Westend Street. Lorena Toda

Westend Street - Lorena Toda


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espero a Ethan aprovecharé para ver la tienda que han abierto justo al lado del Royal.

      Iré andando, así aprovecho el parón de la lluvia para que me dé un poco el aire. El metro por la tarde suele ir menos abarrotado que la mañana, pero si puedo elegir y el tiempo me lo permite, prefiero darme un paseo.

      Llego a la tienda que Rose me recomendó. «Elizabeth, A ti que te gustan todas esas cursilerías, no puedes perderte la nueva tienda cerca del Royal. Si pasas cerca, échale un vistazo, te gustará».

      Nada más entrar, tengo que reconocer que me parece un lugar encantador, lleno de colores y bonitas imágenes. Todo en perfecta armonía. Ordenado por colores. Cada color sigue al siguiente en la gama cromática, de tal manera que puede verse el arcoíris de los pantones dentro de la propia tienda. Compro dos libretas y tres lápices. Los dejaré en la oficina, en la mesa. A veces no sé por qué los compro, pero son tan bonitos que se merecen un lugar en mi despacho. Tengo muchas libretas por estrenar, pero el simple placer de tenerlas ordenadas encima de la mesa me produce un efecto relajante.

      Son las 17:05, casi me despisto. El mágico mundo de los colores es capaz de transportarme y hacer que el reloj se detenga. Ya se sabe, cuando algo te gusta no te das cuenta del tiempo que has pasado contemplándolo. Salgo a la calle para buscar a Ethan. Ahí está. Pantalón oscuro, camisa y jersey Levi’s, cazadora de Jack Wills y esa sonrisa puesta. Ethan siempre sonríe. Le veo ponerse una mano en el bolsillo y mi subconsciente quiere ver dos entradas para el Royal, aunque conforme me acerco dejo de ver el rojo y el código de barras y visualizo Live Nation. Bueno, serán para el O2, tengo lista de favoritos. Ethan se acerca, me da un beso y me enseña las entradas para el concierto de Slash.

      —No te lo vas a creer, Beth, el mismísimo Slash en concierto. Peter me ha llamado y nos ha faltado tiempo para comprarlas. Hemos conseguido las mejores localidades, toda la mañana colgados al teléfono. Slash tocará la guitarra delante de nosotros.

      Es de esos momentos que no sabes si callar por no decir una estupidez o decirle que la crisis de los cuarenta le está afectando en exceso. Ethan tiene 41 y sigue sintiéndose como a los 32, cuando le conocí. Salvaje, inocente, egoísta y, por qué no decirlo, encantado de estar consigo mismo.

      Lo nuestro fue y sigue siendo fugaz. Conocí a Ethan una noche en uno de los transitados bares cerca de Picadilly. Claire me lo presentó. Habían coincidido en un seminario en Thames Valley University. Esa misma noche, no sé por qué, terminamos en su casa con una botella de vino tinto y solo recuerdo un despertar soleado que apuntaba por la ventana y cuyos rayos iluminaban su torso desnudo.

      Tenemos una relación curiosa. Cada uno tiene una vida para sí mismo, y luego tenemos una vida en común: no vivimos juntos, pero pasamos tiempo juntos, bueno, algunas horas juntos. Ethan se mueve por impulsos, como un electrocardiograma. Hoy está arriba, de subidón, y es lo más encantador que puedas conocer, y en un rato está de bajón. No es bipolar, pero a efectos prácticos como si lo fuese. La noche que le conocí estaba de subidón. De tal subidón que me lo contagió. No sé qué me pasó, pero me transmitió esa locura descontrolada, sin vergüenza, sin tabús. Elizabeth Grostler, 26 años, con un breve historial amoroso, de esos de novio formal y poco más, de haber tenido solo dos parejas estables. La misma Elizabeth que una noche conoce a un tipo salvaje y acaban desenfrenados en casa ajena. Salimos del pub y nos besamos desenfrenadamente. En cada esquina repetíamos la misma escena hasta llegar al portal de su casa. En el ascensor no sé qué hice, pero al abrir la puerta de su apartamento me faltaba la mitad de la ropa, bueno, de la ropa interior. Había conseguido arrancarme la lencería.

      Quizá sea este descontrol que me saca de mí misma lo que hace que Ethan signifique algo para mí, lo que me tiene atada a él. Han pasado unos cuantos años y mantenemos la misma pasión, pero no sé si algo más. Siempre dudo si entre nosotros hay algo más.

      He pasado noches y días preguntándome qué es ese algo más que me es difícil de encontrar.

