El latido del agua. Felicitas Rebaque
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El latido del agua
Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
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© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora
© Felicitas Rebaque 2009
© Editorial LxL 2020
www.editoriallxl.com
04240, Almería (España)
Primera reedición: septiembre 2020
Composición: Editorial LxL
ISBN: 978-84-1776-81-7
El latido
del agua
Felicitas Rebaque
A mis hijos y nietos,
las prolongaciones de mi latido.
A José Ignacio, el motor de mi corazón.
Índice
Lucía
Gerardo
Un siseo
El abuelo
Se la encontraba
Desde el parto de la yegua,
Creía haberse enamorado
Por Santiago,
Durmió poco y mal.
La casa de piedra
Los días tranquilos regresaron.
A principios
Fin
Agradecimientos
Esta novela quiere rendir un homenaje a las comarcas leonesas de Babia y Luna, en España. Por tanto, mi primer agradecimiento es para esa tierra y esos parajes que me sirvieron de inspiración.
A sus gentes, que me regalaron sus vivencias e incluso me prestaron sus nombres. A mis primeros lectores habituales: Carmen, María, Javier, Teresa, que me ayudan a pulir y a abrillantar la creación.
A mi editora, Angie Sánchez, que acogió con cariño esta novela y le dio un nuevo impulso.
A la editorial LxL, por seguir creyendo en mi trabajo. Gracias a mi familia, siempre. Y a vosotros, queridos lectores, por vuestro interés y lectura.
En cuanto tengáis esta historia en vuestras manos, dejará de pertenecerme y pasará a ser vuestra. No tengo ninguna duda de que la trataréis con cariño. Disfrutadla.
I
En una casa...
P
equeña de piedra, un poco alejada de las demás, dos mujeres esperaban. Una, a terminar sus días: «Partiré con la lluvia y cuando el río se seque»; el seno del río estaba seco y estéril. La otra, expectante, a comenzar a vivir. La fuerza y la savia nueva de la más joven evidenciaban la decrepitud de la anciana, el relumbre cegador del fuego de la hoguera que comienza a arder frente al débil resplandor del cabo de una vela a punto de extinguirse.
Estaba anocheciendo y, desde que amaneció, el cielo no había dejado de llorar. Era un llanto pausado y sereno, silencioso, formado por minúsculas gotas de agua que trenzan una fina sábana casi transparente que se extiende con la naturalidad de un sudario cubriéndolo todo. El pueblo recibía el agua en un silencio reverencial. Los campos la absorbían agradecidos bajo la vigilante mirada de las montañas que rodeaban el valle.
Las familias que llegaron a pasar los días más calurosos del