Amigos del alma. María del Pilar Sánchez

Amigos del alma - María del Pilar Sánchez


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ante Jofiel, otro de los Siete Súper Poderosos Arcángeles. Es el representante del Rayo Dorado, siempre lleva consigo un libro, como símbolo de iluminación y su potestad es la sabiduría. Por esto, también es el director de la Academia Magnánima de Ángeles, donde se prepara a los espíritus celestes para su amorosa labor.

      Se encuentran de improviso con los Siete Maestros que vienen caminando en dirección contraria por la misma galería. Aunque, en realidad, en el universo no hay casualidades. Estilizados, altos y magníficos, los Maestros emanan luz de los colores del rayo que representan. Sus túnicas y sus largos cabellos, también son del color que los distingue y que corresponde al linaje que preceden los Súper Poderosos Arcángeles. Por cierto, los otros cinco Súper Poderosos Arcángeles son Miguel, Gabriel, Rafael, Uriel y Shamuel, a quienes se conocerá en detalle más adelante.

      Los Maestros se diferencian en su aspecto de otros seres celestiales, porque no tienen alas, no tienen aureolas ni accesorios que los caractericen. Como los seres de luz en general, carecen de sexo, pero según la energía que emanan, tienden a ser femeninos o masculinos. Por esto se puede decir que son maestras: la de Rayo Azul, la del Rayo Rosado y la del Rayo Naranja. Y son maestros: el del Rayo Blanco, el del Rayo Verde, el del Rayo Dorado y, además, el del Rayo Violeta. La apariencia de unos y de otras es idéntica, o casi idéntica, la Maestra del Rayo Naranja se distingue por ser un poco más gruesa.

      Y no solo son supervisores de los ángeles de su rayo durante la etapa de formación, también son apoyo y guía para el cumplimiento de las misiones a las que han de ser asignados. Como Maestros, son superiores en sabiduría y son buenos consejeros, pero, sobre todo, son excelentes estrategas. Desde su rango, tienen una visión más amplia de lo que sucede a los pupilos y junto con otros seres celestiales, maquinan sencillos o intrincados planes para ayudar a los ángeles a cumplir sus tareas. Eso sí, siempre y cuando pidan su ayuda, de otro modo, no pueden intervenir.

      Entonces, cuando un ángel siente que las cosas no están funcionando, se reúne con su Maestro. Recibe todo el amor, el ánimo y la guía que necesita. Y en caso de que los Maestros precisen algo de asesoría también, pues para ello está el arcángel dorado. Si bien los Maestros están a cargo del Banco del Conocimiento, ellos todos están bajo la supervisión de Jofiel Arcángel.

      Zadquiel saluda a los Maestros de los Rayos de los Siete Colores, que le responden con marcada reverencia. Raudal viene siguiendo de cerca al Arcángel, pero algo distraído y se estrella con el Maestro del Rayo Violeta. Le chorrea la parte baja de su túnica sin intención. El Maestro trata de medir el gesto de desagrado que le produce el olor acre a sal marina que destila. Los demás se tapan la nariz sin disimulo y Zadquiel estalla en risas, que terminan por contagiarlos a todos, menos al Maestro del Rayo Violeta. El pequeño inocente y despistado, los mira sin comprender la reacción.

      Al Maestro del Rayo Violeta no le causa gracia el percance, pero tampoco le presta atención. Deja que el evento pase pronto al olvido, mientras se seca.

      —Mira, Raudal —le anuncia el Súper Arcángel—, este es el habilidoso y sabio Maestro que te corresponde, el del Rayo Violeta. Será tu guía más adelante.

      El Maestro, complacido con tan generosa presentación, se agacha ante el angelito y tras una amable sonrisa, le aprieta la nariz entre los nudillos de sus dedos índice y corazón.

      —¡Encantado de conocerte, Raudal!

      El gesto tampoco causa mucha gracia a Raudal que arruga su nariz, antes de soltar un sonoro estornudo. Esto motiva de nuevo la risa de los Maestros y del Arcángel, el pequeño los secunda, impregnando todo de un refrescante olor a chicle que los reconforta antes de la despedida. Todos le auguran una buena estrella para su nuevo camino. Raudal les sonríe agradecido, percibe su buena intención, pero no logra entender a qué se refieren.

