La Celestina. Fernando de Rojas
tú con tu lengua, con tus vanas palabras. Fingiéndote fiel, eres un terrón de lisonja, bote de malicias, el mismo mesón y aposentamiento de la envidia. Que por disfamar la vieja, a tuerto o a derecho, pones en mis amores desconfianza. Pues sabe que esta mi pena y fluctuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, carece de consejo y, si alguno se le diere, tal que no aparte ni desgozne lo que sin las entrañas no podrá despegarse. Sempronio temió su ida y tu quedada. Yo quíselo todo y así me padezco su ausencia y tu presencia. Valiera más solo, que mal acompañado.
PÁRMENO.- Señor, flaca es la fidelidad, que temor de pena la convierte en lisonja, mayormente con señor a quien dolor o afición priva y tiene ajeno de su natural juicio. Quitarse ha el velo de la ceguedad, pasarán estos momentáneos fuegos, conocerás mis agrias palabras ser mejores para matar este fuerte cáncer que las blandas de Sempronio, que lo ceban, atizan tu fuego, avivan tu amor, encienden tu llama, añaden astillas, que tenga que gastar hasta ponerte en la sepultura.
CALISTO.- ¡Calla, calla, perdido! Estoy yo penado y tú filosofando. No te espero más. Saquen un caballo. Límpienle mucho. Aprieten bien la cincha, por si pasare por casa de mi señora y mi Dios.
PÁRMENO.- ¡Mozos! ¿No hay mozo en casa? Yo me lo habré de hacer, que a peor vendremos de esta vez que ser mozos de espuelas. ¡Andar!, ¡pase! Mal me quieren mis comadres, etc. ¿Relincháis, don caballo? ¿No basta un celoso en casa?... ¿O barruntáis a Melibea?
CALISTO.- ¿Viene ese caballo? ¿Qué haces, Pármeno?
PÁRMENO.- Señor, vesle aquí, que no está Sosia en casa.
CALISTO.- Pues ten ese estribo, abre más esa puerta. Y si viniere Sempronio con aquella señora, di que esperen, que presto será mi vuelta.
PÁRMENO.- ¡Mas nunca sea! ¡Allá irás con el diablo! A estos locos decidles lo que les cumple; no os podrán ver. Por mi ánima, que si ahora le diesen una lanzada en el calcañar que saliesen más sesos que de la cabeza. Pues anda, que a mi cargo, que Celestina y Sempronio te espulguen. ¡Oh desdichado de mí! Por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos; yo me pierdo por bueno. El mundo es tal. Quiero irme al hilo de la gente, pues a los traidores llaman discretos, a los fieles necios. Si creyera a Celestina con sus seis docenas de años acuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me pondrá escarmiento de aquí adelante con él. Que si dijere comamos, yo también; si quisiere derrocar la casa, aprobarlo; si quemar su hacienda, ir por fuego. ¡Destruya, rompa, quiebre, dañe, dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte me cabrá, pues dicen: a río revuelto, ganancia de pescadores. ¡Nunca más perro a molino!
Acto tercero
ARGUMENTO DEL TERCER AUTO
Sempronio vase a casa de Celestina, a la cual reprende por la tardanza. Pónense a buscar qué manera tomen en el negocio de Calisto con Melibea. En fin sobreviene Elicia. Vase Celestina a casa de Pleberio. Queda Sempronio y Elicia en casa.
SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA.
SEMPRONIO.- ¡Qué despacio va la barbuda! ¡Menos sosiego traían sus pies a la venida!
A dineros pagados, brazos quebrados. ¡Ce!, señora Celestina: poco has aguijado.
CELESTINA.- ¿A qué vienes, hijo?
SEMPRONIO.- Este nuestro enfermo no sabe qué pedir. De sus manos no se contenta. No se le cuece el pan. Teme tu negligencia. Maldice su avaricia y cortedad, porque te dio tan poco dinero.
CELESTINA.- No es cosa más propia del que ama que la impaciencia. Toda tardanza les es tormento. Ninguna dilación les agrada. En un momento querrían poner en efecto sus cogitaciones. Antes las querrían ver concluidas que empezadas. Mayormente estos novicios amantes, que contra cualquiera señuelo vuelan sin deliberación, sin pensar el daño, que el cebo de su deseo trae mezclado en su ejercicio y negociación para sus personas y sirvientes.
