Cómo provocar un incendio y por qué. Jesse Ball

Cómo provocar un incendio y por qué - Jesse  Ball


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      «El logro más notable de esta novela es la voz narrativa. Pertenece a Lucia Stanton, su heroína joven y descontenta que recuerda a Holden Caulfield. Lucia es una creación maravillosa y la riqueza de su voz –su inteligencia y distraída precisión– se siente desde la primera página».

       The Boston Globe

      «Ball se refiere a sí mismo como fabulista, pero no deja de ser un escritor profundamente moral, con un sentido fino de la tragedia… Las novelas de Ball –pese a su astucia, sus misterios inquietantes y sus actos de violencia sin sentido–, son en definitiva una celebración de la compasión, nuestra mejor barrera contra el sufrimiento».

       The Atlantic

      «Extremadamente lograda: ágil, con un lenguaje afilado y un chispeante y peculiar sentido del humor».

       The Wall Street Journal

       A Frank Bergon

Primera parte EN DONDE ME PRESENTO

      1

      Hay gente que odia a los gatos. Yo no, es decir, personalmente no odio a los gatos, pero entiendo por qué hay quienes los odian. Creo que todo el mundo necesita tener una causa, y la de algunos es odiar a los gatos, y no los juzgo. Cada persona necesita tener alguna cosa especial que debe hacer. Es más: no debería contárselo a nadie. Debería mantenerlo completamente en secreto, tanto como le sea posible.

      En la escuela anterior no me creían lo del encendedor de mi papá. Siempre lo llevo conmigo. Es lo único que tengo de él. Y cada vez que alguien lo toca queda un poco menos de mi papá en el encendedor. Tiene sus restos; no me refiero a su cadáver, sino a los restos de su cuerpo normal, el que se nos va desprendiendo todo el tiempo. Es lo único que me queda de él, y lo atesoro.

      Así que les dije, y se lo dije más de una vez: no toquen este encendedor porque los mato. Supongo que porque soy mujer nadie pensó que hablaba en serio.

      Alguien me contó que una vez leyó en un libro que un científico vio un chimpancé hablándole por señas a un árbol. Al parecer, el chimpancé no solo había aprendido el lenguaje de señas, sino que además tomó la decisión de usarlo, y para usarlo eligió un árbol. Lo asombroso es que allí se termina la historia. Pusieron al chimpancé a hablar por señas con investigadores y gente así: nada de andar hablando con árboles. Estoy totalmente en contra de esa clase de cosas, y no porque crea que los árboles hablen ni nada por el estilo (no se preocupen, soy muy lúcida). Pero les apuesto lo que sea: si dejan que el chimpancé les hable a los árboles, una década más tarde, bueno… nadie sabe qué podría ocurrir, pero esa es la cuestión.

      Lo que quiero decir es que tengo mis propios planes, mis propias ideas. Que me expulsaran de esa escuela no los afectó demasiado. Creo que en el fondo no me importa a qué escuela vaya. Pero lamento solo haberle rasguñado el cuello con el lápiz. Me creía capaz de más.

      Fue una escena bastante desagradable. Me sentaron en la oficina del director, con mi pobre tía al lado (vivo con mi tía: papá = muerto, mamá en el loquero) y enfrente de nosotras el director, y Joe Schott, y su papá y su mamá. El papá de Joe tiene una concesionaria de autos, es decir que todos lo respetan, aunque no entiendo por qué. Por ejemplo, los empleados del deli lo llaman «jefe» aunque no sea su jefe. Lo he visto con mis propios ojos.

      Como decía, también estaba el secretario, tomando notas. El secretario es además el profesor de gimnasia, y lo odio, así que, básicamente, sin contar a mi tía, una habitación llena de enemigos.

      No se me pasó por alto que el director se había sentado con los Schott. Empezaron de la peor manera. El director le preguntó al secretario: ¿estamos listos para comenzar?, y él respondió: sí, creo que sí.

      Schott padre dijo algo así como: Lucia, estamos dispuestos a perdonarte, con una expresión espantosa en la cara, y Joe dijo: no pienso perdonar a esta pendeja. Voy a perderme dos partidos como mínimo, y entonces Schott padre puso una mano en el hombro de Joe y comenzó a hablar, pero el director lo interrumpió: un momento, dijo, dejemos que empiece ella. Lucia, ¿estás lista? ¿Tienes algo que decir?

