Escribir cuento. Varios autores
de los protagonistas: unos chicos del pueblo roban el perro de Bernardino y se niegan a dárselo, a no ser que él se deje pegar en su lugar.
Ese acontecimiento aparece narrado una sola vez y sucede una sola vez también, pero la autora le otorga toda la atención. Ese hecho es lo que hace que los narradores cambien su punto de vista sobre Bernardino. Lo que sucede es lo suficientemente singular como para que no precise repeticiones.
En este tipo de acciones predominan los tiempos verbales perfectivos, ya que transmiten la sensación de que la acción ha sucedido una sola vez en un momento determinado (canté, duermes, saldrá, etcétera) y que ya está acabada.
7.2.2. Tiempo objetivo y tiempo subjetivo
El tiempo objetivo sería el tiempo mensurable por un reloj. Es exactamente igual para cada persona. Aquí y en la otra punta del mundo.
El tiempo subjetivo es la percepción personal que cada uno tiene del paso del tiempo.
¿Quién no ha tenido alguna vez algún profesor un poco tostón que ha hecho que una simple hora se hiciera eterna? Eso mismo pasa en la escritura. Los acontecimientos o hechos narrados tienen una duración determinada, pero esa duración puede tener una percepción subjetiva distinta en función de cómo afecte a los personajes.
Muchas veces no bastará con decirlo (sobre todo si esa percepción subjetiva del tiempo es importante para el objetivo que nos hayamos marcado con el relato), por lo que es recomendable hacer que el lector participe de esa sensación. Si un segundo ha pasado tan largo como una hora para el protagonista, el lector debe percibir ese alargamiento del tiempo.
Para dilatar el tiempo en un relato es recomendable intercalar acciones y escenas con otras herramientas como son las digresiones o las descripciones. También podemos jugar con las repeticiones de las acciones ya narradas anteriormente. Dependiendo de lo mucho o poco que queramos exagerar esa sensación de tiempo detenido, aumentaremos o reduciremos el número de acciones. Si detenemos del todo el tiempo, el texto puede volverse abstracto y el lector salirse de la historia con facilidad.
Recordad que alargar el tiempo no significa aburrir al lector, sino que perciba que esa acción dura más tiempo de lo que verdaderamente dura. Además de esto, es importante también emplear el ritmo del relato (como veremos a continuación) para que esa sensación sea mayor.
En el siguiente ejemplo de Julio Cortázar, el tiempo se estira para que el lector tenga la misma sensación de incomodidad y de agobio que empieza a sentir la protagonista del relato. Las acciones se van alternando con las descripciones, y con algunas reflexiones y pensamientos de la protagonista:
Buscando las monedas en el bolso lleno de cosas, se demoró en pagar el boleto. El guarda esperaba con cara de pocos amigos, retacón y compadre sobre sus piernas combadas, canchero para aguantar los virajes y las frenadas. Dos veces le dijo Clara «de quince», sin que el tipo le sacara los ojos de encima, como extrañado de algo. Después le dio el boleto rosado, y Clara se acordó de un verso de infancia, algo como: «Marca, marca, boletero, un boleto azul o rosa; canta, canta alguna cosa, mientras cuentas el dinero». Sonriendo para ella buscó asiento hacia el fondo, halló vacío el que correspondía a Puerta de emergencia, y se instaló con el menudo placer de propietario que siempre da el lado de la ventanilla. Entonces vio que el guarda la seguía mirando. Y en la esquina del puente de Avenida San Martín, antes de virar, el conductor se dio la vuelta y también la miró, con trabajo por la distancia pero buscando hasta distinguirla muy hundida en su asiento.
[…]
«Par de estúpidos», pensó Clara entre halagada y nerviosa. Ocupada en guardar su boleto en el monedero, observó de reojo a la señora del gran ramo de claveles que viajaba en el asiento de delante. Entonces la señora la miró a ella, por sobre el ramo se dio la vuelta y miró dulcemente como una vaca sobre un cerco, y Clara sacó el espejito y estuvo enseguida absorta en el estudio de sus labios y sus cejas. Sentía ya en la nuca una impresión desagradable; la sospecha de otra impertinencia la hizo darse vuelta con rapidez, enojada de veras. A dos centímetros de su cara estaban los ojos de un viejo de cuello duro, con un ramo de margaritas componiendo un olor casi nauseabundo.
«Ómnibus»
Julio Cortázar
Al contrario de lo que hemos visto, para acortar el tiempo y transmitir la sensación de que pasa más deprisa de lo que en realidad lo hace, tendremos que evitar las digresiones y las descripciones que no vayan al hilo de la acción y centrarnos sobre todo en las escenas, los resúmenes y las elipsis. En este caso es importante también jugar con el ritmo. Por supuesto todo esto son consejos, no normas. Un pasaje en el que el tiempo pase deprisa puede utilizar descripciones y digresiones, pero no son recursos característicos de ese tipo de narración.
7.3. El ritmo
El ritmo literario hace referencia a la cadencia de las palabras en el relato. Depende de las pausas, los silencios, los tiempos verbales, los tipos de oración y las palabras empleadas. A continuación veremos cómo podemos emplear cada uno de esos elementos para acelerar o frenar el ritmo de la narración:
Tiempos verbales. Los tiempos simples aceleran el ritmo, mientras que los compuestos lo hacen más lento. La razón no es únicamente el número de palabras empleadas sino también el aspecto durativo de los verbos. Dentro de las formas simples y las compuestas, los verbos en presente son los que más aceleran la narración debido a su sensación de inmediatez.
Pausas. Jugar con los signos de puntuación hará que el texto tenga una cadencia u otra. Las comas aceleran la lectura, mientras que los puntos (sobre todo los puntos y aparte) la frenan. Dentro de este apartado habremos de considerar también los diálogos y las acotaciones, puesto que forman párrafos distintos y entre ellos hay pausas. Las acotaciones suelen dinamizar más los diálogos, pero usadas en exceso pueden entorpecer la lectura y la comprensión.
Tipo de oración. Una acumulación de oraciones simples puede acelerar el ritmo si no se corta el párrafo, y las oraciones compuestas lo ralentizarán; pero una oración compuesta, con incisos y pausas adecuadas, también puede ayudarnos a transmitir agilidad. Todo depende de su longitud y de cómo coloquemos las pausas.
¿Qué es importante aquí? Sobre todo ser conscientes del ritmo que estamos buscando y del efecto que queremos conseguir con ello. Probablemente necesitemos acelerar el ritmo en un pasaje de acción, mientras que tendríamos que relajarlo en momentos en los que la tensión no sea alta. Lo ideal, siempre hablando en términos generales, es alternar distintos tipos de ritmo para dinamizar la lectura y hacer que el lector no se duerma.
En el ejemplo que hemos incluido a continuación, perteneciente a «El Aleph» de Jorge Luis Borges, podemos encontrar un cambio de ritmo entre la primera parte [1] y la segunda [2]:
[1] En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del Universo.
Como vemos, Borges usa varios de los recursos mencionados en este apartado: frases compuestas de varios periodos, que pausan la narración de forma elástica. El autor se toma su tiempo para introducir el concepto del Aleph en nuestra cabeza. Pero en la segunda parte, donde se enumeran las imágenes y acciones que el protagonista ve dentro de la esfera, el ritmo aumenta considerablemente. Es obvio que la intención del autor era la de acelerar el tiempo para que percibamos que todo está ocurriendo a la vez en un lapso corto. El lector debe sentir que la velocidad aumenta para que las imágenes se superpongan lo máximo posible:
[2] Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en