Un negocio redondo. Julio Beleki
Entrepreneur, solo se contaban las historias de los grandes empresarios.
Sin duda, este es un gran momento para tomar la decisión de abrir un negocio. Pero las modas también encierran algunos peligros, y creo que hay que hablar de eso. En primer lugar, está bien impulsar el emprendimiento como una forma de vida, pero hay que ser claros en que no es para todos. Además, ser tu propio jefe tiene muchas ventajas, pero también significa muchos riesgos potenciales, como la pérdida de años de trabajo o de los ahorros de toda una vida.
Si estás pensando en emprender, o estás atravesando una crisis con tu empresa y no sabes si seguir adelante, hay algunas preguntas importantes que debes hacerte. ¿Cuál crees que es el verdadero sentido de ser tu propio jefe? ¿Un emprendedor nace o se hace? ¿Cuáles son las características personales y las capacidades necesarias para tener éxito en los negocios? Estas son las conclusiones a las que llegué luego de desarrollar más de diez conceptos de negocios, y que pueden orientarte para tomar la mejor decisión.
El mandato familiar
Hay muchas razones para tomar la decisión de emprender: porque sentimos la pasión por crear cosas nuevas, porque nos gusta tomar nuestras propias decisiones, para tener libertad financiera, e incluso porque nos hemos quedado sin trabajo. En mi caso, mi familia tuvo mucho que ver con mi vocación. Tener un negocio propio era lo mínimo que se esperaba de mí. Ser empresario es parte del ADN Beleki.
Mi abuelo paterno, Pedro Beleki Maklohuf, llegó a México en 1928, siendo apenas un niño. Nacido en el Líbano, se instaló en la ciudad de Veracruz y luego de muchos años de esfuerzo y diferentes trabajos abrió una fábrica de lácteos, que distribuía casa por casa. Con los años trasladó el negocio a la Ciudad de México, y siempre lo recuerdo llegando a casa cargado de botellas de leche, jocoque y pan árabe para compartir con sus hijos y nietos. Yo tenía siete años y lo veía como un Rey Mago.
Mi abuelo no solo era el patriarca de la familia, era mi modelo a seguir: un hombre que se había hecho desde abajo, respetando valores como el trabajo, el honor y la familia. Mis padres, Pedro Beleki Díaz y Eva Romero González, hicieron honor a esa tradición y en los años ochenta abrieron su propia empresa, una cadena de locales de videojuegos. El mensaje que recibí desde pequeño fue: “A esta vida se viene a emprender, no a tener jefes; así que utiliza tu libertad con responsabilidad”.
Mi padre viajaba frecuentemente a Japón, Corea del Sur y China para comprar el software para las máquinas de videojuegos. Como el primogénito, empecé a acompañarlo cuando cumplí 12 años, y el negocio familiar se convirtió en mi séptima materia. Ahí nació además mi gusto por viajar y conocer nuevas culturas.
Mi tarea era probar en las fábricas asiáticas los nuevos videojuegos que habían salido al mercado y recomendar a mi papá cuáles comprar. Lo que empezó como casi como un hobby se convirtió en una responsabilidad muy grande, porque todo un contenedor de tarjetas madre podía convertirse en una pésima inversión. En esa época aprendí una de las lecciones más importantes para un emprendedor: en toda decisión de negocios, lo primero son las necesidades, aspiraciones y gustos del cliente. Todavía recuerdo que mi papá siempre me preguntaba: “¿Cómo ves este juego pensando como consumidor?, ¿crees que les guste en México?”.
A diferencia de muchas familias de inmigrantes, en la mía los estudios universitarios eran considerados como una herramienta más para la vida. Mis padres no soñaban con un título para mí y mis hermanos, sino con que como adultos fuéramos capaces de asumir nuestras responsabilidades y de convertirnos en jefes de familia. Y eso estaba directamente relacionado con tener un negocio propio.
Así que un día mis padres me anunciaron que, aunque podían pagar mi universidad, solo iban a apoyarme con el primer semestre. Las opciones eran obtener una beca o generar mis propios ingresos, y decidí tomar las dos. Beleki Minidonuts Co. nació por mi vocación de emprender, pero también por una necesidad concreta. Yo traía una gran presión, y aunque en un momento me pareció algo excesiva hoy la agradezco, porque como dice el dicho “me hizo sacar agua de las piedras”.