      La noche de Covent Garden cenamos en un mexicano, tortitas, chile y un buen vino. Luego me acompañó hasta casa. Era lunes y al día siguiente tocaba trabajar. «Nos vemos el fin de semana, Elizabeth». Se despidió, como siempre, con esa sonrisa seductora y desvaneciéndose como el humo y con las prisas de llegar tarde a algún sitio. A las 21:00 yo ya estaba en casa. Esa era la hora que marcaba el reloj de la cocina. Fui a mi habitación después de pasar por el baño y me puse el pijama.

      Cogí el libro, encendí la luz tenue del comedor y sentada en el sofá con mi manta azul y gris, me pasé dos horas seguidas leyendo. A las 23:00 me fui a la cama. Sentía que llovía en la claraboya de mi habitación. Las gotas de lluvia chocaban con el cristal e invitaban a dejarse sentir una a una hasta que el sonido se volvía silencio. Vivo en un tercer piso de Gunnersbury Street. Un apartamento de 70 m2 con un comedor, cocina, dos dormitorios y un baño. Y una pequeña terraza desde la que puedo ver el jardín de todos los vecinos de la comunidad. Me gusta de vez en cuando salir y ver qué ocurre en el vecindario. Los fines de semana organizan barbacoas.

      Aquella semana transcurrió como cualquier otra de un mes normal, sumando un mes más, un año más. Y así van pasando los días. Todo sigue igual.

      Muchas veces percibo que mi vida no tiene ritmo, que le falta algo que me mantenga viva. Es como si hubiese llegado un momento en que la monotonía me mata. No pasa nada diferente, todo se mueve siempre en la misma dirección. Casa, trabajo, casa. Algún fin de semana se me ha hecho eterno y tengo que confesar que he deseado que llegase el lunes. La vida en Londres no es fácil.

      Nací en Glasgow. Estudié en Glasgow y vine a Londres para buscar trabajo. Ir a la capital del Reino Unido es algo que me fascinaba. Mi familia sigue viviendo en Glasgow: mis padres, John y Elizabeth; Emily, mi hermana mayor, que ejerce en el Queen Elizabeth de Glasgow, donde su vocación se ve realizada, y mi hermano pequeño, Joe, que sigue en Alemania trabajando en automoción Desde que terminó Ingeniería en Hamburgo. Las oportunidades en el norte de Alemania son muy buenas para un ingeniero que adora los coches. Los tres bien avenidos, pero lejos uno del otro. Nos vemos en Navidad y en verano, cuando coincidimos en casa de mis padres.

      En Londres tengo pocos amigos: Mery, Carmen y Oliver son mi punto de referencia. Los tres tenemos muchas anécdotas. Mery es abogada en Deloitte, Carmen es médica y Oliver, un economista emprendedor. Solemos vernos cada mes, aunque este último año solo hemos quedado dos veces. Mery se casó y desde entonces hace vida matrimonial. Se ha vuelto aburrida. Me encantaría pasar por delante de su casa con una avioneta y con un cartel colgando que diga: «Mery eres una mujer tradicional y aburrida». A ver si así se enteraba de una vez por todas.

      Su marido es un directivo indio que trabaja en la empresa de su padre. ¡Su boda fue lo más! Tres días en Bangladés. Colores, ritmos, ceremonias. Hubo un momento que no sabía si ya se habían casado o aún estábamos en la primera fiesta. Lo pasamos genial.

      Carmen es una española que emigró a Londres con su marido, Álvaro, que es cirujano en Charing Cross, y Carmen es médica de la comunidad. Tienen tres hijos y está embarazada del cuarto. ¡No le da para más la vida a la pobre! La veo y sufro. Cochecito por aquí, biberón por allá, guardería, guardia, canguro… ¡que estrés, por favor! Su madre, Concha, un encanto de mujer, se ha instalado en su casa para ayudarlos. La última vez que estuve, los dos mayores tenían una guerra de globos de agua en el jardín que acabó en el salón. ¡Qué locura de vida!

      Oliver lo tiene todo: guapo, simpático, elegante. Es el director de una escuela de modelos. Cuando terminó la carrera de Económicas tenía claro que quería montar su propia empresa. Por sus manos han pasado muchas celebridades y tiene un sexto sentido para detectar nuevos talentos. Vamos por la calle y siempre anda con su cuello de jirafa sin perderse ni un detalle. No os lo he dicho, pero Oliver es gay. Oliver tiene una nueva pareja desde hace poco más de nueve meses del que está enamoradísimo. Otro encanto: Pierce, algo mayor que él. Los dos juntos son fabulosos. Están hechos el uno para el otro. Como si se conocieran de toda la vida.

      Hoy es domingo, un domingo como cualquier otro. Ethan vino un rato ayer por la tarde y se fue. Son las 9:35. Me encanta ese despertar de los domingos,


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