La vida tangencial. Manuel José Díaz Vázquez
Manuel José Díaz Vázquez
La vida tangencial
1ª edición en formato electrónico: julio 2020
© Manuel José Díaz Vázquez
© De la presente edición Terra Ignota Ediciones
Diseño de cubierta: ImatChus
Terra Ignota Ediciones
c/ Bac de Roda, 63, Local 2
08005 – Barcelona
ISBN: 978-84-122357-1-5
IBIC: FA 2ADS
Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, diálogos, lugares y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor, o bien han sido utilizados en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas o hechos reales es mera coincidencia. Las ideas y opiniones vertidas en este libro son responsabilidad exclusiva de su autor.
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Manuel José Díaz Vázquez
La vida tangencial
La buhardilla. El abrigo verde
PRIMERA PARTE
UN REFRÁN EN EL AZAFRÁN
1
Me estiré en el catre esperando las primeras manifestaciones del envenenamiento o lo que fuese, pero, sin la menor duda, era la antesala de la muerte, si a los interrogantes muelles del colchón no se les ocurría primero ponerme en órbita como a aquella perrita rusa, Laika, o atravesarme como a una aceituna de cóctel, con lo que el hecho se precipitaría inexorablemente. Por lo visto, las expectativas no eran muy halagüeñas mirase hacia donde mirase…
La buhardilla ardía, incendiada de calor, y el ocaso comenzaba a absorber la luz que huía por la ventana abierta de par en par. Las diez menos diez serían, o las 9:50 p.m. ¿Qué significaba p.m.?: ¿poco más o menos?, ¿pasada la merienda? Para mí, las abreviaturas en general eran como el lenguaje suajili. Este, si acaso, más comprensible: simba, león; bwana, señor, jefe; kiboko, hipopótamo… Lo sabía por las películas de Tarzán de los monos que emitían los sábados por la tarde a la hora de la siesta. Los porteadores decían todo el rato: «Sí, bwana», mientras caminaban con garbo acelerado y medroso por los senderos frondosos llenos de peligros. Valles de sombras de muerte dibujados a lápiz y a tinta china en el corazón del África. Eran como la etiqueta del Cola Cao, pero en blanco y negro. Siempre los primeros en morirse. Rugido de león y negrito zampado por simba. El león de la Metro bostezaba y un par de esclavos menos antes de empezar la película. La gata de la casa decía ¡miau! y toda