Estas brujas no arden. Isabel Sterling

Estas brujas no arden - Isabel Sterling


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que se reunió a su alrededor.

      –No hasta que limpies tu desastre –Nolan mira a sus compañeros y sonríe.

      –Vete al diablo –el fuego frente a Evan proyecta un brillo extraño en su rostro. Cierra sus manos en puños, como si estuviera listo para pelear. Como si hubiera estado esperándolo todo el tiempo.

      No hay versión de esta historia que pueda terminar bien. Necesito salir de aquí. Ya. Giro hacia Gemma, pero ella no está. Maldición, Gem. ¿Dónde estás? Me abro paso entre el gentío y la encuentro colgando una llamada en su móvil.

      –Tenemos que irnos –intento tomar su brazo, pero su mano se dispara hacia su boca. Se escucha un fuerte golpe, el sonido inconfundible de un puño chocando contra el rostro de alguien.

      Volteo al tiempo que Nolan cae contra un árbol y toca sus labios. Sus dedos se alejan cubiertos de sangre. Se lanza hacia el frente y atrapa a Evan por la cintura.

      El chico cae al suelo y rueda, primero Nolan está arriba, luego Evan. Vuelan puños. La mitad del equipo de fútbol se une al combate; algunos para separar a los chicos, otros para sumar sus puños a la pelea. Giran por la pequeña inclinación hacia nosotras, hacia el…

      –¡Manténganlos alejados del fuego! –corro hacia el pentáculo, apartando a espectadores congelados de mi camino, y lanzo tierra sobre las llamas con mis pies.

      Veronica cae de rodillas a mi lado y utiliza un suéter para ahogar las llamas, pero el fuego está extinguiéndose más rápido de lo que debería. Le lanzo una mirada. Aunque no le importe meterse en problemas con nuestra alta sacerdotisa, aunque creo que nadie en nuestro aquelarre lo descubrirá, este lugar está atestado de Regs. Si alguien la viera utilizando magia para extinguir las llamas, podría inspirar una repetición de la historia más infame de nuestro pueblo. Los Cazadores de brujas podrán ser algo del pasado, pero no es un pasado que ansíe revivir.

      Gemma se acerca para ayudar, pero el fuego es testarudo. Es solo cuestión de tiempo hasta que Evan y Nolan giren en su dirección. Y si sus ropas arden, la noche se pondrá un millón de veces peor.

      Alguien me golpea y hace que pierda el equilibrio. Caigo hacia el frente y mi magia reacciona instintivamente, lista para protegerme de las llamas. Lista para exponer un secreto guardado por siglos.

      Unas manos sujetan mi brazo, luego rodean mi cintura. Soy puesta en pie y mi magia retrocede. Cuando vuelvo a pararme por mi cuenta, giro y lanzo mis brazos alrededor de la persona de pie detrás de mí. Acaba de salvarme (y a todo mi aquelarre) de quedar expuesta.

      Me aparto para ver de quién se trata.

      –Benton –el rubor en sus mejillas hace que retroceda. Probablemente no haya sido una buena idea abrazarlo tan poco tiempo después de haberlo rechazado–. Gracias.

      –No hay problema –frota su nunca, con su rostro aún rebosado de color–. Es lo menos que podía hacer luego de todo… bueno, tú sabes.

      –No, en verdad. Gracias. Eso habría sido… –habría sido el final de mi vida como la conozco–. Gracias –volteo para comprobar el fuego, pero mi ayuda no es necesaria. Algunos de los chicos han arrastrado el barril de cerveza y están rociando las llamas.

      –Como dije, no hay problema –Benton echa un vistazo rápido al animal muerto que cuelga del árbol y hace una mueca–. Te veré después.

      –Te tomaré la palabra con la fiesta en la piscina.

      –Solo si traes esos brownies de triple chocolate que hiciste el año pasado –responde y me sorprende que lo recuerde. Accedo y él me saluda antes de dirigirse de regreso al fogón principal.

      –Gracias a Dios que Benton estaba ahí –dice Gemma al envolverme en un abrazo luego de que Benton saliera del camino.

