Miranda en ocho contiendas. Edgardo Mondolfi Gudat

Miranda en ocho contiendas - Edgardo Mondolfi Gudat


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de número de la Academia Nacional de la Historia. Licenciado en Letras (UCV); magíster en Estudios Internacionales (The American University, Washington D. C.); doctor summa cum laude en Historia (UCAB). Es autor de El lado oscuro de una epopeya. Los legionarios británicos en Venezuela; El día del atentado. El frustrado magnicidio contra Rómulo Betancourt; Temporada de golpes. Las insurrecciones contra Rómulo Betancourt y Miranda en ocho contiendas, entre otros títulos. Entre 2008 y 2009 fue visiting fellow de la Cátedra Andrés Bello en el Saint Antony's College de la Universidad de Oxford (Inglaterra).

       A las dos Eugenias de mi entorno: María y Josefina.

       Y también a Edgardo Ignacio.

      A modo de introducción

      The myths cast a powerful spell.

      MARGARET MACMILLAN

       The Uses and Abuses of History

      Ante el inmenso caudal bibliográfico que existe en torno a Francisco de Miranda (1750-1816) resulta fácil dar por sentado que ya se ha dicho casi todo cuanto haya podido decirse al respecto y que, por tanto, cualquier libro que se aproxime a su actuación, o a algunos pormenores de su biografía, corre el riesgo de verse despojado de todo destello de originalidad. Por suerte, tal aseveración es susceptible de verse puesta en duda. En este sentido, partimos de suponer que la trayectoria de Miranda, como la de cualquier otro referente del pasado, puede dar pie a la formulación de otras pesquisas y, sobre todo, ser objeto de sensibilidades y perspectivas diferentes. Ello es tanto más cierto cuanto que cada generación tiende a utilizar técnicas distintas e, incluso, nuevas metodologías provenientes de otras disciplinas. Al incorporar de este modo ciertos ángulos desatendidos o, incluso, al darles cabida a aspectos que hayan podido verse soslayados, ello puede acercarnos de pronto a conclusiones novedosas.

      Ocurre entonces que, por ese camino, casi siempre termina por configurarse alguna contribución basada en aquello que otros historiadores minimizaron, dejaron de advertir o, simplemente, pasaron por alto debido a que su instrumental de análisis pudo haberse visto respondiendo a otra clase de interrogantes. Mi experiencia al respecto me dice que el dato tangente, la nota menuda, el suceso o referencia que en apariencia incide solo de manera indirecta sobre el acontecer medular, muchas veces yace lejos del alcance de lo que, de buenas a primeras, pueda registrar el ojo desnudo. Por tanto, más allá de las esquinas conocidas, siempre existe alguna variante que aguarda por ser incorporada a lo que, en este caso, implica la construcción totalizadora de Miranda y su contexto histórico y social.

      Ante semejante convicción se hace preciso insistir entonces en la idea de que cada leva de historiadores aporta sus propias lecturas, enfoques y miradas y, por tanto, que cada época extrae conclusiones diferentes o privilegia tal o cual tipo de interpretación acerca del sujeto estudiado. En el caso de Miranda, para bien o para mal (y, en realidad, lo correcto sería decir para bien y para mal), su figura fue tratada de modo exhaustivo durante una época que data esencialmente desde el hallazgo y regreso de sus papeles personales a Caracas, en la década de 1920, hasta la conmemoración del bicentenario de su nacimiento (1950) en tiempos del régimen de facto presidido por Carlos Delgado Chalbaud.

      A partir de este punto, el interés comenzó a diluirse y espaciarse un tanto, aun cuando no dejara de verse enriquecido mediante aportes de valía, tal como lo confirman las obras de Josefina Rodríguez de Alonso en la década de 1970, la gruesa antología documental preparada por José Luis Salcedo Bastardo para la Biblioteca Ayacucho en los años ochenta o, desde la perspectiva biográfica, las nuevas miradas ofrecidas por Tomás Polanco Alcántara durante la década de los noventa.

      Sin embargo, coincidiendo con el inicio de este siglo y, también, con el estímulo que suscitaran algunas conmemoraciones redondas en torno a Miranda, comenzó a circular un catálogo de obras entre las cuales destacan las sólidas contribuciones biográficas hechas por Inés Quintero, los minuciosos aportes emprendidos por Gloria Henríquez en torno a su archivo, las nuevas perspectivas ofrecidas por Carmen Bohórquez a partir de un reexamen de lo que fuera la actuación de Miranda dentro del amplio contexto internacional de su época o, por caso, el estudio específico que Giovanni Meza le consagrara al casi intratable tema de las relaciones entre Bolívar y Miranda.

