Cómo provocar un incendio y por qué. Jesse Ball
de la fábrica Triangle cuando se asomaron por la ventana, vieron que era demasiado alto para saltar y aun así saltaron.
El asunto es que una se sienta allí y, como se supone que es estúpida, nadie espera que haga nada para mejorar como persona. No se nos está permitido hablar, porque no se espera que lo que tengamos para decirnos entre nosotros sirva para nada, ni siquiera para cumplir con la misión de ellos, la que simulan tener (que mejoremos como personas). Imagino que piensan que si hablamos causaremos algún problema, lo cual es cierto. Pero el problema que causaremos es inevitable.
Vamos a hablar de DÍA UNO, DÍA DOS, DÍA TRES, DÍA CUATRO y DÍA CINCO, que son todas las sanciones que tuve que cumplir esa semana, porque nada de lo que pasa en la escuela es interesante. En las clases me pongo la capucha y escribo en mi cuaderno. Durante el almuerzo me siento sola. Tengo cero interacciones y todos decidieron dejarme en paz, lo cual se debe en parte a una foto que alguien consiguió; supongo que tendrán conocidos en Parkson. Era una foto muy graciosa. No tengo teléfono, así que no pude guardar una copia, pero me hubiera gustado tenerla.
Al parecer, alguien me sacó una foto sin que me diera cuenta. Me pegaron unos ojos de gato en la cara y uñas afiladas en las manos y dibujaron un globo de historieta, y dentro del globo pusieron una foto real del cuello de Joe Schott con los tajos del lápiz. Así que supongo que esa otra foto anduvo circulando por Parkson, y que algún genio de aquí decidió ser aún más gracioso. Admito que me gustó. Ojalá hubiera podido mostrársela a mi tía o a mi papá.
DÍA UNO
Me senté y leí El teatro y su doble, de Artaud. Al principio pensé que solo hablaba de teatro, pero después me di cuenta de que probablemente Artaud odiaba el teatro. O que odiaba el teatro de los demás. Quería salvar al teatro de los filisteos, es decir, de todos. Así que leí eso. Comí regaliz. Noté que uno de los chicos que había visto hablando aquella vez estaba sentado a mi lado. Podemos sentarnos donde queramos, pero no podemos hablar y no podemos movernos una vez sentados. Janine Pezaro, por ejemplo, se sienta adelante. No le importa que se le siente alguien detrás, porque es una verdadera mole y puede darle una paliza a la mitad de los tipos de la escuela. O a más de la mitad. La sancionaron por golpear a dos chicas al mismo tiempo. La adoro un poco por eso. Pero no hay dudas de que no entiende nada de nada.
El chico que había mencionado la Sociedad del Fuego ahora estaba sentado a mi lado. Dejé el libro Toda Rusia arde en llamas sobre el escritorio, junto al de Artaud, y pedí permiso para ir al baño. Me dieron un pase de cinco minutos (que en realidad apenas alcanza para ir hasta el baño y volver). Cuando volví a mi asiento, vi que él había tomado el libro del banco y lo estaba leyendo.
Devuélvemelo.
Me lo dio.
Perdón, me pareció interesante.
La profesora Kennison nos gritó por estar hablando, así que nos callamos. La semilla estaba plantada. Aún quedaba por zanjar la cuestión de si aceptaban chicas en la Sociedad del Fuego. Me imagino que allí también podría regir alguna mierda misógina. Mi tía siempre me decía: nunca aceptes ningún privilegio que les den a las mujeres, porque es solo una cara de la moneda.
DÍA DOS
El gordito no fue, así que me quedé leyendo. Esta vez, un libro de Alfred Jarry que encontré en un canasto de la iglesia. Parece que el tipo solía andar con un revólver y amenazar a la gente con usarlo.
