El amor de sus sueños. Julie Cohen
que hacer un trabajo de investigación además de diseño. Y me imagino que habrá muchas cosas que habrá que encargar para que nos hagan a la medida. Será todo un reto pero creo que los resultados serán espectaculares. Si es que está de verdad comprometido con la idea, claro. Y dispuesto a gastarse el dinero.
–Estoy más que comprometido y tengo el dinero necesario para este proyecto –repuso Jack.
Ella sonrió de nuevo, esa vez con más dulzura.
–Muy bien, señor Taylor. Entonces, estaré encantada en aceptar su proyecto.
–¡Genial! –contestó él con una sonrisa de oreja a oreja.
Se sentía defraudado porque ella no fuera la mujer que estaba buscando pero, aun así, y aunque ella pareciera despreciarlo, le gustaba que viera las posibilidades que había en el Delphi. Sabía que ella lo ayudaría a conseguir su sueño de recuperar el esplendor del cine. Y podrían volver a ser amigos de nuevo.
Le extendió la mano.
–Estoy deseando trabajar contigo. Y, por favor, llámame Jack.
Ella se la estrechó y esa vez sus dedos estaban algo más cálidos. Jack los rodeó con la mano, saboreando la sensación de sentir su piel contra la suya, incluso llegó a tirar de ella, acercándola más a él. No iba a tener nada con aquella mujer pero, aun así, estaba empeñado en que su relación laboral fuera por buen camino.
Entonces, Kitty, aún sonriéndole, lo miró por primera vez a los ojos. Jack se quedó helado, fulminado por algo tan fuerte como un rayo. Sus sentidos desaparecieron, igual que el suelo bajo sus pies. Y todo él se quedó ensimismado observando los ojos que lo miraban.
Sus ojos eran verdes. De un verde primaveral. De un verde que invitaba a la vida y a las promesas eternas.
Era ella.
Fue una conmoción, un sobresalto. Se quedó sin aliento y se le erizó cada vello del cuerpo.
–Jack.
Su rico tono de voz dotaba de sonoridad a su nombre. También había sido así en su sueño. Al oírla, la electricidad que lo había sacudido con la fuerza de un rayo se volvió puro fuego.
La deseaba. Era más que eso. La necesitaba. Con una urgencia que nunca antes había sentido, después de toda una vida jugando.
Inspiró profundamente y cada átomo de ese aire iba cargado de su esencia. Su entrepierna respondió al instante, endureciéndose y latiendo.
Su boca ansiaba devorar la de Kitty. Su piel anhelaba sentir la de ella contra la suya, deslizándose a la vez, lustrosa por el sudor y el calor. Sintió cómo su mano temblaba, aunque quizá fuera la del propio Jack. No estaba seguro de nada, sólo de que la deseaba.
No dejó de mirarla ni un segundo, pero sus ojos parecieron transformarse. Vio cómo sus pupilas se dilataban y sus ojos se agrandaban.
Ella también lo deseaba.
Jack se acercó un poco más. Sólo estaba a unos pocos y tentadores centímetros de su cuerpo. Inclinó su cabeza hacia Kitty. Sólo pensaba en besarla, abrazarla y rodearla con su cuerpo. Quería saborearla en todas partes y por todas partes. Ella separó los labios y suspiró. Otro segundo más, otro movimiento y Jack estaría en el cielo.
Pero el momento pasó.
Kitty quitó la mano y se echó hacia atrás.
–Ehhh… –farfulló ella intentando recuperarse–. Tengo que irme.
–¿Irte?
–Sí. Tengo… Tengo otras cosas que hacer –añadió mordiéndose el labio inferior para tormento de Jack–. Vamos que… Que tengo una reunión. De trabajo, ya sabes… Pero estoy muy contenta de hacer este proyecto. Este edificio es absolutamente increíble. Será…
Hablaba con rapidez, parecía que le faltaba el aliento. Hasta que se detuvo y frunció el ceño para pensar en el adjetivo apropiado.
–Será genial. Bueno, hasta luego –añadió girándose y yendo hacia la puerta de repente.
Jack la observó. Sin saber si era su cabeza lo que giraba o el edificio a su alrededor.
–¡Kitty! ¡Se te ha olvidado la cartera!
Se sobresaltó al oír la voz de su amigo. Se había olvidado de Oz y de que éste hubiera estado a su lado todo el tiempo.
–¡Gracias! –repuso ella tomándola.
Después miró de nuevo a Jack, que seguía clavado en el sitio.
–Te llamaré mañana, Ja… –tartamudeó ella por un momento–. Jack. Hasta mañana. ¡Adiós!
Cerró la puerta tras ella.
Él pudo por fin moverse, corrió a la puerta, la abrió de golpe y la vio doblar la esquina.
–¿Qué demonios acaba de pasar aquí? –le preguntó Oz.
Jack se apoyó en el umbral. Era muy buena pregunta. Se sentía como si acabara de correr una maratón, cuesta arriba y con una gran erección.
–Pasan dos cosas, Oz. La primera es que acabo de conocer a la mujer de mi sueño –dijo mientras se limpiaba el sudor de la cara y se ajustaba los vaqueros–. Y la segunda es que he demostrado de una vez por todas que no le pasa nada a mi miembro.
–¿Kitty es la mujer de tu sueño? Excelente.
–Sí… Excelente.
Oz lo miró con suspicacia.
–No pareces tan entusiasmado como deberías estar.
–Porque hay un problema. Le rompí el corazón hace diez años, ¿te acuerdas?
–Soy una profesional, soy una profesional, soy una… ¡Ahhh!
Kitty se estremeció de dolor cuando se torció el tobillo en el aparcamiento. Se tambaleó hasta el Mercedes como pudo y se apoyó en él en cuanto llegó.
Se miró en la ventana. Parecía muy pálida.
Había estado orgullosa de sí misma. Se había convencido de que podría con lo que el destino le pusiera delante. Cuando entró en el Delphi, sólo vio al hombre alto y rubio, que la recibió con una enorme sonrisa. Había suspirado aliviada. Jack era moreno.
Pero cuando le dijo cómo se llamaba el estómago le dio un vuelco. Oscar Strummer había sido el mejor amigo de Jack en el instituto. Entonces se dio cuenta de con quién se iba a enfrentar.
Intentó mantenerse calmada, convencerse de que era una adulta, que tenía mucho que ganar con ese contrato y que ya no importaba lo que había pasado años atrás en el instituto.
Pero había estado equivocada. La voz de Jack casi acaba con ella. Sintió como si su cuerpo se cerrara. Le había costado muchísimo trabajo girarse para mirarlo y mucho más, después de verlo, no deshacerse en un charco a sus pies.
Tenía un aspecto fantástico. A pesar de estar cubierto de polvo y suciedad y de su ropa de trabajo, estaba guapísimo. El chico más apuesto del instituto se había convertido en un hombre de lo más atractivo.
Los mismos ojos marrones, el mismo pelo negro peinado hacia atrás, la misma piel fresca… Pero su rostro era más fuerte, igual que su cuerpo. Sin dejar de ser esbelto pero ahora también era musculoso. Y más alto.
Habían pasado diez años y lo que no había cambiado para nada era su energía. Se movía con rapidez y fluidez. Sus ojos y su boca estaban en constante movimiento. Era tan fascinante como recordaba. O más. Cuando le dio la mano había levantado una ceja en una expresión que era a la vez infantil y sexy. Era un hombre encantador.
Pero había conseguido sobrevivir. Se había mantenido fría. Y creía que lo había hecho tan bien que estaba orgullosa de sí misma. Cuando le ofreció el contrato, Kitty supo que había ganado.
Pero