El milagro del yoga. Ramiro Calle
da al yogui un toque de universalidad. Imagina una casa sin puertas ni ventanas y en la que se está dentro y fuera a la vez. La persona realizada ha conquistado un estado de quietud, de alejamiento de todo conflicto. El ego ha sido trascendido y surge así una profunda consciencia de la unicidad, que sin duda viene dada cuando la mente es indiferenciada, neutral. Este es el néctar de sabiduría del samadhi, la ambrosía de la Sabiduría y la Compasión.
El yoga le concede enorme importancia a la transformación interior a fin de mejorarnos, sobrepasar la condición habitual y causante del sufrimiento de la mente humana, purificar la intelección para que pueda reflejar la esencia pura o naturaleza real, facilitar herramientas para poder someter a maya (lo ilusorio) y percatarse de lo real. Asimismo, a través del yoga aprendemos a restringir los pensamientos para que surja otra manera de conocer y ser, volvemos a la fuente interna o raíz del pensamiento para percibir lo que en principio parece incognoscible y armonizamos la mente para conquistar ese estado de pureza (sattva) en el que puede resplandecer lo que se esconde tras los conceptos y modelos mentales, tal como lo hace la perla en la ostra.
A través de la estrategia que el yoga nos propone, muy nutrida de enseñanzas, actitudes y métodos vamos venciendo la ignorancia básica de la mente que nos encadena y nos obliga a vivir de espaldas a realidades supremas. Confundiendo las prioridades de nuestra vida y haciendo de ella una sucesión de autoengaños, lo que impide alcanzar el conocimiento más transformativo e iluminador, para no tomar por esencial lo banal y por irreal lo real.
2. Samadhi
Nunca hay que ignorar, cuando se examina la disciplina del yoga, que todos los esfuerzos del yogui están encaminados hacia el samadhi, punto terminal de un largo recorrido. Eso no quiere decir que todo el que practica yoga pretenda alcanzar el samadhi o incluso se lo proponga –puesto que puede desear obtener resultados físicos, energéticos, psicomentales o espirituales–, pero el yogui totalmente involucrado en este sistema soteriológico tiene como meta llegar a la experiencia samádhica. Esta conlleva un estado contemplativo, de ensimismamiento o abstracción más allá de toda dualidad mental, en la que se trascienden los opuestos y cesa todo conflicto entre el ser y el ego, esto o aquello, la esencia y la personalidad.
Son infinidad los practicantes que no aspiran al samadhi e incluso que no conocen la existencia de dicha experiencia transpersonal. Sin embargo, esta ha sido la motivación de infinidad de yoguis: la búsqueda de una realidad suprasensible que escapa al pensamiento ordinario y a toda elucubración intelectual o especulación metafísica. El objetivo del yogui es, en sus etapas más elevadas, la consecución de esta experiencia portadora de sabiduría, la puerta de acceso a la última Realidad que se esconde tras el barniz de la realidad aparente y que no es tal.
Como es más que probable que un número muy alto de practicantes de yoga no sepan nada del samadhi (incluso es posible que no hayan escuchado este término sánscrito), podemos encontrar una diferencia clara entre lo que es un yogui y lo que es un simple practicante de algunas técnicas propias del yoga.
El samadhi representa una reabsorción total de los procesos mentales (vrittis), o sea, una inhibición del pensamiento. Aunque la mente se vacía y se inhiben los torbellinos mentales y emocionales (nirodha), una muy peculiar forma de consciencia continúa existiendo durante dicha experiencia, que nada tiene que ver con la consciencia como comúnmente la entendemos. La persona se satura de un sentimiento de totalidad, plenitud, bienaventuranza. Se trasciende el acto de conocer intelectualmente para alcanzar la experiencia directa de ser. Mediante el samadhi, la persona se desplaza desde sus vestiduras o cuerpos más externos (el físico, el vital, el psicomental) a su ser ontológico. No obstante, al hablar del samadhi, todas las palabras deben ser puestas bajo sospecha y hay que admitir que se trata de una experiencia tan elevada que es irreductible a los conceptos. Adelantemos, para evitar equívocos, que ese ser ontológico puede ser denominado y referido de diferentes maneras por el yogui, sea que este pertenezca a la tradición del Samkhya o del Vedanta, sea teísta o ateo, hindú o jaina, budista o budista tibetano. Como reza el antiguo adagio: «Las aguas del océano son saladas por donde quiera que se las pruebe» o «Todos los ríos desembocan en el océano», dependiendo de la cultura espiritual del yogui este podrá expresar de una u otra manera la experiencia, como también señala el zen: «Muchos dedos apuntan a la luna, pero la luna es una».