DÍA TRES
Un mal día. Durante el almuerzo escupí a Lisette y me pusieron otra sanción, porque resulta ser que su madre es la orientadora educativa y puede mover algunos hilos. Cuando llego como de costumbre al aula de los sancionados, Kennison se ríe entre dientes y dice: parece que vamos a tenerte seguido por aquí, como si las dos fuéramos cómplices de una broma. No me interesa segregarme del resto de la humanidad, quiero decir, me gustaría ayudarlos, pero que quede claro: Kennison y yo no estamos en el mismo bote, de ninguna manera. Así que entro y me siento. El día anterior se me había acabado el regaliz, y como a los de Green Gully también se les había acabado, me quedé sin nada. Me explico: hay dos tiendas que venden el regaliz que a mí me gusta. En una de ellas puedo robarlo. Para la otra necesito dinero. Ahora bien, mi tía no tiene casi nada de dinero, y no puedo usar su casi nada de dinero para comprar regaliz. Es decir que solo consigo regaliz cuando lo tienen en Green Gully. Es un supermercado caro, lo que significa que sus precios son tan altos que ni se molestan en poner una buena seguridad.
Dicho sea de paso, no me parece que escupir a la gente esté del todo bien, pero Lisette me acusó de vivir con mi abuelita o algo por estilo y eso no me gustó. Todo el tiempo, y no exagero, la gente prácticamente me implora que pierda los estribos, y yo por lo general mantengo la calma.
DÍA CUATRO
Este día me entero de que las chicas que se sientan en el rincón opuesto del aula se turnan para fumar un porro en el baño durante casi toda la sanción. Lo que hacen es pedir permiso continuamente para ir al baño con la excusa de que les vino la regla. Su comportamiento, cuando lo vi, me causó gracia, aunque no lo comprendiera. Pero cuando fui al baño para usar el baño de verdad, me encontré con una de ellas y me convidó un poco, por lo que el resto de la sanción se me pasó muy rápido. De hecho, estuve fumada como dos horas, así que después de la sanción fui con ellas al parque y nos sentamos a mirar a un vagabundo que perseguía unas gaviotas. En cierto momento, cuando ya hacía unos veinte minutos que estábamos mirándolo, Lana dijo: me parece que está persiguiendo las gaviotas, y nos reímos tanto que se nos caían las lágrimas. Hasta a mí me hizo reír, y yo nunca me río.
DÍA CINCO
Me propuse este día hacer el ensayo, aunque faltaran tres semanas para la fecha de entrega. Ojeé un poco el libro sobre Rusia y redacté una sinopsis de lo que sería el ensayo. Luego escribí las primeras páginas. La postura de la autora, según entiendo, es que los campesinos incendiaban sus propias casas no por motivos políticos sino por ignorancia, y en algunos casos como venganza ante ofensas menores. Eso me pareció un tanto deprimente, pero casi inevitable. En una parte decía que las campesinas se despertaban temprano para sacar a sus bebés de las estufas de hierro donde los habían metido la noche anterior. Sí, metían a los bebés en estufas de hierro llenas de brasas. Por eso, si algún día ven a un ruso haciendo alguna locura, como bien suele suceder, recuerden: hace siglos que esa gente hace locuras. No es ninguna novedad.
El día cinco, que fue el viernes, debo aclarar, encontré una nota en mi casillero. Decía: 11 p. m., Alcatraz.
Alcatraz no es Alcatraz, por supuesto. Es solo una islita que está en medio de un lago en los predios de un complejo sanitario. Los chicos van allí a tomar.
ALCATRAZ
Como casi nunca salgo a ninguna parte, a mi tía no le molesta que vuelva tarde. Cree que, si vuelvo tarde, quizás es porque tengo amigos. En su opinión, eso les gana a los peligros de volver tarde, sean los que fueren. En realidad, si vuelvo tarde, es solo porque me quedo sentada en algún parque, o en un cementerio, o incluso en una lavandería. Esos lugares a los que va la gente que no conoce a nadie.
Así que me iba a ser muy fácil ir a la reunión si me daban ganas. Pasé por casa a dejar los libros de la biblioteca y me llevé un destornillador que tomé del mueble que está bajo la pileta de la cocina. A mi tía ni siquiera la vi: los viernes trabaja como voluntaria en un hospicio, una especie de comedor comunitario, creo. Los demás voluntarios son todos religiosos y no los soporta, pero va de todos modos. Es como yo: no conoce a mucha gente, así que tiene que arreglárselas con los que sí conoce.
El complejo sanitario queda bastante lejos de la casa y tuve que ir en autobús. Ya había estado allí dos veces, en ambas ocasiones con chicos más grandes, cuando recién empezaba la secundaria. Se veía distinto siendo que estaba sola, pero logré orientarme.
Primero hay que sortear el puesto de seguridad que está sobre la calle principal. Para eso hay que caminar unos sesenta