Novela histórica en Colombia, 1988-2008. Pablo Montoya

Novela histórica en Colombia, 1988-2008 - Pablo Montoya


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de diferentes autores. El eclecticismo es quizás una de las mejores expresiones que definen la libertad analítica del crítico. Someterse a camisas de fuerza impuestas por algunas teorías especulativas es incómodo. No creo cometer, entonces, irresponsabilidad alguna al decir, basado en lo que han afirmado muchos, que una novela histórica es aquel artefacto narrativo que permite al autor y al lector visitar una época pasada, no importa cuán lejana o cercana sea, con los personajes que existieron o pudieron existir, con los espacios y tiempos que se convierten todos en fenómenos literarios que ayudan a los hombres de hoy a conocerse mejor. En realidad, el objetivo de este libro es interpretar, con la autonomía que otorga el arduo aunque deleitable oficio del crítico literario, algunas de las últimas novelas históricas colombianas y señalar cómo en ellas se dibuja un carácter tradicional o un matiz novedoso; en dónde aciertan o en dónde están sus falencias en la forma como asumen un período pasado.

      Es menester precisar que veinte de las veintiuna novelas seleccionadas para este estudio tratan realidades históricas colombianas que llegan hasta los primeros años del siglo xx. Sólo hay una novela que representa la tendencia cosmopolita o extraterritorial, y es la que marca el final del recorrido interpretativo que propongo. Me refiero a Tamerlán de Enrique Serrano. Este tránsito de asuntos propiamente colombianos a uno relacionado con el mundo musulmán de la Edad Media puede resultar brusco para el lector, pero me ha parecido pertinente culminar este libro con una novela y un autor que representan con amplitud la continuación en Colombia del imaginario modernista de matices cosmopolitas frente a la novela histórica. Ignorar esta tendencia sería un error, pues ella viene manifestándose con fuerza en los últimos años. Por supuesto, ni Tamerlán ni su autor son los únicos exponentes de este tipo de novela histórica. A su lado podrían figurar novelas como El hombre de diamante (2008) de este mismo escritor, El enfermo de Abisinia (2008) de Orlando Mejía Rivera, La pasión de María Magdalena (2008) de Juan Tafur y La sed del ojo (2004) y Lejos de Roma (2008) de Pablo Montoya. Sin embargo, creo que con el estudio de Tamerlán se ofrece una mirada que brinda luces para comprender de dónde viene nuestro interés literario por nombrar otras realidades aparentemente ajenas a las colombianas.

      Es necesario aclarar, igualmente, que no me ocupo de las novelas que abordan, por ejemplo, la Primera o la Segunda Guerra Mundial, el Bogotazo y sus consecuencias nacionales, o los otros magnicidios cometidos durante la brumosa era del narcotráfico. La delimitación es polémica, porque toca el aspecto temporal que define la novela histórica. Para algunos especialistas, la novela histórica es aquella que recrea acontecimientos sucedidos por lo menos treinta años antes de la fecha de publicación de la obra. Este es, acaso, un criterio peregrino. Se sabe, por ejemplo, que una obra como Cien años de soledad (1967) ha sido leída, desde su primera recepción por los críticos europeos, como novela histórica, así el último de los Buendía tenga demasiados vínculos biográficos con la primera etapa de la vida de García Márquez. La ceiba de la memoria de Roberto Burgos es una novela histórica aunque uno de sus narradores se ubique con claridad hacia finales del siglo xx, que es la época que corresponde a la del autor. En fin, este estudio llega hasta inicios del siglo xx simplemente por razones de equilibrio. Revisar las novelas históricas colombianas que se ocupan, además, de la historia de una buena parte del siglo xx significaba asumir la escritura de un mamotreto. Y este libro nació, creció y se ha concluido pensándose que debía ser un texto más o menos corto, de carácter más divulgativo que académico, y que propusiera un balance crítico de la novela histórica colombiana.

      Quiero, por último, referirme a algunos contornos de la génesis de este estudio. La primera idea de escribir sobre la novela colombiana contemporánea surgió cuando la Editorial Universidad de Antioquia me pidió un libro sobre este tema. Mis lecturas y notas estaban encaminadas hacia ello cuando se conformó, a mediados del 2008, un grupo de cinco investigadores colombianos dirigidos por el crítico David Jiménez. El objetivo del grupo fue escribir un libro sobre la novela colombiana publicada en las dos últimas décadas. Pensábamos —aún lo pensamos— que ante el caudal de publicaciones novelísticas en Colombia durante este período era necesario ofrecer a los lectores una valoración juiciosa del fenómeno. Y juiciosa quiere decir, en nuestro caso, proponer una crítica apoyada en el rigor del especialista en literatura, así nuestra pretensión no fuera involucrarnos en la crítica pesadamente académica. Es, vale la pena resaltarlo, un signo inequívoco de la confusión actual en que se halla la vida literaria del país, la ausencia de una crítica seria capaz de ponderar, sin caer en los odios de las capillas, en las insoportables cofradías del mutuo elogio o en los rumbos fijados por los grandes consorcios editoriales y estatales, la gran cantidad de obras con que, de un momento a otro, se ha poblado nuestra literatura.

      Sin desconocer las fuentes bibliográficas en que debíamos apoyarnos, nuestra intención consistió en explicarle al lector común, pero también al especializado, aspectos como la política y la literatura, las modalidades técnicas de los narradores, la experimentación, la presencia de la diáspora y la historia en la novela colombiana contemporánea. Para ello, y estimulados por una beca de investigación literaria otorgada por el Ministerio de Cultura, nos dividimos la tarea. A mí me correspondió la novela histórica ya que es un asunto que he abordado en varios de mis cuentos y en las dos novelas que he publicado hasta ahora. Lo que escribí, en principio, fue un ensayo sobre novelas dedicadas a la Conquista y a la Colonia. Muy rápido nos dimos cuenta de que el tema mío era ambicioso y que debía prolongarse. El resultado de la prolongación de ese primer ensayo es este libro, que la Editorial Universidad de Antioquia, en hora buena, les entrega a ustedes.

      José María Espinosa Prieto, Simón Bolívar, ca. 1830.

      Pintura (óleo sobre tela), 67 x 50,5 cm.

      Colección del Museo Nacional de Colombia.

      Foto: Museo Nacional de Colombia / Juan Camilo Segura.

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