El mensaje de los profetas. Darío López

El mensaje de los profetas - Darío López


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agente de la Gracia y Justicia de Dios. La paz que se busca y procura para todos no es solamente ausencia de guerra o de conflictos sociales, sino plenitud de vida para todos, sean ciudadanos de esa tierra o migrantes voluntarios o forzados. La misma demanda se nos hace a nosotros: Paz para todos, Vida plena para todos, Justicia imparcial para todos, Inclusión social sin retaceos.

      En tercer lugar, les pidió a las víctimas de la violencia de la guerra que sean visionarios, es decir, que aprendan a mirar más allá de la realidad actual de desarraigo y que sean jalonados por la esperanza. De acuerdo a Jeremías, la condición de desplazados forzados y de desarraigo violento no sería eterna, para el caso de los cautivos en Babilonia duraría 70 años (Jer 29.10), y luego regresarían a la tierra añorada y evocada continuamente. Para los cautivos de Babilonia, y también para nosotros, dejarse amordazar y paralizar por la condición de víctimas del sistema predominante, como si éste tuviera la última palabra en la historia, además de aquietar las ansias de liberación y de secuestrar la esperanza, nos roba lo más precioso que tenemos —así estemos o no en situación de cautividad— la voluntad de transformar la prisión actual en un terreno de libertad, y la capacidad de soñar e imaginar una nueva realidad. Una nueva realidad en la que la paz se abrace con la justicia, y toda forma de impunidad y de injusticia sea desterrada de las relaciones humanas y de la vida social y política cotidiana.

      Los falsos profetas y el pueblo cautivo

      Aprovechando la situación de incertidumbre, inquietud, desesperanza y crisis que se vivía en esos días, los falsos profetas, tanto en Jerusalén como en Babilonia, proclamaban el fin del exilio, convencidos de que Babilonia estaba a punto de caer (Jer 28.1–4; 29.8–10, 21, 31). Así lo expresó Hananías:

      Así habló Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, diciendo: Quebranté el yugo del rey de Babilonia. Dentro de dos años haré volver a este lugar todos los utensilios de la casa de Jehová, que Nabucodonosor rey de Babilonia tomó de este lugar para llevarlos a Babilonia, y yo haré volver a este lugar a Jeconías hijo de Joacim, rey de Judá, y a todos los transportados de Judá que entraron en Babilonia, dice Jehová; porque yo quebrantaré el yugo del rey de Babilonia (Jer 28.2–4).

      Es interesante notar cómo a través de estos personajes, los falsos profetas, la mentira se institucionaliza, con el propósito de aquietar y amordazar a las víctimas de la violencia de la guerra y a los inmigrantes forzados, sembrando falsas esperanzas.

      Jeremías no se quedó callado, no eludió el problema, no evadió la confrontación directa con los falsos profetas. Denunció públicamente, como vocero de Dios, la práctica mentirosa de los falsos profetas:

      …así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos, ni atendáis a los sueños que soñáis. Porque falsamente os profetizan en mi nombre; no los envié, ha dicho Jehová (Jer 29.8–9).

      A los cautivos se les pidió que no se dejaran engañar por estos falsos profetas y que no tuvieran en cuenta sus falsas afirmaciones y promesas. Y se subraya que profetizaban falsamente, utilizando el nombre de Dios para validar sus afirmaciones. Más aún, Jeremías acotó que estos falsos profetas no habían sido comisionados por Dios ni tenían su aprobación:

      Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, acerca de Acab hijo de Colaías, y acerca de Sedequías hijo de Maasías, que os profetizan falsamente en mi nombre: He aquí los entrego yo en manos de Nabucodonosor rey de Babilonia, y él los matará delante de vuestros ojos (Jer 29.21).

