Cómo provocar un incendio y por qué. Jesse Ball

Cómo provocar un incendio y por qué - Jesse  Ball


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La noche del incidente anduvo deambulando en las calles. ¿Por qué motivo?

      Hubo más risas.

      Respondí que no había estado en la calle. Había estado en mi casa, mirando por la ventana.

      Entonces arremetió:

       Lo siento, sé que esto no tiene nada que ver con el juicio, pero ¿cómo consiguió esos jeans de hace cuatro años? ¿Viajando en una máquina del tiempo?

      Lisette Crowe. Parece que tengo otra persona de quien vengarme. Tiene mucho dinero pero su forma de hablar es puramente televisiva. No se expresa como una persona con una mente real. El dinero de sus padres no alcanzó para protegerle el cerebro. Odio cómo habla la mayoría de la gente. De solo escucharlos dan ganas de volverse ermitaña. Mi mamá tenía un modo precioso de hablar. A veces me gusta pensar en eso.

      El asunto es que todos se rieron de mí.

      Tal cual, cuando ella hizo su tonta gracia todos se rieron, y eso me pone en un dilema: ¿es suficiente con que alguien se ría para agregarlo a la lista negra? Pienso que si se trata de una persona superficial, esencialmente un instrumento de los demás, entonces no, realmente no está en falta por reírse. Pero también pienso que si es una persona con ciertas capacidades (no hablo de inteligencia, digamos una que cuente con los recursos mínimos), en ese caso, si se ríe sin dudas se ganará un lugar en la lista. Porque podía no hacerlo. En fin, vi a varios de esos. Considérenlos agregados a la lista.

      Dicho sea de paso, mis jeans no tienen nada de malo. Ni siquiera sé qué quiso decir ella. En un estudio a ciegas, apuesto a que no podría distinguirlos de otros cuatro pares de pantalones.

      Pero así son las cosas: las personas ricas y populares ni siquiera necesitan tener razón. Hagan lo que hagan, siempre salen ganando.

      8

      (y por eso deben morir)

      9

      En la parada del autobús después de la escuela (el de la línea urbana) conocí a un chico que estudia en la universidad. Al menos, eso dijo. Le dije que yo también iba a la universidad y creo que se lo tragó. El chico estaba leyendo un libro sobre Chernóbil, cosa que puede parecer interesante al principio pero que en realidad no lo es tanto. Digamos que si una se encuentra con un libro así, lo que hace es ojearlo un segundo y luego dejarlo. No creo que acabe leyéndolo en la parada del autobús. Lo peor es que él iba por la primera página. Ni siquiera lo tenía empezado. Eso, para mí, es una señal de que el libro es un libro pantalla. Los libros pantalla son libros que la gente lleva consigo para parecer inteligente. La cuestión es que su libro pantalla me puso en guardia.

      Me preguntó qué estudiaba y le dije que estaba estudiando el concepto de los venenos. Me preguntó a qué me refería. Le respondí que hay muchas cosas que son venenosas, pero que solo unas pocas son venenos. ¿A quién le toca trazar ese límite? A lo largo de la historia, el límite se va desplazando según quién salga beneficiado. Digamos que el alcohol es bastante venenoso, por ejemplo. Él dijo que le gustaba el alcohol. No lo dudo, dije yo.

      ¿Te gusta ir a recitales?

      No mucho.

      ¿Por qué?

      Porque son caros. A veces, mis amigas y yo entramos gratis.

      Me dijo que no se sorprendía de que nos dejaran entrar gratis.

      Le dije que una de las chicas es muy linda, que debía ser por eso.

      Él dijo que no, que lo que había querido decir era que no se sorprendía: que le parecía que yo podía entrar gratis, con o sin amigas.

      Me preguntó si quería ir a su casa, y le dije que sí, pero cuando llegó el momento de bajar del autobús me quedé sentada. Él se levantó y dijo: la parada es esta. Yo me quedé quieta, mirando por la ventana. Entonces el autobús volvió a arrancar y él ya se había bajado. Tal vez no vuelva a verlo nunca más. No me molesta la idea.

