Rescate al corazón. María Jordao
Me llevaron a una cabaña y allí me retuvieron hasta que fuimos hasta El Paso para el intercambio. Luego llegó… el señor Holt y me rescató.
Diana escuchó con atención todo el relato. Sus ojos se empañaron al pensar en el dolor que había sentido su amiga y la angustia que debió pasar al pensar que podía haber una posibilidad de que nunca volvería a ver a su familia y amigos. Danny la vio y Sonrió.
—Ya pasó todo, Diana. No te preocupes. Ya estoy aquí fuera de peligro —la consoló. Diana se enjugó las lágrimas.
—Menos mal que tu padre aceptó la ayuda que le ofreció el sheriff al contratar a ese rastreador. Te salvó y no les tuvo que pagar a esos bandidos. Por lo menos, el señor Holt se merece el dinero.
—Sí, supongo que sí… —dijo Danny y suspiró.
—Diana la observó detenidamente. Había algo diferente en ella. Unas veces estaba enfadada, otras veces melancólica. Algo había pasado en ese incidente que la tenía tan cambiante.
—¿Sabes? Llegó carta de tu hermano Robert. Vendrá en una semana aproximadamente —dijo Diana y Sonrió.
—¿En serio? —preguntó Danny, emocionada—. Oh, Robert, me hace tanta falta, lo echo de menos.
Danny y su hermano habían pasado una infancia feliz uno al lado del otro. Él siempre estaba protegiéndola y ella se colaba siempre en el coche para ir donde él iba y él siempre tenía que dar la vuelta para dejarla en casa. No podía permitir que una niña fuese con él al club o a otros lugares no aptos para damas. Robert era seis años mayor que ella y cuando acabó el colegio estuvo dos años viviendo la vida hasta que había tomado la decisión de entrar en el ejército en el Oeste. Las milicias estaban escasas de jóvenes y él, que no tenía mejor cosa que hacer, se alistó. Ya llevaba cuatro años en el ejército. Su hermano era un hombre apuesto, nunca había tenido problemas para encontrar una mujer. Moreno de ojos verdes, igual que su madre. Alto, fuerte y la sonrisa más hermosa de Nueva York. Amable, educado y muy caballeroso. Aunque hacía mucho tiempo que no lo veía, sabía que Robert Langton seguiría siendo igual de pilluelo, como ella misma.
Será agradable tener a Robert aquí —dijo Danny y Sonrió de nuevo.
Richard Langton estaba en la cantina del pueblo, sentado en una de las mesas con una botella de whisky y dos vasos. Dave Holt estaba sentado frente a él. Había acudido a su encuentro en cuanto había recibido la nota del señor Holt. Antes de ir al banco, Dave lo condujo al bar para hablar. Richard desconfió, pero accedió. Habían pasado veinte minutos y Langton estaba nervioso porque ese hombre estaba contándole historias sobre su vida y a él le pareció que quería retrasar el momento de cobrar el dinero.
De repente, Dave dijo algo que hizo escupir a Richard toda la bebida.
—¿No quiere el dinero? —preguntó Richard, asombrado.
—No —respondió Dave, tranquilamente—. Lo que hice fue algo insignificante.
—¿Insignificante? Señor, usted salvó la vida a mi hija. Merece eso y mucho más.
—Ésa es la cuestión —dijo Dave y dio un trago al líquido ámbar de su vaso.
—¿Quiere más dinero? —Richard tragó saliva.
Dave negó con la cabeza mientras miraba la copa.
—No quiero eso, quiero ese mucho más del que me habla.
—No entiendo.
—Ahora necesito hacer algo que me distraiga. Un trabajo fijo. No quiero estar en la habitación de mi hotel esperando a que alguien vuelva a desaparecer para ir en su busca. Quiero algo que me haga levantarme todos los días temprano y me mantenga ocupado todo el día.
Richard tardó en comprender sus palabras.
—¿Está diciendo que le busque trabajo? —preguntó Langton, sorprendido.
—No, quiero que usted me dé trabajo. En su rancho. En cualquier puesto.
Richard Langton quedó tan blanco como la nieve al oír las palabras de ese tipo.
¿Quería que le diera trabajo? Increíble. Nunca había conocido a alguien que rechazara dinero y encima que quisiera trabajar. Todos los puestos de su hacienda estaban ocupados, pero bien podía hacer un hueco. Ese hombre merecía todo lo que pidiese por haber traído a su hija a casa y lo que pedía era tan poca cosa…
—Está bien. A partir de mañana empezará a supervisar a los trabajadores. Será el nuevo capataz.
Dave negó con la cabeza.
—No. No seré jefe de nadie. Quiero un trabajo como el de cualquier otro. ¿No necesita que alguien cuide de los caballos, el establo o algo parecido? Richard estaba cada vez más anonadado. Ese hombre derrochaba humildad por doquier.
—De acuerdo, ocupará el puesto de criador de caballos. Los alimentará, les cambiará el heno y los bañará. Además de ejercitarlos. Y mantendrá el establo limpio. ¿Le parece bien?
Dave Sonrió y estrechó la mano que Richard le tendía.
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