Vacuidad y no-dualidad. Javier García Campayo
Clave de Corrección: El NETI se puntúa entre 20 y 100 puntos, siendo las cifras más altas las que indican mayor no-dualidad. Cada ítem se puntúa como se observa en la escala, excepto los ítems número 4, 8, 14, 15 y 16 que se puntúan de forma inversa. No hay puntos de corte establecidos.
4. ¿Cómo funciona el yo?
Cuando no crees que eres esto o lo otro, todo conflicto cesa.
Yo soy eso SRI NISARGADATTA MAHARAJ
Introducción
Como habíamos comentado, en las últimas décadas, el apego al yo en Occidente así como la importancia y el reconocimiento que se le otorga, son extremos. Hace siglos, había estructuras que limitaban una expresión rampante del yo en exceso, pero actualmente se están debilitando. Son estructuras como la familia o la sociedad (que se consideraban más importantes que el individuo) o el respeto a la tradición (que impedía a las personas más jóvenes sobresalir en exceso sobre los mayores).
La cultura occidental, desde los albores de la religión, defiende una dicotomía basada en una parte de nuestro proceso mental, que es pura y que se denomina «alma», y que, sin una connotación tan religiosa, también se ha denominado conciencia. Existiría otra parte, instintiva y pecaminosa, ligada a las necesidades básicas del cuerpo, como la sexualidad o el apetito. Nuestra vida, según las religiones monoteístas, sería una lucha entre ambas instancias que se establece dentro de «nuestro yo», y, según el resultado, obtendremos una recompensa o un castigo en la otra vida.
Algunos grandes filósofos occidentales han tocado este tema. Así, Kant considera que Dios, Mundo y yo son ideas a priori, universales y necesarias, pero sin correlato empírico, de manera que no producen un verdadero conocimiento. También Hume lo etiqueta como una idea ilegítima y sin correlato empírico. Schopenhauer se refiere a la individuación de la Voluntad, como fuerza que rige el mundo. También Nietzsche considera que el yo es, básicamente, la voluntad. Descartes identifica conciencia con yo y considera que es una naturaleza pensante, lo que quiere y no quiere, lo que imagina y siente. Wittgenstein afirma que el yo es una sombra gramatical, una idea muy similar a la que defiende el budismo, que afirma que el yo solo se sostiene por el diálogo interno.
También la psicología occidental identifica yo y conciencia, como se observa en la teoría del Ello, yo y Superyó de Freud. Esta ciencia dedica un gran esfuerzo a analizar el yo, que podría identificarse con la personalidad. En suma, Occidente jamás se planteó la deconstrucción del yo en el sentido budista, porque siempre mantenía la conciencia/alma, identificada de alguna forma con el yo, como una instancia inmutable. Pero en la tradición oriental, tanto el hinduismo, sobre todo la escuela Vedanta Advaita, como el budismo consideran como una enseñanza fundamental la no existencia de un yo sólido y permanente.
Por eso, cuando el budismo se extendió por Occidente, surgieron dos grandes corrientes: los detractores, que lo llamaron «nihilista», por considerar que negaba la existencia de un alma o un yo, y algunos «defensores», a quienes cautivó la teoría de la reencarnación, porque era una forma de convertir el alma en eterna. Lo que vamos a desgranar a lo largo del libro es que ambas visiones son erróneas. El budismo no niega que exista un yo, lo que niega es que exista como nosotros lo percibimos: como un continuo permanente.
El yo convencional
Aunque podamos dudar del yo a nivel filosófico, a nivel convencional no ocurre así, porque es obvio que hay alguien que habla y alguien que escucha. El Buda dijo que podían usarse palabras como yo, mi o lo mío si esos términos no nos confundían (Samyutta Nikaya 1:25; Bodhi 2000, pág. 102). Esta idea dará pie a uno de los elementos clave del budismo en este tema y que, posteriormente, veremos: la distinción entre la verdad o realidad convencional y la verdad o realidad última. Sin la convención aceptada sobre qué es nuestro yo, nuestro discurso sonaría mucho más forzado y reiterativo, porque tendríamos que decir «aquello que habla» o «aquello que está aquí de pie». Yo o lo mío son palabras que nos sirven para entender a quién asignar el papel de poseedor, o quién siente el control de la actividad que está ocurriendo. Lo mismo ocurre cuando hablamos de otra persona: nos referimos a ella como una identidad.
No vale la pena dejar de usar estos convencionalismos, pero siempre sabiendo que no son la realidad última. El problema es que al usar continuamente «yo, mi, lo mío» y al describirnos de una cierta forma, todo eso nos hace creer que el yo es algo real, pero no lo es. Es una ilusión.
Práctica: buscar la sensación del yo en el momento presente y evitarla
Observa tu diálogo externo e interno. Cuando usas la palabra «yo», ¿a qué te refieres? Usamos la palabra «yo» cuando nos referimos a alguna acción del cuerpo («estoy subiendo las escaleras o cocinando»), a alguna sensación del cuerpo o de los sentidos («me duele», «oigo a un pájaro»), a algún pensamiento («creo que está lloviendo» o «pienso en el día que me espera mañana») o emoción («estoy triste» o «no me hagas enfadar») o impulso («me comería un pastel» o «iría a correr»). Observa que nuestro diálogo siempre es así.
Durante cinco minutos, sustituye estas expresiones por gerundios («subiendo escaleras», «cocinando», «sintiendo