      Tampoco puedo dejar de mencionar, como parte de este inventario, las miradas que han procedido del mundo exterior durante este primer tramo del siglo XXI y, en tal sentido, sería difícil dejar de hacer mención del libro titulado Francisco de Miranda, a Transatlantic Life in the Age of Revolution (2003), de la historiadora canadiense Karen Racine, o del estudio que corriera a cargo de Manuel Lucena Giraldo en el año 2011 bajo el título de Francisco de Miranda, la aventura de la política. Dentro de esta misma línea de títulos producidos en España, como el de Lucena que acaba de referirse, figura el libro Miranda, más liberal que libertador, del investigador Xavier Reyes Matheus, editado en el 2014.

      De algún modo, estas ocho contiendas, que en algunos casos se concentran en ciertos aspectos íntimos del propio «don Pancho» (como gustó firmar a veces), son producto de los mismos desvelos que produjo la inminente conmemoración de fechas redondas del acervo biográfico mirandino durante los inicios de este milenio, tal como lo supusieron los 250 años exactos de su nacimiento en el 2000 o, seis años más tarde, el bicentenario de su fallida expedición a Venezuela.

      En cierto sentido, y tal como el propio título lo sugiere, estas ocho contiendas pretenden ser una serie de aproximaciones parciales, un puñado de asaltos dentro del cuadrilátero, a ratos descarnados, y entre los cuales –es cierto– se revela una evidente relación de vasos comunicantes[1]. Se trata de confrontaciones que, a lo largo de algunos años, me vi llevado a librar en torno a ciertas vertientes y episodios que informan la vida de aquel extrañísimo producto de estas latitudes, capaz de entrometerse en la vida de uno (de eso tengo la más absoluta certeza) con un poder de seducción absolutamente conmovedor e inquietante.

      Debo aclarar que el libro, en la versión corregida y ampliada que ahora se ofrece a través de la Editorial Alfa, fue editado por primera vez en el 2005 por iniciativa de la Fundación Bigott. Si algo lo hace distinto en muchos sentidos a la edición anterior es el hecho de que incorpora, con cuidado y a consciencia, parte de las aguas que han corrido bajo este puente a partir de los aportes realizados por algunos de los autores antes referidos.

      Si bien se trata de la versión actualizada de un título publicado hace poco más de diez años, ello no le resta un ápice a lo que ya para entonces se vislumbraba como un terreno propicio para insistir en la polémica y que, con el paso de estos últimos años, no ha hecho más que verse confirmado. Me refiero así a la «oficialización» del culto de Miranda y al tratamiento ritualista del cual ha sido objeto su figura, algo que no resulta nada novedoso por cierto pero que, sin duda, llegó a hacerse visible, como ha ocurrido en otras instancias, durante el recorrido que lleva la llamada revolución bolivariana.

      La única diferencia tal vez estribe en que, en este caso, las remembranzas se concentraron más que nada, y con total estruendo, en torno a una fecha particular: el bicentenario de la fallida expedición del año 1806, conmemoración redonda que le permitió al Gobierno endilgarle el curioso nombre de «Año Bicentenario del Juramento del Generalísimo Francisco de Miranda y de la Participación Protagónica y del Poder Popular», sin que se supiera muy a las claras qué era lo que, a fin de cuentas, pretendía poner de bulto semejante denominación.

      Lo que sí parece del todo cierto es que nadie navegó más a contracorriente de los caprichos y veleidades populares, o de las «concurrencias tumultuarias» (para decirlo a tono con la época) que el propio Miranda. Esto, ya de por sí, hace dudar que, en medio de sus actuaciones, podamos descubrir en él a un exponente avant la lettre de la democracia participativa y protagónica propugnada como parte del sistema ideológico que el chavismo ha pretendido implantar o, dicho de otra manera, que estemos en presencia del más adecuado o confiable intérprete de una democracia de radical contenido igualitario. No resulta difícil dejar de advertir la falta total de escrúpulos que implica una operación como esta, susceptible de hacer que se pase por alto la especificidad histórica


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