El evangelio. Jordi Sapés de Lema
aparece claramente como un fracaso colectivo. Simplemente, opinamos que las estructuras políticas y sociales que están configurando esta sociedad limitan y agreden nuestra realidad superior; así que, somos partidarios de iniciar el camino de la trascendencia superándola en clave de caridad.
No estamos en contra del progreso científico-técnico ni de la experiencia mística capaz de proporcionar una felicidad imposible de vivir en este plano material, pero creemos que si «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» fue para enseñarnos a atender a las personas concretas que tenemos al lado, aunque sea con un amor más pequeño, menos espectacular. Porque cada ser humano concreto representa, en su realidad personal, toda la esencia que es y toda la exclusividad con la que existe.
EL EVANGELIO COMO AYUDA AL TRABAJO ESPIRITUAL
A medida que avanzamos en el Trabajo espiritual, constatamos una mayor necesidad de consejo para movernos por los niveles superiores con una mente capaz de captar y manejar lo trascendente y de reflejarlo en nuestra vida diaria. Y vemos que es indispensable contar con un auxilio procedente de arriba, que pueda completar nuestros esfuerzos personales, aunque no los supla. Porque nosotros, librados a nuestras propias fuerzas, somos incapaces de contrarrestar la inercia que nos impulsa a identificarnos, no solo con los bienes materiales, sino, sobre todo, con la valoración o el prestigio que intentamos obtener en nuestro entorno cotidiano.
Se necesita una verdadera revolución mental para observar la realidad con los ojos del espíritu. Como dice el Evangelio, hay que nacer de nuevo desde arriba y cuestionar los planes que la personalidad tiene para crecer y perfeccionarse, porque estos planes se refieren al ámbito de la forma y no son más que una muestra de narcisismo disfrazada de espiritualidad. El espíritu pertenece a otra dimensión, no se puede incorporar al “yo” al igual que le hemos incorporado conocimientos, afectos, habilidades y otras muchas cosas. El espíritu no se puede sobreponer a la personalidad.
La personalidad es real pero transitoria, es un fenómeno que se manifiesta en el tiempo. Puede crecer y perfeccionarse, justamente porque es variable. Pero la espiritualidad se refiere al Ser, a la identidad, a lo que nunca cambia, a lo que siempre es; y no tiene nada que ver con ser mejores, más buenos o ejemplares. Por eso, resulta tan difícil hacer pedagogía de la espiritualidad sin caer en la ideología o en la moral.
Necesitamos tomar conciencia de que hay algo en nosotros que no depende de nosotros, que no podemos manipular, que está en una dimensión distinta a la de la existencia, aunque se expresa en la existencia. Aquí, la ideología sobra porque el espíritu está por encima de la mente. Y la verdadera moral es consecuencia de la conciencia y no un requisito para alcanzarla. Así que, tenemos que situarnos en un plano muy diferente del que rige nuestra vida cotidiana. Y esto exige tener por referencia algo sólido y real, incuestionable, absoluto, que no pueda ser manipulado y convertido en una cuestión de dogmas o culpas.
Por desgracia, existe también una inhibición disfrazada de espiritualidad y de pseudoelitismo, que no está ni se le espera cuando el Verbo llama a la puerta, a través de las diversas circunstancias de la existencia. «Ya hemos dado», le contesta esta personalidad supuestamente superior que está de vuelta de todo.
Esto lo señala el papa Francisco en su escrito apostólico Evangelii Gaudium:
«Todos sabemos por experiencia que a veces una tarea no brinda las satisfacciones que desearíamos, los frutos son reducidos y los cambios son lentos, y uno tiene la tentación de cansarse. Sin embargo, no es lo mismo cuando uno baja momentáneamente los brazos, por cansancio, que cuando los baja definitivamente dominado por un descontento crónico, por una acedia que le seca el alma. Puede suceder que el corazón se canse de luchar porque en definitiva se busca a sí mismo en una carrera sedienta de reconocimientos, aplausos, premios, puestos… Entonces, uno no baja los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección. Así, el Evangelio, que es el mensaje más hermoso que tiene este mundo, queda sepultado debajo de muchas excusas».
