Cómo ser feliz a martillazos. Iñaki Domínguez
materialmente en el neocórtex—, que cuentan con un limitado poder para domeñar los impulsos profundos del tronco encefálico. La fisiología del cerebro en términos evolutivos va construyéndose en capas. Las más primitivas son aquellas que ocupan la parte central, mientras que las más superficiales son las más evolucionadas. De ahí que la conciencia humana esté ubicada en la corteza cerebral (neocórtex). Por otra parte, el modo en que las demás secciones del cerebro humano lidian con esa impulsividad de base depende de múltiples factores como la cultura en la que estemos inmersos, nuestro individual proceso de socialización, traumas personales y educación, entre otros muchos factores. Esto es lo que Freud llama la superestructura psíquica, «tan diversamente desarrollada en cada individuo».25
Es por ello que ciertas ideas del estoicismo y de la autoayuda contemporánea nos parecen verdaderamente ingenuas. Como si el neocórtex y sus pensamientos, los últimos en el proceso evolutivo humano, fuesen a predominar y re-articular los contenidos de las propias fuentes materiales y fisiológicas de las que emanan las mismas ideas. La idea más acertada en este terreno sería la de crear apetitos. A propósito de esto ofreceré de nuevo datos autobiográficos que puedan ilustrar mis ideas.
A pesar de ser una persona con inquietudes intelectuales desde mi infancia, no adquirí un hábito lector hasta más tarde. Contaba yo con cierta curiosidad intelectual que a día de hoy lamento no haber cultivado con mayor ahínco. Sin embargo, leer cuesta inicialmente ciertos esfuerzos, en especial cuando uno vive sumergido en una sociedad mediática en la que todo se hace con prisa y corriendo. Antes de existir la televisión, la lectura era uno de los pocos medios para el entretenimiento con el que contaban ciertas clases sociales.
En un entorno tan acelerado, no sorprende cuando la gente afirma que leer resulta aburrido; a mí me pasaba exactamente lo mismo. En mi caso, sin embargo, fui capaz de modificar mis hábitos de tal modo que, a día de hoy, verdaderamente me aburre ver una película y prefiero leer un libro. Pero ese hábito no lo adquirí hasta los veinte años de edad, y solo tras vivir una de las experiencias más traumáticas de mi vida. De golpe y porrazo me quedé solo y sin amigos, en un estado de depresión que ni yo mismo era del todo capaz de reconocer. Digamos que yo no encajaba en los patrones más convencionales de conducta y fui sancionado socialmente por ello. Solo puedo decir a mi favor que la marginación a la que me vi sometido no fue por hacer daño a nadie. Básicamente, fui víctima de acoso social. Corría el año 2002 y yo ni siquiera tenía ordenador propio, por lo que no tenía gran cosa con la que entretenerme. Estudiaba filosofía y no me quedaba otra más que leer. Esta situación difícil fue origen de un hábito de lectura que no he abandonado hasta el día de hoy. En mi caso, me hice lector gracias a un trauma. Cinco años después, mi vida social volvió a ser de nuevo de lo más estimulante. Pagué un precio alto, pero saqué buenos rendimientos personales. Gracias a ese sufrimiento desarrollé mi innata curiosidad intelectual hasta límites por mí insospechados.
No obstante, para hacerme lector había sido necesaria la irrupción de unas circunstancias dolorosas, que nada tenían que ver con mis pensamientos o deseos, sino más bien al contrario. Ese cambio de dirección no fue fruto de mis ideas, sino que supuso la reacción a un cúmulo de circunstancias materiales sobre las que yo no tenía control alguno. No fui yo quien moldeé mi carácter sino mi experiencia en relación con el mundo exterior la que determinó mi sino (y mi reacción a la misma, claro está).
No hay que engañarse: el libre albedrío no existe. El libre albedrío es un ingenuo ideal; una fábula que —en términos económicos— halaga la vanidad del rico y hace al pobre responsable de su situación. Ese liberum arbitrium indifferentiae, encierra, como bien dice el maestro Arthur Schopenhauer, «una ficción totalmente monstruosa»26 que, sin embargo, parece ser el caballo de batalla tanto del estoicismo como de la literatura de autoayuda y del capitalismo. No cabe duda de que dicha ficción, tan extendida en los tiempos que corren, sirve a unos intereses concretos.
1. Yukio Mishima, El sol y el acero, Alianza Editorial, 2010 (1967), p. 43.
2. Palabras de Antonio Escohotado sobre el estoicismo, pronunciadas en una entrevista con Sánchez Dragó en el programa de televisión «Negro sobre blanco».
3. A día de hoy, dicha realidad dolorosa estaría vinculada a exigencias propias de un sistema capitalista que pueden llegar a ser patológicas.
4. Michel Foucault, Tecnologías del yo, Paidós, 1990 (1981), pp. 75-76.
5. Juan B. Bergua. «Epicteto», en Los estoicos, Ediciones Ibéricas, 1963, p. 17.
6. Epicteto, Máximas, Ediciones Ibéricas, 1963, p. 35.
7. Entrevista con Toni Ortí, epdh. [Online]
8. «Para todos La 2». [Online]
9. William Davies, The Happiness Industry, Verso, 2016 (2015), p. 9.
10. Epicteto, Máximas, p. 37.
11. William Davies, The Happiness Industry, p. 35.
12. Es como el típico calvo que se afeita la cabeza. Como si su calvicie fuese fruto de una decisión voluntaria. No nos engañemos, si no sufriese alopecia jamás se habría afeitado el cuero cabelludo.
13. Sarah Romero, «¿Qué es la ataraxia?», Muy interesante. [Online]
14. David Maciejewski, «Aumentan los ingresos hospitalarios por trastornos mentales en España», 20 minutos, 5 de enero de 2017.
15. Epicteto, Máximas, pp. 47, 60.
16. Ibid., p. 114.
17. En el campo de la autoayuda podría nombrar el caso de Paulo Coelho. Todavía recuerdo hace años que, tras ver una serie de documentales sobre el escritor en los que aparecía como alguien a la búsqueda constante de una iluminación espiritual, me lo encontré en la Puerta del Sol de Madrid escoltado por dos mujeres esculturales que le sacaban dos cabezas cada una. No parece que en su caso fuese la meditación trascendental o el retiro ascético la vía escogida para lograr el alumbramiento espiritual.
18. Marco Aurelio, Pensamientos, Ediciones Ibéricas, 1963, pp. 171-172.
19. Ibid., p. 193.
20. Ibid., p. 243.
21. Ibid.
22. Arthur Schopenhauer, Fragmentos sobre la historia de la filosofía, Siruela, 2003, p. 236