Noche de bodas aplazada. Natalie Rivers

Noche de bodas aplazada - Natalie Rivers


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duraría para siempre.

      –Ven arriba conmigo y deja que me anticipe a tus deseos, mi querida Chloe –dijo con voz ronca–. Deja que te muestre lo feliz que me siento por haberme casado contigo.

      Los ojos de Chloe se llenaron de lágrimas. Jamás se había sentido especial… desde luego nunca se había visto sexy o preciosa. Que Lorenzo se lo dijera significaba para ella mucho más de lo que nunca podría imaginar.

      El amor y la felicidad eran más potentes que el champán que había estado bebiendo durante toda la tarde…

      «Te quiero» era lo único que pensaba.

      Sólo dos palabras, pero nunca las había dicho en voz alta. Ninguno de los dos lo había hecho.

      Al principio era demasiado tímida como para admitir sus sentimientos, pero ahora todo había cambiado. Estaban casados. Habían estado juntos en medio de una congregación, prometiendo cuidar el uno del otro, amarse y respetarse durante el resto de sus vidas… y ahora su corazón rebosaba felicidad.

      Y, de repente, las palabras escaparon de su garganta:

      –Te quiero, Lorenzo.

      Inmediatamente la expresión de Lorenzo cambió por completo, un cambio tan profundo que Chloe supo de inmediato que había cometido un terrible error.

      –¿Me quieres? –repitió él con súbita ira–. ¿Por qué has dicho eso?

      –Porque… porque es verdad –respondió Chloe, sorprendida.

      –¿A qué estás jugando? –Lorenzo frunció el ceño como si no entendiera–. Tú sabes… siempre has sabido que este matrimonio no tiene nada que ver con el amor.

      –Pero… –Chloe no pudo terminar la frase, con el estómago encogido. ¿Qué estaba diciendo?

      –Tú sabes que el nuestro es un acuerdo práctico. Hemos hablado de que serías mi esposa ideal… tú entendías que éste era un acuerdo sensato y práctico entre los dos, mucho mejor que un campo de minas emocional. Siempre has sabido lo que pensaba de este matrimonio.

      –No te entiendo –Chloe lo miraba, desconcertada, intentando recordar su proposición. Era cierto que no había clavado una rodilla en el suelo para pedirle que se casara con él, pero la había llevado a París, la ciudad más romántica del mundo, habían paseado por la orilla del Sena con las hojas de otoño bailando a su alrededor… incluso había tomado sus manos para pedirle que fuera su mujer.

      Intentó recordar cuáles habían sido sus palabras exactas, recordar la conversación entera. Pero, de repente, lo único que podía ver era la expresión airada de Lorenzo.

      –Discutimos el asunto cuando tu madre y tu hermana se marchaban a Australia. Te pregunté por tu padre, si él emigraba con ellas… y tú me dijiste que no lo habías visto desde que tenías siete años.

      –Pero tú y yo no salíamos juntos entonces –dijo Chloe, intentando entender la relevancia de esa conversación–. Eso fue antes de pedirme que saliera contigo.

      Recordaba que se había mostrado muy comprensivo y que le había contado que su madre se marchó de casa cuando él tenía cinco años. Era la primera vez que su relación había saltado la barrera entre jefe y ayudante. Lorenzo incluso le había servido una copa mientras le decía… que en su opinión la vida era mucho más sencilla sin las complicaciones de los ideales románticos.

      Chloe se llevó una mano al corazón. Sí, lo había dicho, pero nunca habría imaginado que hablaba en serio, que era algo más que un simple comentario amargo debido a los tristes recuerdos de su infancia.

      ¿Qué tenía eso que ver con su matrimonio?

      Lo miró, atónita, intentando recordar si habían vuelto a hablar del asunto alguna vez, pero sabía que no era así. Lo recordaría si Lorenzo hubiese dicho algo que la hiciera pensar que su interés por ella era frío y práctico.

      Él se pasó una mano por el pelo, sus ojos azules brillando de rabia.

