Shakey. Jimmy McDonough

Shakey - Jimmy  McDonough


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discográficas. Inspecciona con sumo cuidado la galleta de un single con una concentración digna de un técnico de laboratorio que analiza al microscopio una muestra bacteriana. Puede pasarse horas ensalzando la superioridad que «obviamente» posee una versión alternativa de «Like an Inca» que Young decidió no incluir en Trans, y ha escrito artículos —detallados cual tesis de física cuántica— sobre las distintas ediciones y versiones de los discos de Young en Broken Arrow, una revista trimestral que edita la Neil Young Appreciation Society, organización con sede en Europa.

      Broken Arrow se dedica a publicar las soporíferas divagaciones de los fans, así como cualquier recóndito detalle de la vida de Young que consigan descubrir; para muestra, el detallado artículo —con notas a pie de página y todo— sobre el brote de polio registrado en Canadá en 1952 que afectó a Young de niño. En sus inicios, resultaba entrañable lo rudimentario de la publicación: unos cuantos folios mimeografiados y grapados. En la actualidad, es una verdadera revista con su portada a todo color y sus gráficos por ordenador, que peca de sofisticada y pulida; aunque puede que eso no haga sino reflejar la propia evolución de su protagonista. Pero la NYAS parece inocua comparada con los Rusties, un grupo de autoproclamados expertos producto de internet.

      Ninguna de estas corrientes divergentes parece ponerse de acuerdo en nada; cada una de ellas piensa que tiene la respuesta correcta. Igual que yo. Estoy seguro de que Young se regodearía ante tal situación, si se molestara en prestarle un mínimo de atención, claro.

      Ken Viola constituye una excepción. Ha conseguido eludir los riesgos que implica ser un fan, evitando que la suya se convierta en una obsesión malsana; y a pesar de haberse tropezado con su ídolo alguna vez por las caprichosas, y a veces graciosas, circunstancias de la vida, Viola se lo toma con calma. No espera recibir nada de Neil Young. En su opinión, Young ya le ha dado bastante. Cada nuevo álbum, dice Ken, es «como una carta de un amigo a la que no hace falta que responda».

      Ken se las ha apañado para alcanzar la edad adulta con dignidad, sin tener que deshacerse de su colección de discos ni acabar convertido en un carroza. Durante algún tiempo, Viola probó suerte como músico y consiguió incluso el permiso de Young para grabar uno de sus temas inéditos. Más adelante, Ken se ganó la vida muchos años como encargado de seguridad de los Grateful Dead, constatando cómo la cultura que adoraba se transformaba en un gran negocio, viendo a muchos de los músicos que tanto le sirvieron de inspiración comportarse de manera cuanto menos reprobable o, peor aún, abocados a la autodestrucción. Aun así, Ken nunca ha permitido que el cinismo tenga cabida en esta historia. Llamó a sus dos hijos Dylan y Neil, que ya es el colmo de los homenajes. Si se tratara de cualquier otro, eso bastaría para provocarme arcadas, pero, viniendo de Ken, es solo un indicio más de lo en serio que el tío se toma las cosas.

      El rock and roll le cambió la vida a Ken Viola, y todo empezó con Neil Young y Buffalo Springfield.

      El año 1966 sigue siendo sagrado para muchos de los que entonces estaban en una edad influenciable. Según el gurú cultural Charlie Beesley: «Ahí estás, volviendo de clase en el Buick de tus padres, sintonizando el dial de emisoras de AM, y de repente suena “Happenings Ten Years Time Ago” de los Yardbirds, que te deja noqueado y te transporta a un universo totalmente nuevo que empezaba a ver la luz. Y no aterrizas hasta llegar a Burger World».

      «Era algo, en cierto modo, de usar y tirar; se podía decir que era basura», comentaba el crítico Richard Meltzer, por aquel entonces un estudiante de Yale de veintiún años inmerso en la música y que escribía como nadie sobre el tema. «Era algo que, vale, estaba envuelto de toda aquella necesidad tan acuciante de transmitir emociones y tal, pero, básicamente, era de usar y tirar; algo que podía desaparecer de la noche a la mañana se estaba fusionando con algo etéreo, infinito… Era bazofia de usar y tirar de alcance universal.

      »Yo iba a clases de filosofía y de religión, y aquello me parecía un ejemplo mucho mejor que Jesucristo de que un momento fugaz puede perdurar toda la eternidad. La verdad es que antes de que los productores dieran con la fórmula para hacer discos como churros, el objetivo fundamental era escuchar aquella tentativa de dar con un nuevo sonido, el que fuera. Era puro amor al sonido.