«Le falta resurrección»: ¡qué diagnóstico tan preciso! Esta resurrección es el auxilio indispensable, la fuerza que desciende de arriba en respuesta a la demanda de sentido, felicidad y realidad que tiene todo ser humano, aunque la mayoría no lo reconozca. Y cada uno de nosotros estamos llamados a gozar de ella y a ser vehículos de transmisión de esta.
A veces, se recibe a través de un impacto exterior; a veces, se descubre de improviso, un día, en el fondo de la conciencia; pero hay quien la persigue y alcanza a base de esfuerzo y constancia, en un viaje hacia el centro de esta conciencia. Y este viaje es lo que da sentido a la existencia.
Dice Antonio Blay:
«Viviendo desde el centro, no es que las cosas sean distintas, porque muchas veces no podemos alterar el curso de las cosas, sino que las vemos totalmente distintas y dejan de ser un conflicto porque las vivimos desde lo que es la verdadera identidad, que es voluntad, inteligencia y capacidad de amar. No es que yo en mi interior tenga un refugio donde esconderme del exterior; es que mi interior es mi Sede real. No he de recurrir a mi interior cuando las cosas externas van mal, sino que he de tomar conciencia de este interior en todo momento. Entonces este interior se convierte en un medio de acción, no sólo en un medio de protección o de refugio». (Personalidad y niveles superiores de conciencia. Ed. Índigo).
El problema es cómo llegar a situarnos en este centro para tratar desde él la realidad cotidiana; mucho más, cuando resulta que estamos inmersos en la existencia desde una perspectiva totalmente contraria a la del espíritu. La solución es introducir algo nuevo que lo reestructure todo, algo que, manteniendo lo que hay, otorgue un nuevo significado y una nueva función a cada cosa.
Y esto es lo que produce el Evangelio en la conciencia de quien tiene los oídos afinados para sintonizar con lo Superior.
CÓMO ABORDAMOS EL EVANGELIO
El Evangelio es un texto expresamente escrito para no ser entendido si se pretende leer como una obra de ensayo. Está escrito para las personas que han despertado a la conciencia e intencionadamente velado para aquellos que no han hecho un esfuerzo por ver.
Es cierto que, siguiendo la costumbre oriental, Jesucristo recurre con frecuencia a la práctica de explicar unos cuentos breves, llamados parábolas, que hay que interpretar. Pero en ellos no encontramos consejos morales apropiados para dar un tono ético y ejemplar a nuestra existencia; al contrario: tropezamos con planteos a todas luces injustos y contradictorios, cuando no claramente rechazables, puestos expresamente para llamar nuestra atención.
Los que ya tenemos cierta edad recibimos de pequeños una educación religiosa por parte de una Iglesia católica que se responsabilizaba de interpretar estos fragmentos. Probablemente, despertaron en nosotros las ganas de comprenderlos, pero no tuvieron demasiado éxito en explicarlos. El dogma resulta cómodo para evitar preguntas, pero no necesariamente resulta convincente si hay que contestarlas. Sin embargo, consiguieron despertar nuestro interés de la forma que reflejamos en la aproximación inicial que denominamos Recuerdos escolares.
Pretendemos que esta aproximación inicial sirva de introducción para los más jóvenes que, no sabemos si por suerte o por desgracia, han llegado a la madurez ignorando el mensaje del Evangelio. Nosotros hemos vuelto a él después de recorrer otras tradiciones religiosas o filosóficas, en busca de una luz que finalmente encontramos en el camino de Antonio Blay.
La propuesta de Blay resalta por su claridad, a la hora de presentar la existencia como una manifestación de la esencia, conectando así dos niveles que la educación que recibimos presentaba como mundos paralelos. Tanto la espiritualidad católica como las de matriz oriental proponían unos objetivos que parecían imposibles de encarnar para personas normales. Blay demostró, con su experiencia personal, que el nivel terrenal solo tiene sentido considerado desde la espiritualidad, y para transmitirla estableció una serie de conceptos que definen el ámbito psicológico y metafísico. Estos conceptos, que hemos denominado claves simbólicas, son los que hemos utilizado para traducir los textos evangélicos a un lenguaje actual, que habla de situaciones habituales en nuestra existencia.
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