      –Lo sé –correspondo a su abrazo y la suelto. La mirada de Gemma sigue a Benton mientras se aleja, y suelta un suspiro soñador.

      –Debería haber pasado la noche con él en lugar de Nolan. Él es más de mi tipo.

      –Creí que lo habías superado –le prometí a Benton que olvidaría nuestro incómodo intercambio, pero no quiero que Gem se encamine a un corazón roto también. Ella se encoge de hombros y señala con la cabeza en la dirección por la que él se marchó–. Vamos, deberíamos salir de aquí.

      –Pero tenemos que esperar.

      –¿A qué? Los chicos pondrán la pelea bajo control.

      –No me refería a eso –dice y niega con la cabeza–. Savannah necesita un médico y yo…

      –Ah, Gem. Por favor, dime que no lo hiciste –su mirada tenaz dice que ciertamente lo hizo. Ya ha llamado a una ambulancia. Suelto un suspiro–. Los paramédicos no nos necesitan aquí para hacer su trabajo. Vamos. A menos que quieras que nuestros padres descubran que estuvimos bebiendo –con eso, Gem pierde su sonrisa y asiente.

      Pero antes de que podamos dar más de un paso, las sirenas resuenan y las luces policiales atraviesan las copas de los árboles.

      Los paramédicos envuelven a Savannah en mantas y la suben a una ambulancia. Sus luces crean un patrón de som­bras danzantes en el bosque. Gemma y yo nos acurrucamos mientras la policía interroga a nuestros compañeros y los envía a casa; confisca las llaves de cualquiera que parezca aunque sea un poco ebrio y fuerza a más de uno a llamar a casa para que lo recojan.

      Veronica se acerca, toda su bravuconería anterior desaparecida, su sonrisa burlona borrada de su rostro.

      –¿Podemos hablar?

      Gemma me mira. Asiento y ella se aleja algunos pasos. En su ausencia, Veronica se apoya contra el árbol junto a mí.

      –Eso fue muy intenso, ¿eh? –un oficial de policía se acerca, así que respondo con un sonido inexpresivo. Una vez que se aleja, el miedo asciende otra vez y no puedo contenerlo.

      –¿Crees que ella nos haya encontrado? –mi voz tiembla, Veronica sabe quién es ella. La Bruja de Sangre de Nueva York, la que tomó control de mi cuerpo, la que me forzó a caer de rodillas apenas con una sola gota de mi sangre–. Tenemos que decírselo a nuestros padres.

      –No, no tenemos que hacerlo –toma mis manos temblorosas en las suyas y casi me siento a salvo–. No hay ninguna Bruja de Sangre en Salem, Han. Esto fue una broma. Estamos bien.

      –Pero…

      –Hannah, no –sus palabras se vuelven duras y deja caer mis manos–. Juramos que nunca le hablaríamos a nadie acerca de lo ocurrido en ese viaje.

      –Pero si ella está aquí…

      –Pero nada. Ella no está aquí y lo que hicimos en Nueva York podría enviarnos directo ante el Consejo. Podríamos perder nuestra magia –Veronica hace silencio cuando otro oficial pasa junto a nosotras–. Usa tu cabeza.

      –Tenemos que decir algo –susurro mientras analizo a la multitud en busca de algún policía de Salem que conozca–. Mi padre se enterará del mapache y del pentáculo en su trabajo.

      –¿Y? Tu padre es lo suficientemente listo como para saber que, o bien se trata de una broma Reg, o de algún ritual pagano. Como sea, no nos involucra a nosotras o a nuestro aquelarre –Veronica suspira–. He trabajado muy duro como para perderme la graduación. No me perderé mi discurso porque tú temes a una Bruja de Sangre que ni siquiera sabe en qué estado vivimos.

      Cuando lo pone en esos términos, no puedo negar la lógica de sus palabras. Pero odio admitir que tiene razón.

      –Bien –digo, tajante–. No diré nada sobre esta noche hasta que pase la graduación –Veronica luce como si quisiera argumentar, pero niega con la cabeza.

      –Iré al hospital


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