Economic corridors in Asia : paradigm of integration? A reflection for Latin America. Varios autores

Economic corridors in Asia : paradigm of integration? A reflection for Latin America - Varios autores


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cooperación con Rusia en materia económica y estratégica. Al tiempo que EUA y Europa adoptaban un tono crítico con su estrategia de desarrollo económico, su régimen político y los derechos de minorías étnicas, concretamente del Tíbet; imponiéndole embargos comerciales, financieros y tecnológico-militares. En esa coyuntura y una vez neutralizada la oposición interna, el gobierno chino mantuvo las reformas económicas, el “sistema político socialista” bajo la premisa de este no es incompatible con una “economía de mercado” (Visentini, 2012). La idea de Deng Xiaoping de un socialismo con características propias triunfó en el XIV Congreso del PCC de 1992, al tiempo que la economía creció a tasas superiores el 10% (Visentini, 2012).

      A finales de los noventa, ante la reunificación de China y Hong Kong, y en medio de la profunda crisis económica y financiera que afectó a Japón, Indonesia, Corea del Sur y Tailandia, los Estados Unidos promovieron “alianzas antichina” en Asia; revivieron la cuestión de Taiwán y fortalecieron el independentismo en el Tíbet; instalaron un sistema antimisiles en Asia oriental, involucrando a Taiwán, Japón y Corea del Sur (Visentini, 2012).

      En la primera década del siglo XXI, China con Hu Jintao continúo la pretensión de los gobiernos anteriores de construir un orden internacional “multipolar” y fortalecer a la ONU. Buscando conquistar el nivel de “grande potencia” priorizó los lazos con América Latina, África y medio Oriente en la búsqueda de recursos energéticos y materias primas indispensables para sostener su crecimiento económico. De allí que aumentara su influencia económica en Latinoamérica, sustituyendo a Estados Unidos como principal socio comercial de países como Brasil (Agencia Brasil, 2017; Visentini, 2012). Las relaciones con Taiwán si bien tuvieron una dinámica más positiva, continuaron atravesadas por la desconfianza en materia de seguridad pues, mientras China amenazó a la isla con misiles balísticos de corto alcance; Washington, en virtud de la Taiwan Relations Act, se convirtió en su principal aliado y proveedor de armamento (Visentini, 2012).

      En la esfera regional China ha procurado afianzar sus relaciones con los países vecinos y consolidar su influencia en Asia, lo que despierta el recelo de Japón e India; tensiones que a su vez remiten a las disputas territoriales por las islas Senkaku-Diaoyu y los arrecifes de Okinotori, y por las regiones en disputa en Kashimira y Arunachal Pradesh, respectivamente (Kaplan, 2013; Visentini, 2012). A lo anterior se suma la propia disputa por petróleo y gas para sostener su crecimiento económico y sus objetivos de política externa (Cepik, 2009). De allí que, tanto China como India, hayan modernizado sus fuerzas armadas; mientras la disputa regional se torna más compleja por la presencia de Estados Unidos en Asia, que se ha valido de Japón e India para contener a China (Visentini, 2012).

      Mientras tanto, la estrategia de China ha consistido en “ganar tiempo”, fortaleciendo su economía, tecnología y fuerzas armadas para sostener su desarrollo económico y, en el largo plazo, transformar el sistema internacional (Visentini, 2012). Con la llegada de la “Quinta Generación” de dirigentes que tienen como directriz mantener el régimen modernizándolo. Con Xi Jinping, presidente desde 2013, el país ha continuado el proceso de modernización militar con el objeto de aumentar su potencial disuasivo y mantener la estabilidad regional, esto ha conllevado modificaciones doctrinarias, reemplazando el concepto de “guerra popular” y “defensa del territorio” por el de “guerra local”, con la utilización intensiva de alta tecnología. Así mismo, redujo un tercio los efectivos del Ejército. Trasformaciones que apuntan a solventar sus principales problemas de seguridad: los separatismos en el Tíbet y en Xinjiang; la proyección y fortalecimiento de su marina en el mar del sur, garantizando su “seguridad energética”, considerando que el 80% del petróleo que importa pasa por el estrecho de Malaca (Visentini, 2012). Por su parte, Kaplan (2013) sostiene que el fortalecimiento del poder naval chino apunta a recuperar el Pacífico y el Índico como parte de su geografía. No resulta casual entonces que China tenga el segundo mayor gasto bélico del mundo con US$228.000 millones en 2017 (Stockholm International Peace Research Institute [Sipri], 2018).

      En 2013, Xi Jinping, al participar en el XVI encuentro de Asean-China, en un discurso sobre cooperación en infraestructura y seguridad regional en el Parlamento de Indonesia, anunció su principal iniciativa de política exterior: Obor (Pautasso & Ungaretti, 2016). Esta propone desarrollar dos corredores: Uno terrestre o franja económica que articula a China, Mongolia y Rusia; China-Asia Central; China, Paquistán; China, Myanmar-Bangladesh-India y Asean y China, Corea del Sur y Japón. Y una ruta marítima que va desde la costa china hasta el mar Mediterráneo pasando por el océano Indico y el golfo Pérsico (Concatti, 2017).

      Este proyecto de integración transcontinental, planeado hasta 2049 y que ya alcanza regiones como América Latina (Escobar, 2018) y Oceanía; aglutina actualmente el 66% de la población mundial; 75% de las reservas de energía e inversiones del orden de 1.3 trillones de dólares (Concatti, 2017, p. 178).

      Sin embargo, los ambiciosos planes chinos en el ámbito de Obor encuentran desafíos importantes: conflictos por recursos naturales, problemas ambientales, activismos de organizaciones no gubernamentales (ONG) ambientales extranjeras y sabotaje de grupos extremistas; desestabilización y crisis económicas; inseguridad jurídica e inversiones con retorno de largo plazo (Concatti, 2017; Yiwei, 2016). Esto para no mencionar la dificultad que tiene Beijing para conciliar los intereses muchas veces de los contratantes, de más de seis decenas de países en sus principales focos geográficos Asia central y el sudeste asiático (Ploberger, 2017).

      La nueva Ruta de la Seda es una iniciativa que apunta a la integración de Eurasia posicionando a China como “pivó” y que se extiende hasta África, Europa y Medio Oriente (Pautasso, & Ungaretti, 2016; Visentini, 2012). Esto, en un contexto en que Moscú pierde su antigua influencia en el Sureste Asiático; Japón pierde su lugar como polo económico en Asia oriental y Washington concentra su poder militar en oriente medio (Pautasso & Ungaretti, 2016).

      China tiene a favor su peso económico como responsable del 11% del consumo mundial de petróleo; 54% del consumo de aluminio y 45% del consumo de acero (Scherer (2015), citado por Pautasso & Ungaretti, (2016)); un desarrollo que luego de tres décadas se refleja en sus “capacidades estatales”, ello la impulsan a buscar un


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