      El juicio justo, imparcial e inapelable de Dios llegaría sobre aquellos que utilizaban su nombre en vano para justificar y legitimar su mensaje de falsa esperanza y de mentira institucionalizada. Y, como en este caso, Dios puede utilizar incluso a los no creyentes para sancionar ejemplarmente a los que utilizan a Dios y a la religión como mercancía y como instrumento para posicionarse en los espacios de poder como mediadores autorizados de lo divino. La sanción decretada contra Semaías, uno de los falsos profetas que hizo de la mentira un instrumento de poder político-religioso, da cuenta de la justicia divina y expresa que Dios no es amigo de la impunidad, la mentira y la injusticia:

      …Así ha dicho Jehová de Semaías de Nehelam: Porque os profetizó Semaías, y yo no lo envié, y os hizo confiar en mentira; por tanto, así ha dicho Jehová: He aquí que yo castigaré a Semaías de Nehelam y a su descendencia; no tendrá varón que more entre este pueblo, ni verá el bien que haré yo a mi pueblo; porque contra Jehová ha hablado rebelión (Jer 29.31–32).

      Como se subraya en este pasaje, los falsos profetas (Ajab, Sedequías, Semaías) utilizaban la mentira como instrumento para sembrar en el pueblo falsas esperanzas. Sin embargo, Dios conocía esa realidad; él no avalaba ni avala la mentira, y la impunidad no formaba ni forma parte de su presencia activa en la historia humana. Dios en su justicia, imparcial y ejemplar, como lo hizo con estos falsos profetas, sancionará a quienes utilizan su nombre para granjearse la simpatía del pueblo que vive confiando en el engaño de los que se presentan a sí mismos como voceros autorizados de Dios.

      La cautividad física o la esclavitud mental, como ocurrió con los judíos desterrados en Babilonia, continúa siendo un problema real en el mundo contemporáneo. Los falsos profetas todavía están activos y la mentira sigue siendo su instrumento favorito para mantener cautivo al pueblo de a pie. Cautivo de una religión vendida al poder político, secuestrada por quienes están en el poder, y de una religión instrumentada por los poderosos para continuar oprimiendo y explotando a quienes se dejan seducir por un lenguaje religioso que parece revelación divina, pero solo es falsedad disfrazada de piedad o hipocresía adornada con lenguaje religioso.

      A los falsos profetas se les tiene que confrontar y denunciar públicamente, como lo hizo Jeremías en su tiempo. Jamás se les debe hacer concesiones, nunca se tiene que ignorar sus pretensiones mesiánicas y siempre se tiene que denunciar sus mentiras adornadas con lenguaje religioso. Para esta tarea, que es permanente, siempre serán necesarios tanto el discernimiento como el coraje, así como la capacidad de indignación y una palabra que no se negocia ni se subasta. Sobre todo, cuando la religión se enlaza con la política o viceversa.

      Una esperanza que se teje desde la cautividad

      Dios habla y Jeremías actúa. La acción profética de Jeremías incluyó la denuncia pública de los falsos profetas y un llamado a los cautivos para que confíen en la palabra de Dios. Los cautivos tenían que confiar en la promesa de liberación que Dios les hacía a través de la palabra profética de Jeremías. Una confianza que se tenía que traducir en obediencia activa, a pesar de que las condiciones sociales y políticas en las que se encontraban los cautivos en tierra extraña no les eran favorables ni les aseguraban estabilidad personal y familiar en el corto plazo. Una realidad que parecía conspirar contra una confianza en la promesa de liberación.

      Dios no solo promete liberar a los cautivos para que regresen a la tierra evocada y anhelada, dándoles la fecha precisa (Jer 29.10). Les da además a los cautivos en Babilonia señales claras de su presencia en la historia, desnudando la falsa esperanza de liberación que transmiten los falsos profetas que él no ha enviado ni comisionado, y precisando que serán sancionados debido a la mentira con la que crearon falsas esperanzas y por haber utilizado su nombre para validar esa mentira. De esta experiencia de los cautivos en Babilonia, queda claro que no habrá impunidad para quienes utilizan la mentira como herramienta político-religiosa con el fin de imponer un punto de vista contrario a la voluntad de Dios, y para quienes utilizan el nombre de Dios en favor propio o de intereses políticos y religiosos subalternos.

      Los cautivos en Babilonia tenían que afirmarse en la esperanza de liberación en un contexto de desesperanza, mentira institucionalizada y desarraigo violento de la tierra de sus ancestros. Desde allí tenían que tejer una esperanza firme confiando solo en la promesa que el Dios de la Vida les hacía y que cumpliría en el tiempo señalado:

      Así ha dicho Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar (Jer 29.10).

      Para personas que lo habían perdido todo (libertad, tierra, familia, posesiones) y cuyo futuro era incierto


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