Aunque me costó por lo inusual de la filosofía de mi familia, finalmente logré que mi universidad me apoyara con un esquema mixto de beca y financiamiento. Lo más importante era contar con mi propio dinero, así que arranqué con mi plan de negocios mientras terminaba la preparatoria, para tener el tiempo suficiente para probar el modelo. Como la mayoría de las empresas de alimentos y bebidas, probó ser un emprendimiento noble desde el principio. Me permitió pagar la matrícula desde el primer semestre, y probar a mis padres y a mí mismo que podía ser autosuficiente.
No era mi primera aventura con un negocio propio. A los 15 años compré una caja de chocolates en Dulcerías Jalil, una tienda ubicada en el Mercado de la Merced del Centro Histórico de la Ciudad de México, donde mi abuelo me llevaba a visitar clientes de la comunidad libanesa. Y así fue como empecé a vender dulces en el bachillerato. Luego decidí “escalar” el emprendimiento con un expendio de dulces americanos que instalé en uno de los locales de videojuegos de la familia, al sur de la capital. Aunque vendía mucho, el esfuerzo era enorme y el margen de ganancia mínimo. Así que decidí que en mi próximo negocio yo mismo iba a elaborar los productos, para llegar directamente al consumidor final y ser más rentable. Solo faltaba decidir qué iba a fabricar y vender.
Lo descubrí durante un viaje familiar a Las Vegas. En el hotel donde nos hospedábamos había una feria de panificación. Los equipos para hacer pan y pasteles eran enormes y estaban fuera de mi presupuesto. Pero antes de irme, descubrí una máquina pequeña para hacer minidonuts. Me pareció un producto novedoso para México y, además, el aparato costaba lo que podía obtener con la venta de mi moto: US$3,000 dólares. Fue mi inversión inicial y llegó al país en piezas, distribuidas en las maletas de toda la familia.
Mi sueño era instalar un kiosco de donitas en Coyoacán, pero otra vez, era una opción que no podía pagar. Dicen que a la suerte hay que llamarla y yo la llamé mil veces, contactando a diario durante más de seis meses a los ejecutivos de los supermercados Walmart. Hasta que un día me avisaron que había un pequeño espacio disponible en una sucursal de Tláhuac, al sur de la ciudad.
El escenario no podía ser mejor: mi primera tienda iba a estar ubicada entre una clínica de asistencia social y un panteón, lo que me aseguraba que un gran flujo de personas iban a pasar frente a ella. Veinte años después, esa unidad sigue siendo una de las más rentables del corporativo.
¿Un emprendedor nace o se hace?
La pregunta de si se nace con un ADN para hacer negocios o es una capacidad que podemos desarrollar a través del estudio y la experiencia sigue siendo tema de debate en todo el mundo. Yo tengo una posición muy clara: para emprender hay que contar con determinadas características de personalidad, sobre todo para salir adelante en los momentos difíciles. Sin ellas, lo que empezó como un sueño puede convertirse en una pesadilla.
Los conocimientos sobre cómo hacer una proyección financiera o las capacidades para cerrar mejor una negociación pueden adquirirse con el tiempo. Pero si somos personas que no soportan la presión, o que tienen dificultades para manejar su propio tiempo, es mejor dedicar nuestra energía a conseguir un buen trabajo.
Por eso, cuando alguien se acerca porque está interesado en adquirir una franquicia de Beleki Minidonuts Co., o simplemente en busca de orientación sobre si abrir o no un negocio, siempre analizo estas cinco características.
1. Pasión. El emprendedor exitoso no pierde nunca el entusiasmo y las ganas de crecer, aún en los momentos de crisis. Si fracasa, limpia sus heridas, hace una evaluación de la situación, se levanta rápido y vuelve a comenzar. Una y otra vez.
2. Ganas de aprender. Mi sensación permanente es que siempre me falta conocer algo más sobre finanzas, comercio internacional o liderazgo. Los empresarios a los que más admiro tienen la humildad para entender que no pueden saberlo todo, y para buscar a un experto cuando lo necesitan.
3. Capacidad para soportar la incertidumbre. Como tu propio jefe, en algún punto tendrás que tomar decisiones