      »Se trataba de descubrir algo nuevo —tenías al músico, tenías el diseño de los discos y tenías al público—, y no digo que todos fuéramos al unísono en los maravillosos años sesenta, pero esos tres elementos iban parejos: el músico, el diseño y el público. Todos danzaban al mismo son.»

      Aquel primer estallido del rock and roll —Elvis, Jerry Lee, Bo Diddley, Chuck Berry, Little Richard y tantos otros— ya se había extinguido a finales de los cincuenta. «Nadie de toda la gente que conozco procedente de los cincuenta habría conseguido llegar al final de los cincuenta si no llega a ser por el rock and roll», comentaba Meltzer. «En los cincuenta, había un gran panorama musical a nivel regional que de repente pasó a tener repercusión nacional. Creo que era algo que llevaba muchísimo tiempo gestándose y que por fin vio la luz; mientras que los sesenta fueron un accidente con una repercusión aún mayor que los cincuenta. Los sesenta fueron como los cincuenta, pero con más tablas.»

      Meltzer recuerda muy bien aquel noviembre de 1963 y la frenética banda sonora que marcó la etapa posterior al asesinato de John F. Kennedy en Dallas: «Surfin’ Bird» de los Trashmen y el primer disco de los Beatles. «Los Beatles demostraron que había toda una infinidad de posibilidades a explorar en un panorama musical carente de ideas, como era aquel. Tenías la impresión de que el rock and roll estaba renaciendo, y un buen indicio de ello era que las adolescentes volvían a chillar; para mí aquello fue lo más impresionante. No se había vivido tal frenesí desde la primera época de Elvis.»

      Los Beatles provocaron la Invasión británica: los Stones, los Kinks, los Animals, los Zombies; los Byrds se la trajeron de vuelta a Norteamérica con «Mr. Tambourine Man». Luego Dylan se pasó al rollo eléctrico, y junto con los Beatles encabezó un período de intensa experimentación en que se mezclaron el rock, el folk y el soul con toda una serie de ritmos exóticos orientales, el jazz y el pop de music-hall que trazaría el camino para el futuro. El Face to Face de los Kinks, el Da Capo de Love, The Velvet Underground & Nico; cada uno de ellos, como dice Meltzer, «era como descubrir un nuevo continente». Y esta gran ola innovadora no hizo sino cebarse del caos que desgarraba el tejido de las estructuras sociales.

      «Añádele a la música el entorno social del momento: el movimiento de los derechos civiles, mucha gente tomando el mismo tipo de drogas, el movimiento pacifista; un grupo de tíos que quería abandonar la guerra, porque de lo contrario iban a morir», comentaba Meltzer. «Estamos hablando de unos chavales que prácticamente estaban estirando el cuello y metiendo la cabeza en una guillotina, en plan: “Estoy dispuesto a defender mis principios. Mátenme”. No cabe duda de que en los sesenta hubo mucha tontería, y de que la mayoría de los involucrados era la típica burguesía gilipollas de clase media, pero estaba en su mejor momento. Lo que sí que ayudó fue aquella combinación de miedo a la muerte, drogas y música tremendamente eficaz.

      »El hecho de que mucha de la gente involucrada estuviera metida en las mismas cosas —había una cierta ideología común, una guerra, todas aquellas drogas—, hizo que la gente se volcara de lleno en la música. Sin la música, las drogas se habrían quedado en nada, las protestas contra Vietnam se habrían quedado en nada. La música era el eje central alrededor del que giraba todo. Y era una música sensacional, una especie de himno de rechazo a esa casa con su cerca de madera, a Mamá, a Papá, a sentarse a comer roast beef y hablar de chorradas o lo que se supusiera que fuera el mito norteamericano… Era como si la bestia que lo controlaba todo hubiera perdido las riendas.»

      Mientras Elvis, los Beatles y Dylan redefinían el mundo, Neil Young escuchaba y miraba entre bambalinas. Ahora pasaría a estar directamente en el ojo del huracán: en Los Ángeles, en 1966. Buffalo Springfield fueron alabados por la crítica, se hicieron con un grupo de fervientes admiradores y sirvieron de influencia para mucha de la música que vino después, pero la banda nunca consiguió superar sus dificultades, y la historia que vivió fue tan tortuosa que es increíble que Neil Young consiguiera salir ileso. «Algo colocado», así le resumió a Karen Schoemer en 1992 cuál era su estado en la época de los


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