Playboy. Katy Evans

Playboy - Katy Evans


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a mí, sino a Carson, pero yo no puedo dejar de mirarlo a él, a Ojos Plateados. Tiene esa clase de boca rígida que te hace preguntarte cómo sería probarla, una mandíbula marcada y… ¡Frena, Wynn! Nada de hombres, ¿recuerdas? Salvo para el sexo, ¡y no te vas a acercar a Casanova!

      Me muerdo el labio inferior y finjo que el tipo que tengo delante no me estresa tanto como a mi acompañante.

      Cuando todos menos Carson se retiran, mi pareja enseña su mano y el tío gira las cartas y se cruza de brazos. Tiene una escalera de color. La más alta es un as.

      Parpadeo.

      ¿Qué demonios acaba de pasar?

      ¿Mi acompañante ha perdido y me ha vendido a este tío en el proceso?

      Le brillan los ojos, triunfantes.

      —Trae la silla aquí —me pide mientras señala su lado con la cabeza.

      No tengo ni idea del lío en el que me he metido, pero decido que librarme de él es mi mejor baza. Me levanto, me doy la vuelta dispuesta a marcharme y le digo a Carson:

      —En serio, no voy a…

      Ojos Plateados se pone de pie, rodea la mesa y, de pronto, su pecho es un muro con el que casi choco cuando intento irme.

      —Quédate —me ordena en voz baja mientras me toma de la muñeca con calidez y fuerza.

      Cada parte de mí nota su contacto.

      Me zafo de su agarre. Me escuece la muñeca y me preocupa un poco el efecto que ejerce sobre mí.

      Es tan alto que tengo que estirar el cuello hacia atrás para mirarlo.

      —Mi acompañante me habrá ofrecido, pero yo no estaba de acuerdo.

      —¿Cuál es tu precio? —pregunta.

      Qué bien huele, Dios: a jabón, colonia y a aroma de triunfador.

      —¿Mi precio para qué?

      —Para que aposentes tu precioso culo en la silla, a mi lado, y juegues.

      Yo exhalo.

      —¿Y ya está?

      —De momento. —Vuelve a esbozar una sonrisa tenue y en mi cuerpo se despierta la lujuria. Mierda.

      He visto Una proposición indecente. Para ser sincera, hubo un tiempo en que me gustaba mucho Robert Redford. Culpo a Hollywood y a mi subconsciente por hacerme creer que no sería mala idea hacer lo que me pide. Al fin y al cabo, solo accedería a poner mi «precioso» culo en la silla y a jugar. ¿De verdad piensa que tengo un culo precioso?

      —Vale —digo sin pensar.

      El tío hace un gesto al camarero para que ponga mi silla junto a la suya y luego me lleva allí para que me siente. Se coloca a mi lado. Tiene un cuerpo muy masculino, va vestido de negro y desprende una fragancia muy sensual. Les pide que repartan. En cuanto acaban, empuja el montón de cartas hacia donde estoy yo.

      —Juega.

      —¿Cómo?

      Mis ojos se encuentran con esos infaliblemente directos ojos plateados.

      —Ya me has oído.

      —Tú estás loco.

      Se reclina en el asiento y entrelaza las manos detrás de la cabeza.

      —Me han dicho cosas peores.

      —Lo siento, Wynn —se disculpa mi acompañante mientras se levanta para irse.

      —Wynn —repite con ese timbre grave y engolado.

      Me vuelvo para encararlo y me sonrojo.

      —No me llames así.

      —¿Por qué no?

      —Porque es mi nombre y yo no sé el tuyo. Estoy en clara desventaja.

       —Playboy.

      —¿Eh?

      —Que lo llaman Playboy —me explica mi pareja antes de que lo acompañen a la puerta.

      Playboy sonríe.

      Me quedo a cuadros y niego con la cabeza sin dar crédito.

      —Joder, mi suerte con los hombres está peor que nunca.

      —No te estreses. No pago por echar un polvo. Corrígeme si me equivoco, pero te acabo de librar de la cita más aburrida de tu vida.

      —No ha sido aburrida porque estabas tú.

      —¿Acaso soy interesante?

      —No. Tienes más pinta de haber salido de… una peli de miedo.

      —Juega ella por mí —les informa a los demás—. ¿Os parece bien a todos que le diga qué hacer?

      —Te toca, Playboy —aceptan al unísono.

      Da un golpecito con el dedo en el tapete de fieltro verde y ladea la cabeza para verme las cartas.

      —A ver qué tenemos.

      —Será qué tengo —replico.

      —Lo tuyo es mío —me susurra al oído mientras le enseño las cartas y él las mira detenidamente.

      Me indica qué cartas debo devolver y cuántas debo pedir. Hago lo que me manda y aun así acabo con una sola pareja.

      —¿Por qué estoy jugando a esto? —le pregunto a su perfil cuando perdemos y nos reparten otra mano.

      —Porque estaba perdiendo hasta que has llegado.

      —Y ahora también.

      Me observa pensativo y luego se centra en las cartas que tengo en las manos.

      —Está claro que necesitas clases. —Me quita las cartas y se pone a jugar—. Quédate ahí y no me distraigas. Distrae a los demás.

      Como su tono no admite discusión, jugueteo con mi pelo y me enrosco los mechones sueltos en el dedo índice mientras miro fijamente a los demás el tiempo justo para que alcen la vista.

      —Pensándolo mejor, olvida lo que te he dicho.

      —¿Cómo? Quien te entienda que te compre. —Lo fulmino con la mirada y él a mí.

      —Ahora mismo no me entiendo ni yo. Deja de toquetearte el pelo.

      Gana esta partida y las ocho siguientes. Tiene tantas fichas que los gerentes del local le traen las de mayor valor para que no se quede sin sitio en la mesa.

      Cuando terminan, los hombres que nos acompañan empiezan a dispersarse por la sala y nosotros nos quedamos sentados. Nos han traído otro whisky, hemos girado las sillas y casi estamos cara a cara. Se interesa por mí.

      Me encojo de hombros.

      —Ya sabes que me llamo Wynn. Tengo treinta años. Soy galerista. Acabo de salir de una relación y paso del amor por completo.

      —Hum. Creo que te estás saltando las mejores partes. Como por ejemplo qué haces aquí.

      Tomo un sorbo despacio.

      —Reconozco que te lo montas de maravilla. Pero aún no me explico qué hago aquí.

      —¿Esperas que me crea que no sabías que estaría aquí?

      —¿Perdona?

      —¿Esperas que me crea que no me deseas y que no querías captar mi atención? Admito que eres ingeniosa. Tengo curiosidad.

      —Serás creído. Pues no. Eres demasiado desvergonzado como para presentarte a mi madre. Pero estoy decidida a vivir nuevas experiencias… —Juro que voy a improvisar sobre la marcha—. Y más ahora que acabo de salir de una relación de cuatro años —me explayo—. Usaré a los tíos igual que hacen ellos con nosotras.

      —Ah,


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