Toque de queda. Jesse Ball

Toque de queda - Jesse  Ball


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la encontramos allí, frente a la casa, en el suelo. El resto estaba bien, solo la cabeza… bien, la teja había volado, y el viento le habrá dado impulso. Supongo que no hizo ningún ruido al caer.

      —Lo lamento —dijo William—. Es una tragedia.

      —Queremos que signifique algo —dijo la mujer—. Pensamos en ello, y con esto se puede lograr que signifique algo, ¿no le parece?

      —No me cabe la menor duda.

      —Pensamos que comenzaría con el nombre, como es la costumbre, y luego…

      —Bien… Lisa Epstein. ¿Quieren el nombre en mayúsculas?

      —Sí, mayúsculas grandes y claras.

      —Quizá, quizá… —interrumpió el hombre—: Ella caminaba por la calle frente a nuestra casa, y anochecía.

      —Pensamos en algo así, con variantes. ¿A usted qué le parece?

      Lo miraron intensamente.

      —Es posible, quizá, veamos. ¿Qué edad tenía, exactamente?

      —Nueve años y veinticuatro días.

      Él se inclinó sobre la libreta.

      Lisa Epstein

      Caminaba por la calle frente a nuestra casa,

      y anochecía.

      Respiró profundamente y se reclinó en la silla. Cerró los ojos, los abrió, miró de nuevo. Miró el cuarto, eludiendo los ojos de la pareja. Dondequiera que tratara de mirar, sus ojos eran atraídos por esa angosta franja de luz, esa ventana de dieciocho paneles. Era la naturaleza del cuarto, y las tres sillas eran la expresión de esa naturaleza. Aunque no era exactamente así. No había tres sillas. Había dos sillas, y una que no se iba a usar. Se preguntó si estaba sentado en la silla que solía usar la niña. Incluso era posible que el cuarto hubiera cambiado por completo, que la niña nunca hubiera visto el cuarto tal como estaba ahora.

      —¿Se sientan aquí a menudo?

      —Nos sentamos aquí al anochecer.

      Miró de nuevo la libreta. Lisa Epstein. Lisa Epstein.

      Abrió una página nueva.

      LISA EPSTEIN

      9 años, 24 días

      En nuestra calle, anochecía.

      Les mostró.

      Una cosa que se desarrolla en un niño (aquello que debe ocurrir específicamente, con precisión, para que haya éxito en alguna actividad) no es la prefiguración de esa excelencia, no. No es la capacidad para producir grandes cosas menores que vayan en ascenso, como una escalera. Es más bien una especie de apatía que se propaga a otros asuntos, despejando ese asunto en particular.

      Pero también está el tema de las ADIVINANZAS que se deben aprender por cuenta propia o bajo una tutela muy violenta. No me molestaría que me dieran latigazos si eso significara que podría resolver todas las adivinanzas sin excepción. Sí, a William lo habían azotado hasta que aprendió de memoria todo el Libro de Exeter. No es de extrañar, pues, el ascenso a su segunda profesión, epitaforista.

      Existe la teoría de que el sol está constituido por miles de soles que están en guerra con los demás. Es una teoría desacreditada, pero nunca la refutaron.

      Se dirigió al siguiente lugar por una ruta oblicua, y atravesó varios callejones, que a la vez estaban conectados con otros callejones. Aquí se veía la parte trasera de las cosas: rota, destartalada, impenitente. Pero había observadores. Se veían caras bajo escaleras en ruinas y en la entrada de viviendas precarias.

      En el primer callejón vio a un hombre que corría, y a varios hombres que lo perseguían. El hombre que corría andaba de un modo raro, como alguien que tiene las manos atadas. De los hombres que lo perseguían, uno empuñaba un palo con un alambre en la punta. Trató de atrapar la cabeza del primer hombre una y otra vez, pero él no se dejó alcanzar y dobló una esquina. Los otros siguieron corriendo, implacables, y todos se perdieron de vista.

      ¿Cómo hacía la gente del gobierno para reconocerse? La sencilla respuesta, la verdad del asunto, a juicio de William, era que no se reconocían. Muchos hombres del gobierno eran capturados por otros hombres del gobierno y llevados a la enorme celda de exterminio que según los rumores estaba en el centro de la ciudad (nadie la había visto). Una vez que lo capturaban, podían decidir si decía la verdad o mentía. Era un pequeño contratiempo que les permitía actuar sin uniforme, operar con impunidad.

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