SEMPRONIO.- ¿Qué dices de sirvientes? ¿Parece por tu razón que nos puede venir a nosotros daño de este negocio y quemarnos con las centellas que resultan de este fuego de Calisto? ¡Aun al diablo daría yo sus amores! Al primer desconcierto que vea en este negocio, no como más su pan. Más vale perder lo servido que la vida por cobrarlo. El tiempo me dirá qué haga. Que primero que caiga del todo, dará señal, como casa, que se acuesta. Si te parece, madre, guardemos nuestras personas de peligro. Hágase lo que se hiciere. Si la hubiere, hogaño; si no, a otro; si no, nunca. Que no hay cosa tan difícil de sufrir en sus principios que el tiempo no la ablande y haga comportable. Ninguna llaga tanto se sintió que por luengo tiempo no aflojase su tormento; ni placer tan alegre fue que no le amengüe su antigüedad. El mal y el bien, la prosperidad y adversidad, la gloria y pena, todo pierde con el tiempo la fuerza de su acelerado principio. Pues los casos de admiración y venidos con gran deseo, tan presto como pasados, olvidados. Cada día vemos novedades y las oímos y las pasamos y dejamos atrás. Diminúyelas el tiempo, hácelas contingibles. ¿Qué tanto te maravillarías si dijesen: la tierra tembló o otra semejante cosa, que no olvidases luego? Así como: helado está el río, el ciego ve ya, muerto es tu padre, un rayo cayó, ganada es Granada, el Rey entra hoy, el turco es vencido, eclipse hay mañana, la puente es llevada, aquél es ya obispo, a Pedro robaron, Inés se ahorcó. ¿Qué me dirás, sino que, a tres días pasados o a la segunda vista, no hay quien de ello se maraville? Todo es así, todo pasa de esta manera, todo se olvida, todo queda atrás. Pues así será este amor de mi amo: cuanto más fuere andando tanto más disminuyendo. Que la costumbre luenga amansa los dolores, afloja y deshace los deleites, desmengua las maravillas. Procuremos provecho, mientras pendiere la contienda. Y si a pie enjuto le pudiéremos remediar, lo mejor, mejor es; y si no, poco a poco le soldaremos el reproche o menosprecio de Melibea contra él. Donde no, más vale que pene el amo que no que peligre el mozo.
CELESTINA.- Bien has dicho. Contigo estoy, agradado me has. No podemos errar. Pero todavía, hijo, es necesario que el buen procurador ponga de su casa algún trabajo, algunas fingidas razones, algunos sofísticos actos: ir y venir a juicio, aunque reciba malas palabras del juez. Siquiera por los presentes, que lo vieren; no digan que se gana holgando el salario. Y así vendrá cada uno a él con su pleito y a Celestina con sus amores.
SEMPRONIO.- Haz a tu voluntad, que no será éste el primer negocio, que has tomado a cargo.
CELESTINA.- ¿El primero, hijo?, Pocas vírgenes, a Dios gracias, has tú visto en esta ciudad que hayan abierto tienda a vender de quien yo no haya sido corredora de su primer hilado. En naciendo la muchacha, la hago escribir en mi registro, y esto para saber cuántas se me salen de la red. ¿Qué pensabas, Sempronio? ¿Habíame de mantener del viento? ¿Heredé otra herencia? ¿Tengo otra casa o viña? ¿Conócesme otra hacienda, más de este oficio? ¿De qué como y bebo? ¿De qué visto y calzo? En esta ciudad nacida, en ella criada, manteniendo honra, como todo el mundo sabe. ¿Conocida, pues, no soy? Quien no supiere mi nombre y mi casa tenle por extranjero.
SEMPRONIO.- Dime, madre, ¿qué pasaste con mi compañero Pármeno, cuando subí con Calisto por el dinero?
CELESTINA.- Díjele el sueño y la soltura, y cómo ganaría más con nuestra compañía que con las lisonjas que dice a su amo; cómo viviría siempre pobre y baldonado, si no mudaba el consejo; que no se hiciese santo a tal perra vieja como yo; acordele quién era su madre, porque no menospreciase mi oficio; porque queriendo de mí decir mal, tropezase primero en ella.
SEMPRONIO.- ¿Tantos días ha que le conoces, madre?
CELESTINA.- Aquí está Celestina, que le vio nacer y le ayudó a criar. Su madre y yo, uña y carne. De ella aprendí todo lo mejor que sé de mi oficio. Juntas comíamos, juntas dormíamos, juntas habíamos nuestros solaces, nuestros placeres, nuestros consejos y conciertos. En casa y fuera, como dos hermanas. Nunca blanca gané en que no tuviese su mitad. Pero no vivía yo engañada, si mi fortuna quisiera que ella me durara. ¡Oh muerte, muerte! ¡A cuántos privas de agradable compañía! ¡A cuántos desconsuela tu enojosa visitación! Por uno que comes con tiempo, cortas mil en agraz. Que siendo ella viva, no fueran estos mis pasos desacompañados. ¡Buen siglo haya, que leal amiga y buena compañera me fue! Que jamás me dejó hacer cosa en mi cabo, estando ella presente. Si yo traía el pan, ella la carne.