Retórica de la victoria. Giohanny Olave
political action, in the second the emphasis lies on the dissociative moment (pág. 38).
La cuestión de fondo es, pues, la concepción asociativa o disociativa del orden democrático y el papel que desempeña el conflicto en cada visión: como una amenaza a erradicar, en la visión asociativa, o como una condición a gestionar, en la visión disociativa. La atención puesta en la primera tradición estaría más vinculada con la política, mientras que lo político se inclinaría más hacia el reconocimiento de la naturaleza disociativa del orden social. Más específicamente, el antagonismo, como definición de la frontera entre un nosotros y un ellos, constituiría el problema de lo político; en palabras de Chantal Mouffe (2012 [2000]):
Con lo político me refiero a la dimensión de antagonismo que es inherente a las relaciones humanas, antagonismo que puede adoptar muchas formas y surgir en distintos tipos de relaciones sociales. La política, por otra parte, designa el conjunto de prácticas, discursos e instituciones que tratan de establecer un cierto orden y organizar la coexistencia humana en condiciones que son siempre potencialmente conflictivas porque se ven afectadas por la dimensión de lo político (pág. 114).
Desde esta perspectiva, la política es la domesticación de la hostilidad inherente a las relaciones conflictivas en el plano de lo político. Ahora bien, los discursos no solo acontecen en el ámbito de esos intentos de mitigación del antagonismo, es decir, no solo aparecen en el ámbito de la política, como parece sugerirlo Mouffe en la cita anterior. Al contrario, tanto el antagonismo como el agonismo2 se traducen en discursos donde el conflicto habla, se produce y se reproduce, esto es, que lo político (y no solo la política) también se construye en y a través del discurso, no solo como régimen de representación, sino además de producción. Lo producido es el desacuerdo. Ese producto no está por fuera de lo político, sino que le es constitutivo; en palabras de Jacques Rancière (1996, 2009), el desacuerdo es la racionalidad propia de lo político, una racionalidad que no se refiere solamente a las palabras, sino que involucra también la situación en la que estas se profieren y la relación entre quienes las utilizan. Así lo explica Rancière (1996):
El desacuerdo no es el conflicto entre quien dice blanco y quien dice negro. Es el existente entre quien dice blanco y quien dice blanco, pero no entiende lo mismo o no entiende que el otro dice lo mismo con el nombre de la blancura […]; al mismo tiempo que entiende claramente lo que dice el otro, no ve el objeto del que el otro le habla; o, aun, porque entiende y debe entender, ve y quiere hacer ver otro objeto bajo la misma palabra, otra razón en el mismo argumento […]. [El desacuerdo] concierne menos a la argumentación que a lo argumentable, la presencia o la ausencia de un objeto común entre un X y un Y. Se refiere a la presentación sensible de ese carácter común, la calidad misma de los interlocutores al presentarlo (pág. 10).
Una visión discursiva de lo político ubica en los momentos de desacuerdo o escenas de disenssus (Rancière, 2009, pág. 11) la problemática principal de los análisis y de la aproximación a los textos. Por tanto, el análisis implica centrarse en las circunstancias en las que el orden social se ve confrontado e interpelado por la presencia de otro orden que lo confronta. No se trata, entonces, de la preocupación por determinar las características que hacen político a un conjunto de discursos o que permiten clasificarlos y etiquetarlos como discursos políticos, sino de la interpretación analítica de la oposición política como hecho y fenómeno circunstancial, inscrita y producida por los discursos que la constituyen y la muestran en un espacio público e histórico determinado. En el campo disciplinar del análisis del discurso, la visión general de la retórica argumentativa y, en particular, algunas de sus líneas de investigación actuales han avanzado en la atención a esas escenas del disenso político.
Una visión retórica de la argumentación
El concepto de retórica que guiará el análisis general está fundamentado en el denominado enfoque problematológico, de Michel Meyer. Según esta perspectiva, se requiere una retórica centrada en el cuestionamiento, que pueda encarar de modo integral la relación triádica entre ethos, pathos y logos, al definir la retórica como la «gestión de la distancia entre individuos a propósito de una cuestión dada» (Meyer, 2013 [2008], pág. 26). El concepto implica el análisis de los procedimientos a través de los cuales se responde a una cuestión a la cual se le ha negado su estatuto problemático y su posibilidad de contradicción, es decir, se le presenta como una cuestión ya resuelta, que el discurso apocrítico confirma al centrarse en las proposiciones de respuesta, no en la interrogatividad que origina tales proposiciones.