      –Pensé que eras diferente a las demás –le dijo–. No otra de esas mujeres que intentan atraparme con falsas declaraciones de amor y promesas que no tienen intención de cumplir. Pero ahora veo que eres como ellas… peor aún porque has esperado hasta hoy, el día de nuestra boda, para hacerlo.

      Chloe intentó entender lo que estaba diciendo, pero no era capaz. Se daba cuenta de que estaba temblando y se abrazó a sí misma.

      –¿No quieres que te quieran? –le preguntó–. No te entiendo, Lorenzo. Es natural esperar amor, buscarlo incluso.

      –La gente que busca el amor es idiota –dijo él, desdeñoso.

      –¿Pero y si lo encuentras aunque no lo estés buscando? –le preguntó Chloe.

      Nunca había esperado enamorarse de su jefe, pero su magnético carisma, su seguridad, su presencia, habían hecho imposible que no lo amase.

      –El amor es una ilusión, un falso ideal.

      –Eres tan cínico… –murmuró Chloe–. Pues claro que el amor existe, no se puede negar lo que siente tu corazón.

      –¿Y tu corazón te dice que me quieres? –preguntó Lorenzo, sarcástico–. ¿Incluso ahora que he dejado claro lo que pienso sobre el asunto?

      –No es algo que uno pueda apagar y encender con un interruptor –dijo ella, desolada por su actitud. Sabía que Lorenzo podía ser muy arrogante a veces, pero nunca había pensado que fuese una persona cruel.

      Por lo visto, había muchas cosas que no sabía del hombre con el que acababa de casarse. ¿Había cometido el error más terrible de su vida?, se preguntó.

      –¿Entonces insistes en decir que me quieres? Tal vez no desees echarte atrás ahora… ¿crees que es mejor seguir fingiendo?

      –¿Qué es lo que quieres de un matrimonio, de tu mujer? –le preguntó Chloe, que no iba a dejarse amedrentar.

      –Quiero a alguien sincero, auténtico. Alguien a quien pueda respetar. No otra de esas mujeres cuyas promesas de amor son tan falsas como su aspecto.

      –Yo siempre he sido sincera contigo –replicó ella, parpadeando furiosamente cuando notó que sus ojos se empañaban. No iba a llorar delante de él cuando estaba tratándola de esa forma–. Y si no puedes respetar eso… si no puedes respetarme a mí, me temo que es tu problema, no el mío.

      Chloe levantó la barbilla, desafiante, mordiéndose los labios para evitar que le temblasen mientras intentaba pasar a su lado. Pero Lorenzo sujetó su brazo.

      –Ve a tranquilizarte un poco si quieres –le dijo–. Pero no tardes mucho. Después de todo, eras tú quien no quería ser grosera con nuestros invitados.

      Chloe miró por encima de su hombro. Había olvidado dónde estaba y fue una sorpresa ver que la fiesta seguía en todo su apogeo.

      Sintió una ola de náuseas al preguntarse si alguien los habría visto discutir. Pero nadie estaba mirando.

      –No hay testigos, lo cual es una suerte –las palabras de Lorenzo eran desdeñosas, pero eso no enmascaraba el tono amenazador– porque no voy a tolerar más faltas de respeto. Ni voy a permitir que me avergüences de ninguna manera.

      Chloe lo miró, de repente incapaz de reconocer al hombre del que se había enamorado. Abrió la boca para responder, para decirle que ella no toleraría ese comportamiento, pero antes de que tuviese oportunidad de hablar Lorenzo se dio la vuelta.

      Y se quedó donde estaba, mirándolo. Nunca había podido apartar la mirada cuando Lorenzo entraba en una habitación. Su presencia era como un imán.

      Incluso ahora, después de lo que había pasado, no pudo dejar de mirar hasta que lo perdió de vista. Pero como la puerta de su estudio estaba cerrada de inmediato supo lo que debía hacer. Tenía que alejarse de él, tan rápido como fuera posible.

      Diez


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