      10

      A veces con mi tía jugamos al cribbage, pero como a ella le parece aburrido nos inventamos un sistema de apuestas. Normalmente se juega hasta los 121 puntos, que se acumulan con el simple fin de ganar. Pero a ella (a mi tía) se le ocurrió la idea de que los puntos pudieran canjearse, y así el juego se volvería más interesante. Entonces, en cada mano, y entre una mano y la siguiente, se pueden usar los puntos de determinadas maneras para hacer varias otras cosas, como anular cartas, volver a tomar del mazo, duplicar la apuesta de alguna mano, comprar toda la caja o duplicar las fichas. Así, el juego es muy entretenido. A mi tía le gusta ganar y a mí también. La mesa que usamos para comer tiene incorporada una pieza que, al desplegarla, se convierte en un tablero de cribbage gigante. Sobre ese tablero jugamos. Con un tablero tan grande, ganar es más divertido y perder es más desagradable. Cualquiera de las dos que haya sido la última ganadora tiene ciertos privilegios en la casa. Uno de ellos es no lavar nunca los platos. Otro es usar la manta azul. Ese día, la última ganadora había sido mi tía. Para ser franca, la última ganadora siempre suele ser ella. Creo que en líneas generales comprende el juego mejor que yo. Su teoría es que las dos somos igual de buenas, pero eso se contradice con el hecho de que ella suele ganar más seguido. O quizás realmente sea la demostración de algún patrón estadístico según el cual ella tiene más suerte en la fase inicial. Lo cierto es que, cuando ella es la ganadora y está cansada, a veces se niega a jugar porque no quiere perder la corona. La conversación que tuvimos esa noche fue más o menos así:

      LUCIA: Juguemos al cribbage.

      TÍA LUCY: Prometiste contarme cómo te fue en la escuela.

      LUCIA: Cribbage. Criiiiibbage. [Baja la mirada].

      TÍA LUCY: Ah, tengo algo para ti.

      Me dio un cuaderno forrado en fieltro negro. Mi cuaderno anterior era un cuaderno común de tapas de cartón. No hay dudas de que el suyo es mejor. Lo tomé y lo miré a la luz de la lámpara. Me gustó en el acto. Es realmente muy lindo. Debe ser lo más lindo que tengo, en cuanto al valor que podrían darle los demás.

      Entonces se me ocurrió una idea muy buena. Decidí usar el cuaderno para anotar mis predicciones. Lo llamaré

      EL LIBRO DE CÓMO VAN A SUCEDER LAS COSAS

      No lo sé, quizás a ustedes no les guste tanto la idea. Yo confío bastante en mis predicciones, y me pareció que la suma total de mi felicidad se vería incrementada por tener un libro así. No es que lo necesite para demostrarle a nadie que tenía razón. Como no hablo sobre mis predicciones, no hay nada que demostrar.

      ++

      Abrí el cuaderno y escribí en la primera página:

EL LIBRO DE CÓMO VAN A SUCEDER LAS COSAS

      PREDICCIÓN

      Leslie es una chica que se sienta en el aula a tres bancos del mío. Tiene un flequillo increíble pero una cara perturbadora de muñeca de porcelana y no usa casi nada de ropa. Se la pasa hablando con Pierre, el chico del banco de al lado. En el transcurso de la semana, Leslie sufrirá un accidente automovilístico que la dejará completamente desfigurada y Pierre no volverá a dirigirle la palabra. Ella agotará cada recurso mental hasta convertirse en una física premiada. Para entonces, la medicina habrá avanzado y podrán reconstruirle la cara. Entre tanto, Pierre se habrá vuelto un alcohólico sin techo y un día, al pasar frente a un negocio, verá a Leslie en un programa de entrevistas en uno de los televisores de la vidriera. Gracias a la medicina, la cara de ella será idéntica a la que tenía en el momento del accidente, es decir que, a pesar de que tiene ya treinta y ocho años, su cara parece de dieciséis y es muy, muy atractiva, lo cual hará que el corazón de Pierre le salte del pecho, literalmente, y quede boqueando en el suelo como una trucha. La gente que pase caminando por esa calle se cuidará de esquivar su cuerpo tirado boca abajo. Mientras tanto, ella todavía lo ama en secreto y cuando, en una noche de juerga alcoholizada con amigos, descubre el cadáver de él en la morgue de la zona,


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