El enfoque problematológico busca «restablecer sin cesar la diferencia entre pregunta y respuesta» (Meyer, 1993, pág. 25), a través de una retórica que, centrándose en el cuestionamiento, indague en el modo en que lo resolutorio silencia, desproblematiza o desplaza las cuestiones. El enfoque sirve para recuperar esas cuestiones que los actores involucrados logran silenciar, desproblematizar y desplazar por medio de los discursos de oposición en el conflicto. Tales cuestiones dividen o reúnen a los sujetos; es en esos movimientos de separación y de unión donde se relacionan ethos, pathos y logos, de manera que el papel de la distancia (diferencia entre los actores) resulta crucial para el análisis de la serie de discursos elegidos: «La retórica es el encuentro de los hombres y del lenguaje en la exposición de sus diferencias y de sus identidades. Se afirman para reencontrarse, para encontrar un momento de comunión o, por el contrario, para advertir la imposibilidad y comprobar el muro que los divide» (Meyer, 1993, pág. 10).
Si la gestión de la distancia define a la retórica, esto es porque las relaciones intersubjetivas se juegan en la dinámica de la identidad y la diferencia, del acercamiento y del alejamiento entre individuos que buscan hacer valer su posicionamiento al respecto de una cuestión. A lo largo de los capítulos de este libro restablezco la problematicidad sobre los modos de decir la oposición política, esto es, el problema de inscribir el desacuerdo en el discurso, específicamente en un periodo histórico en el que las demostraciones de fuerza eran determinantes para hacer aceptable un nuevo proceso de paz que le diera fin a medio siglo de conflicto armado.
Para el abordaje retórico de lo político, el examen de la gestión de la distancia se complementa con los trabajos de Emmanuelle Danblon. Tales estudios permiten analizar las funciones de la retórica en su lugar paradójico en la democracia contemporánea: el decir retórico posibilita la democracia desde la libertad de oposición y de crítica, pero al mismo tiempo representa una amenaza para ella, cuando seduce, manipula y presiona (Danblon, 2004). Así, los límites retóricos de la democracia se establecen en las tensiones entre crítica y persuasión, pues las radicalizaciones de la una y de la otra pueden llevar al relativismo moral y a la dogmatización de la divergencia (léase ‘demagogia’), o bien a la absolutización del sentido y a la censura autoritaria del disenso (léase ‘tiranía’). Precisamente por ese lugar paradójico, la democracia constriñe el ejercicio de la oposición del ciudadano y la evalúa admisible o no. Para el analista, esto implica un examen de esos principios que las instituciones sociales presentan como sagrados o incontrovertibles, y, además, supone una comprensión de los modos en que los ciudadanos, desde lugares de enunciación legitimados en diversos grados, asimilan o no esos principios al exponer verbalmente sus desacuerdos.
De este modo, en las democracias se tensionan la crítica y la persuasión, el deber ser y el ser real de la oposición. La presencia permanente de esa tensión hace necesario indagar en los mecanismos sociocognitivos de la racionalidad retórica (Danblon, 2002, 2004), en las funciones sociales de esa racionalidad (Danblon, 2005) y en las implicaciones culturales de las prácticas retóricas en el mundo contemporáneo (Danblon, 2007, 2013, 2015). Una de esas prácticas retóricas, central en este estudio, es la polémica pública. En las interacciones la polémica proporciona un medio de lucha y protesta pública contra lo que se percibe como intolerable e indignante; ese medio posibilita la construcción de identidades colectivas y de posicionamientos sociales en el marco de sociedades pluralistas en las que el conflicto es inevitable. Así pues, su principal importancia radicaría en la conducción del desacuerdo hacia formas de expresión que no se traduzcan en violencia física (Amossy, 2014; Amossy, 2016). Al respecto, Amossy (2016) señala lo siguiente:
¿Qué se puede hacer en una situación en la que los individuos comparten un espacio con otros individuos dotados