      Zadquiel continúa adelante y lleva al ángel violeta de la mano, hacia la parte de atrás del edificio, donde está ubicado un idílico paraíso. Raudal debe empezar su proceso de formación en el parvulario, conocido también como Jardín del Edén. Es un espacio lleno de fe y armonía, sin exigencia alguna, donde lo único que rige son las fuerzas divinas de la naturaleza. Llegan allí los ángeles recién creados para sobrecargarse de amor, diversión y alegría, en el inmenso y hermoso lugar, lleno prados, fuentes, arroyos, árboles, flores, animales, insectos y aves de todos los colores.

      ¡Raudal se vuelve loco de alegría cuando lo ve!

      El pequeño trata de arrastrar al Poderoso Arcángel, muy a pesar de su corpulencia, mientras éste intenta saludar al también Súper Poderoso Arcángel Jofiel que se acerca. Brillante como el oro e iluminando todo a su alrededor, los recibe. Podría decirse que, rendido ante su impotencia, Raudal se resigna a esperar; pero la verdad es que lo hace movido por la curiosidad que le causa el fulgor de Jofiel. Se lleva la mano que tiene libre a la frente y entrecierra los ojos, para poder ver mejor a quien será, por algunas eras, su cuidador. Zadquiel lo presenta:

      —Mi refulgente amigo, este es Raudal y ha llegado para recargarnos de energía.

      Raudal lo mira con sus brillantes ojos café y sonríe con desmedida ternura, hinchando de amor el corazón ya bastante amplio de Jofiel. Conmovido con el gesto, el Arcángel en toda su delicadeza, emite un prolongado suspiro como única respuesta. De inmediato, Raudal siente que ha cumplido con el protocolo y tira de nuevo de la mano de Zadquiel para llevarlo a jugar. El dorado ser reacciona y se apresura a darle la bienvenida:

      —Raudal, ansiábamos tu llegada, ¡ahora sí vamos a divertirnos!

      —¡Listo! —celebra el ángel y atreviéndose a soltar la mano de Zadquiel. Levanta los brazos al cielo y con alegría, da un giro sobre sí mismo, emanando destellos de su raudal de luz líquida. Pero, ¡pierde el equilibrio! Y su protector se apresura a tomar de nuevo su mano para evitar que caiga.

      Raudal insiste y tira de él, quiere cumplir con el cometido que acaban de delegarle. Rebota al encontrar resistencia del gigantesco arcángel. Este aprieta un poco la manita de su pupilo dentro de su enorme puño y lo mira desde su altura con infinito afecto. Mejor se agacha para verlo de frente y a los ojos, mientras le habla intentando simular entusiasmo:

      —Debo dejarte aquí, para que colmes tu espíritu —dice, aunque le tiembla un poco la voz y debe aclarar su garganta para poder continuar—, para que juegues y te diviertas tanto como desees…

      No termina aún su discurso, cuando al pequeño ángel se le forman un par de lagrimones que se resisten a caer. Tiemblan, mientras hacen resplandecer más aún sus brillantes ojos. Amenazan con abrirse camino, pero solo uno consigue descender por una de las mejillas, tras un leve parpadeo. Y de allí, se precipita abajo, hasta unirse a su raudal de luz líquida.

      Zadquiel toma en brazos al pequeño ángel de luz violeta y lo levanta hasta lo más alto, para arrojarlo al vacío y volverlo a recibir, mientras emite otro sonoro:

      —¡Jo, jo, jo, jo…!

      Lo hace con la firme intención de impedir cualquier dejo de tristeza, nostalgia o incómoda sensación del ángel, que se carcajea por el vacío que el rápido descenso le produce. La pirueta antecede a un estrujador abrazo. Raudal se recuesta en el hombro del Arcángel con ternura, por un instante que no quiere que termine nunca. Cierra los ojos impregnándose de su cariño y del recuerdo de esa estruendosa carcajada que ya no lo sobresalta más. Zadquiel lo entrega a Jofiel y se retira apresurado.

      El arcángel de oro toma de la mano a Raudal y lo invita a ir a jugar con los demás ángeles bebé que esperan a prudente distancia. Él no puede creer lo que ve, nunca había imaginado siquiera que pudiera haber tantos ángeles como él y a la vez tan diferentes. Los hay de rayos de todos los colores: blancos, azules, naranjas, rosados, verdes, dorados como Jofiel y violetas como él. Expelen los más deliciosos y variados aromas, como hierba mojada, brisa marina o pan recién horneado. Además, los hay cristalinos y de éter, de algodón y de aluminio; pero lo cierto es que, quizá, ninguno es tan particular como Raudal, con su raudal de luz líquida.

      Todos alegres y con muchas ganas de jugar, se acercan curiosos al nuevo para invitarlo. Aún tímido, Raudal se camufla tras la túnica del Arcángel. Jofiel lo saca de debajo


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