Seducción. Sharon Kendrick
preguntado, deseosa de oírlo alto y claro.
–Casarte conmigo.
–¡Finn! –había exclamado Amber, con el corazón rebosante de felicidad–. ¡Dios, Finn! ¿Cómo puedes hacerme una pregunta así? ¡Por supuesto que quiero casarme contigo!
Y entonces, después de besarse como los enamorados que eran, él había sacado una cajita de cuero con un anillo de diamante que encajaba en el dedo de Amber a la perfección.
–¡Santo cielo! ¡Nunca había visto un diamante tan grande!
–Eso alejará a las demás mujeres de ahora en adelante –había comentado Finn–. ¿Te gusta?
–¡No hagas preguntas idiotas! ¿Cómo no va a gustarme! ¡Me encanta!
–¿Entonces?
–¿Es posible que tuvieras planeado todo esto?
–¿Quién hace ahora las preguntas idiotas? –había replicado Finn, sonriente–. Pues claro que lo había planeado. ¿O piensas que te iba a pedir que te casaras conmigo de repente, por un capricho?
–Así que saliste y me compraste el anillo…
–Te aseguro que no lo he robado –había bromeado él–. Te quiero – había añadido, mirándola a los ojos.
–Amber… ¿Amber?
Ésta despertó de su ensimismamiento y se encontró frente al periodista.
–¿Sí? –preguntó despistada.
–Bueno, ¿dónde se te declaró? –insistió él.
–En un cuarto de baño –confesó para su sorpresa.
–¿En un cuarto de baño!
–Sí, pero no quiero responder a más preguntas; al menos, no sobre eso. ¿Te importa?
–Claro que no me importa –respondió el entrevistador, el cual se imaginó lo que habría sucedido en aquellos aseos. Jugueteó con un bolígrafo entre los dedos, suspiró y se preparó para lanzarle lo que él mismo denominaba la pregunta de la bofetada… aunque, viendo a una dama como Amber, dudaba mucho que ésta fuera a pegarle, por mucho que la provocara–. Amber, eres una mujer muy guapa… pero vives en un mundo lleno de mujeres bonitas, y algunas… perdona el atrevimiento, pero algunas son mucho más guapas que tú.
–No es la primera vez que me lo dicen –repuso ella.
–Entonces, ¿te importa compartir con nuestros lectores cuál fue tu arma secreta?
–El arma con el que atrapé a Finn, ¿quieres decir?
–¡Exacto! –exclamó Paul, al cual le brillaron los ojos con lujuria.
–No tengo ninguna arma secreta –contestó Amber con serenidad. ¿Qué se había creído?, ¿que le iba a decir que era una máquina en la cama?–. Lo que pasa es que nos queremos, así de sencillo.
–Ah… –murmuró el entrevistador, decepcionado.
–Y ahora tengo que irme. Si no hay más preguntas…
–Sólo una.
–¿Sí?
–La pregunta más obvia en realidad: ¿cuándo es la boda?
–Bueno, Finn mencionó el Día de los Enamorados; pero no estoy segura de que vayamos a tenerlo todo preparado para entonces. Sólo faltan dos meses.
–¡Boda en el Día de los Enamorados! –exclamó Paul–. Sería un titular estupendo. Te prometo que ocupará toda la portada.
Amber se puso en pie y acompañó a Paul Millington a la salida. Se sintió incómoda por todo lo que le había contado, aunque, aparte del comentario del cuarto de baño, no había dicho nada que no supiese ya todo el mundo, ¿no? Y lo del baño… tampoco podía dar mucho de sí, ¿verdad?
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