A través del samadhi, el yogui se ha sumergido en su purusha (mónada espiritual), de acuerdo al Samkhya; de acuerdo al Vedanta, en el Brahman (el Ser); o de acuerdo al budismo, en el shunya (vacío). Aunque se regrese del samadhi, la sabiduría hallada durante la experiencia no se perderá, pues representa un profundo insight o «toque de supraconsciencia», algo muy transformativo, aunque no se alcance una evolución total que convierta a la persona en un jivanmukta (liberado-viviente) o un arahat (despierto) o un kevalin (emancipado). Así, el samadhi siempre transforma, siendo uno de los logros reales del yoga no solo el encontrar bienestar físico o paz interior, sino la transformación que permita desempañar la consciencia para que esta pueda percibir lo que antes estaba oculto, o sea, para traspasar la nesciencia, que es causa del sufrimiento propio y ajeno.
La sucesión de experiencias samádhicas van purificando la mente, esclareciendo la visión, transformando al yogui y abriendo el ojo interior que ve lo Real y ayuda a superar todos los condicionamientos internos, deshaciéndose de obstáculos e impedimentos. Mediante la experiencia samádhica, los sucesivos «golpes de luz» van rasgando la densa niebla de la mente causada por la ignorancia, permitiendo vislumbrar o aprehender una Realidad que pasa desapercibida para la persona que permanece en un estado de esclavitud mental.
Solo a través de la concentración y la meditación, apoyadas en la virtud y el renunciamiento a lo ilusorio, así como en el esfuerzo adecuado y la firme motivación, se alcanza la elevada y transformativa experiencia del samadhi. La concentración o unificación mental es un medio para ir escalando a estados más elevados y clarividentes de la consciencia, hasta que al final se traspasa la consciencia ordinaria y se obtiene una supraconsciencia que puede ver lo que está vedado a dicha consciencia común, sometida al pensamiento ordinario. La concentración o unidireccionalidad de la mente se convierte así en un medio para ir más allá de sí misma. La energía se reorienta hacia planos superiores, y aun si no se llega a la meta, en la medida en que uno se aproxima a ella se adquiere otro tipo de visión, una realmente transformadora, como quien asciende por una colina y con cada paso amplía la visión del panorama. Así, se dice en los antiguos textos: de la meditación brota la Sabiduría.
Muchos de los obstáculos en esta ascensión-interiorización los encontrará el yogui en su propia mente, y serán causa de libertad o servidumbre según los utilice. Parte de estas dificultades las examinaremos en el apartado de radja-yoga, pero es indudable que solo a través del trabajo interior la mente puede ser liberada. Al respecto, en el Vivekachudamani se dice:
La libertad se gana por la percepción de la unidad del yo con lo eterno, y no por las doctrinas de la unión o de los números, ni por los ritos ni por las ciencias.
El conocimiento ordinario es absolutamente insuficiente. Esto ha sido reconocido por todas las psicologías de la realización de Oriente, instando por ello a buscar otra forma de conocimiento más fiable y verdaderamente transformativo. El saber que no transforma ni libera no es apreciado en el yoga.
Es mediante el estado especial denominado samadhi que la mente puede aprehender esa sabiduría liberadora, donde los contrarios conceptuales, que tanto frenan el progreso interior, son resueltos. Se produce entonces una unificación mental cuya naturaleza es por completo distinta a la del estado de vigilia o consciencia ordinaria. El samadhi representa una inmersión en la Totalidad que se constela en uno mismo, en la mente abisal y quieta, y que conlleva una explosión (o implosión) de la consciencia, facilitando una experiencia más allá del ego y de la máscara burda de la personalidad. Es como si la ola, que nunca dejó de ser independiente del océano, recuperase la percepción oceánica y saliese de la alucinación de que era distinta del océano en el que estaba contenida. Una autorrevelación tiene lugar. El cesar de todos los procesos ordinarios de pensamiento, aunque sea por segundos, desarticula