Palabras para La Poderosa 1. Claudia Piñeiro
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Palabras para
La Poderosa
1
Antología de cuentos
Colección Rodolfo Walsh
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Palabras para La Poderosa 1
E-Book
ISBN: 978-987-86-6180-3
© 2020, Al Fondo a la Derecha Ediciones
José Cubas 3471 (C1419), Buenos Aires, Argentina.
www.alfondoaladerecha.com.ar
© 2020, “Un zapato y tres plumas”: Claudia Piñeiro y Penguin Random House Grupo Editorial S.A.
© 2020, “El affaire de los tractores”: Raúl Enrique Blanco y Punto de Encuentro.
© 2020, “La garita”: Gabriela Cabezón Cámara y Seix Barral.
© 2020, “La última noche de Dios”: Horacio Daniel Convertini y Editorial Revólver.
© 2020, “La mujer desnuda”: Daniel Adolfo Sorín.
© 2020, “La interferencia”: Enrique Gabriel Ferrari Pagano.
© 2020, “Lot”: Néstor Sebastián Chilano.
© 2020, “La noche roja”: Pablo Yoiris.
© 2020, “Se llama Ángela”: Sofía María Fernández Olguín.
© 2020, “El emboscado”: Arturo Osvaldo Gallone y Raíz de dos.
© 2020, “Marina, el amor bajo los plátanos”: Hugo Ricardo Barcia.
© 2020, “Charles Bronson”: José María Marcos y Ministerio de Cultura del GCBA.
Compiladores: Valeria Sorín, Daniel Sorín
Diseño de tapa e interior:
Al Fondo a la Derecha Ediciones
Foto de tapa: Sara Loetscher, bajo licencia libre de uso de Pixabay.
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso de la editorial. Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Autores y editores ceden
las regalías de este libro
para apoyar el trabajo de la
Asociación Civil La poderosa
Integración por la Educación Popular.
Palabras de los editores
Esta antología reúne cuentos de escritores contemporáneos de la Argentina, pero no sigue un criterio de género o temática. En todo caso, luego de leer estos relatos se podrá obtener un fresco de nuestra sociedad.
Claudia Piñeiro nos enfrenta a una familia donde se prohibió la risa. Gabriela Cabezón Cámara ha tomado como tópico la violencia de género. Que en otra versión será también parte del vínculo entre los protagonistas del cuento de Pablo Yoiris.
La historia argentina y su feroz lucha por el sentido común se hace presente en el relato de Teodoro Boot. Daniel Sorín nos sumerge en los años del terror en un cuento que oscila entre dos tiempos. Sofía Olguín mira la identidad de quien ya no tiene memoria.
Osvaldo Gallone seguirá a Judas en su huida después de la traición. Sebastián Chilano toma el mito de Lot mientras sus personajes se debaten acerca de cuándo soltar el pasado. Hugo Barcia comprueba que el amor de Quijotes y Dulcineas es tan real como sus vidas mundanas de bares y conventillos.
La pandemia de covid-19 ha dejado su huella en el relato en clave de ciencia ficción de Kike Ferrari. Mientras que Horacio Convertini ubica su escena mafiosa en la Nueva York de entreguerras.
Contratapa
La moto con la cual Ernesto Guevara y Alberto Granado hicieron su viaje iniciático por la América profunda se llamaba La Poderosa.
Hace unos años, unas personas, compañeras y compañeros que adosaron a sus necesidades la memoria, fundaron la "Asociación Civil La Poderosa Integración por la Educación Popular". Hace tiempo que se los conoce fuera de sus barrios por una notable revista que dieron en llamar La garganta poderosa.
Los escritores que integran este primer volumen de la antología Palabras para La Poderosa son, como los integrantes de la organización, trabajadores. Y, como ellos, algunos tienen conchabo y otros no.
Al Fondo a la Derecha Ediciones entiende que todas las luchas populares se insertan, se incluyen, se subsuman en la gran lucha por el sentido de las palabras. Que todo cambio, grande o pequeño, exige adueñarse de ese significado. La palabra es motor y combustible para cambiar o para que todo siga igual.
En este libro, la palabra es ficción y arte, lo que en modo alguno la trivializa; porque el arte es esa extraña continuación de la realidad por otros medios.
Claudia Piñeiro
Un zapato y tres plumas
Aparecido en Quién no, Penguin Random House Grupo Editorial, Buenos Aires, 2018.
Entré al Gran Hotel Sarmiento, el único hotel en todo Unquito, sin quitarme los anteojos negros. Observé el mostrador desde lejos y esperé a que el conserje, un hombre con edad suficiente como para conocerme, se ocupara con otro pasajero. Recién entonces me acerqué al otro empleado, un chico que apenas habría terminado el secundario, y pedí la habitación que tenía reservada. No di mi nombre sino el de la empresa para la que trabajaba.
Subí yo mismo mis valijas y me instalé en la habitación. Me acerqué a la ventana pero dudé antes de abrir. Sabía que detrás de las cortinas me esperaba la plaza del pueblo. Moví el picaporte todavía dudando. Un viento frío me lastimó los ojos. Atardecía y los faroles de la plaza empezaban a encenderse, con ese color violeta que antecede a la luz de mercurio. Busqué el banco donde me había despedido de José, mi hermano mayor, hacía veinte años. Un banco de piedra. Le había regalado un caleidoscopio en esa despedida; José lo giraba a un lado y al otro mientras yo me iba por la diagonal de la plaza que va a la terminal de ómnibus, sin atreverme a darme vuelta y mirarlo. Muchas veces, después, me imaginé lo que vio José ese día: mis fragmentos repartidos y repetidos alejándose en distintas direcciones en el cristal del aparato.
Cerré la ventana y me tomé un momento para recordarme a mí mismo por qué estaba en Unquito, el lugar donde había nacido y al que juré no volver. Trabajaba para una empresa de programas de computación que me había enviado a revisar una instalación en la sucursal de un cliente. Cuando el gerente me dijo que tenía que ir al interior por un trabajo para el Banco Alemán, nunca sospeché que sería en Unquito. Uno no se imagina que lo que dejó atrás cambia. En el destierro los conocidos no envejecen, las casas no se deterioran, los árboles no crecen. Cuando dejé Unquito no había allí más que una sucursal bancaria, la del banco provincial, y supongo que no más que una o dos computadoras en todo el pueblo. Sin embargo, algunas cosas habían cambiado, y ahí estaba yo tratando de minimizar la trascendencia del lugar donde me encontraba, repitiéndome una y otra vez que el único motivo que me había hecho quebrar mi juramento era conservar el trabajo.
Esa noche decidí no bajar a comer. Quería madrugar, terminar el trabajo cuanto antes y, si era posible, volver a Buenos Aires enseguida. Al otro día me levanté antes de que amaneciera. Cuando llegué al banco no había nadie más que el guardia de noche, y no me dejó entrar. Me pidió que volviera en una hora, cuando estuviera el gerente. Me puse a caminar; para hacer tiempo, me dije. Sabía que era más sensato volver al hotel, pero mis piernas avanzaban sin tener en cuenta estas consideraciones.
Desde la esquina de Roca y Alsina ya pude ver el cartel de la Bicicletería Rivera. Me acerqué unos pasos para observar la casa donde había nacido. La puerta al costado del negocio era otra, pero no dudé