      Fue entonces cuando dije: si su majestad el héroe del básquetbol no hubiera tocado mi encendedor, yo no le habría clavado un lápiz en el cuello.

      Eso no les gustó. A Joe Schott lo admiran mucho por allí, es el niño mimado del pueblo. En el restaurante bautizaron una hamburguesa con su nombre, y hasta tiene su propia casa dentro de la propiedad de sus padres: una «cabaña», aunque no lo crean, algo que ningún chico de dieciséis años debería tener. Lo sé porque una compañera de la hora de lectura estuvo allí con él (es lindo). Ella también es detestable, así que les deseo lo mejor.

      Lucia, si quieres seguir en esta escuela, tendrás que disculparte con Joe y su familia.

      Perdón por no haber sido más clara, respondí. No toques mi puto Zippo, Joe. Tarde o temprano toda esta gente se va a ir y te vas a quedar solo, ¿entiendes lo que digo?

      Mi tía me apretó la pierna, así que no dije todo lo que hubiera querido decir.

      Mi tía es muy buena. Creo que es una de las personas más amables del mundo. Para mí que lo es. Cuando volvimos a casa, dijo que lamentaba que las cosas hubieran resultado así, con mi papá muerto y mi mamá internada, pero que no lo iba a remediar apuñalando gente. Dijo que entendía cómo me sentía. Además, no le importaba que no me dejaran volver a esa escuela. Buscaría otra que me aceptara. Lo que más la alegraba: que no hubieran involucrado a la policía. Probablemente la escuela haya querido evitar un escándalo. Pero dijo que todos tenemos un número limitado de oportunidades.

      Quiero mucho a mi tía. Es la hermana mayor de mi papá y tiene por lo menos setenta años, no sé cómo. Eran anarquistas acérrimos, mi papá y ella, eso decía mi papá. Después él se murió y ella se llamó a silencio. El dinero apenas le alcanza para vivir y tener un jardincito. Fue tan dulce conmigo que en ese mismo momento decidí no causarle nunca más un problema. Fuimos a un cine de mala muerte a ver una película vieja sobre caballos. La cinta era muy mala, y el diálogo, pésimo y sentimental. No era Flicka ni Azabache, pero era absolutamente ridícula y horrible. La cuestión es que las dos lloramos a mares por las penurias del caballo y después volvimos a casa y tomamos mucho helado con cucharas grandes. Ella dijo que las cucharas grandes son buenas para días así.

      2

      Quizás se pregunten por qué les cuento todo esto. La verdad es que no lo sé. Pasaron un montón de cosas y solo las estoy poniendo en orden. Lo hago por mí. Ustedes no son más que una invención: me ayudan a poner las cosas en orden. Son mi público ficticio, y como tal les estoy muy agradecida. Supongo que cuando haya terminado de escribir voy a tirar todo esto. No crean que pienso que son menos horribles que los demás. Eso depende de ustedes: si quieren comportarse como personas decentes, adelante. Los que no somos unos miserables idiotas probablemente lo vamos a apreciar.

      En fin, esto es lo que pasó:

      Mi tía encontró otra escuela para que vaya. Se llama Whistler, y es la escuela de la ciudad más cercana. Puedo seguir yendo en bicicleta o tomar el autobús.

      Después de un mes libre tuve mi primer día de clases, al comienzo del nuevo trimestre. No me hacía gracia la idea. Quizás tengan la impresión de que soy un caso difícil, pero solo soy una persona tranquila que se ocupa de sus propios asuntos. Ir a la escuela es horrible y aterraría a cualquier individuo en su sano juicio.

      Esa mañana mi tía me dio una sorpresa. Me desperté y ahí estaba, sobre la mesa de la cocina: el encendedor de mi papá.

      ¿Cómo lo conseguiste?

      Mi tía me guiñó el ojo.

      Me lo llevé de la oficina el día de la reunión. Estaba sobre el escritorio. Yo tampoco quería que se lo quedaran ellos.

      ¡Qué mujer!

      Se


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