existen muchos otros ejes de diferenciación social que operan en el mundo: nacionalidad y ciudadanía, lugar de residencia y origen, género, raza, etnia, edad, religión, idioma. Estas diferencias no son intrínsecamente jerárquicas, sino antes bien horizontales. Sin embargo, en el mundo real hay una relación fuerte –pero variable– entre estas diferencias horizontales y las desigualdades verticales. De hecho, el desarrollo histórico real del funcionamiento de estos ejes teóricos horizontales de diferenciación social los llevó a convertirse en dimensiones de desigualdad.
En la perspectiva de Charles Tilly (1998) para comprender las “desigualdades persistentes”, las categorías que definen diferencias dentro de una población constituyen la base de desigualdades persistentes cuando los principales mecanismos de producción de las desigualdades (explotación, acumulación de oportunidades) se relacionan con la construcción y el mantenimiento de pares categoriales ordenados jerárquicamente. El vínculo entre las categorías sociales de diferencia y las estructuras de las desigualdades es contingente y está estructurado históricamente.
Superando la influyente contribución de Tilly, los estudios más recientes no solo tienen en cuenta categorías como raza, etnicidad y género, también estudian cómo se construyen estas categorías (por ejemplo, Anthias, 2016). Esta tarea implica varios pasos analíticos: primero, develar las formas en que se combinan, vinculan y desvinculan entre sí las categorizaciones a lo largo del tiempo. A su vez, su importancia social debe verse de dos maneras: su relevancia histórica variable como dimensión estructuradora de las desigualdades, por un lado, y la centralidad y visibilidad que cada tipo de diferencia asume en las luchas sociales para superar estas