Volviendo al nido. Jullianna Barreto
sola para amarse
no significa
dejar de querer
al prójimo.
Es pensar en uno mismo
y buscar
el satisfacer.
Un minuto en silencio,
un minuto de meditación,
un minuto, luego pienso,
un minuto de autoproyección.
No olvidemos el amor propio
que nos hace crecer
y nos mantiene en el brote
de la metamorfosis
en cada anochecer.
Sin excusas,
sin disculpas.
Valora detalles,
suma sacrificios.
Eres la primordial,
tú decides,
quieres
y proyectas
lo que quieres ser.
Ella había ido en su mejor oportunidad, pasaba sus noches en los mejores lugares, con la mejor compañía. En pocos meses vinieron los dzulez, eran los extranjeros. Ellos fueron los que deshicieron todo. Llevaron temor al pueblo maya, mataron su cultura, destruyeron las flores y se llevaron las estrellas. Acabaron con hombres mayas, se llevaron mujeres y niños. Yatziri quiso volver cuando su pueblo quedó solo; no podía verlo en ruinas. A pesar de que no sabía qué hacer, no podría dejar a su gente en aquella situación.
En medio de muchas personas, ella quiso atacar a los hombres que lastimaban a las mujeres cerca de un río, pero un hombre blanco la dejó tirada en la orilla con una costilla rota y no pudo levantarse ni abrir los ojos.
Luego, cuando los hombres blancos se fueron de ese lugar, cuando el clima cambió y empezó a refrescar, las hojas de los árboles se veían mojadas y el suelo, más húmedo, apareció un hombre fuerte, con rasgos mayas. De piel color café, sus ojos color tierra, el cabello oscuro hasta los hombros, de estatura mediana. Llevaba poca ropa, retazos de tela de colores vivos.
Yatziri ya no era una loba, ella era una mujer. El golpe en su costilla y el sufrimiento por ver a su pueblo así la transformaron en una mujer maya, la naturaleza lo decidió.
La mirada del hombre con rasgos mayas era de preocupación, vio que estaba respirando, podía escuchar su corazón, entonces la tomó en sus brazos y la llevó. Ella estaba herida y no quería lastimarla.
Él se llamaba Yunuen, era de una aldea próxima a la de Yatziri, pero no se imaginaba que ella era la princesa más bella de todo el reino de los mayas y desconocía su metamorfosis porque la había encontrado como mujer.
Después de unos días, Yatziri despertó asustada, pudo verse como mujer, hacía mucho tiempo que no se veía así. Encontró a Yunuen, quiso escapar, pero el joven la tomó de la mano y dijo:
—Estás muy frágil. No te haré ningún mal. —Miró a sus ojos.
—¿Quién eres? —preguntó desconfiada.
—Me llamo Yunuen, estoy aquí para cuidarte. Te veías muy frágil, creo que algún dzulez te ha lastimado.
—¿Quiénes son ellos? ¿Qué hacen aquí? —Yatziri no sabía lo que sucedía.
—Ellos son hombres blancos que invadieron nuestras tierras, quitaron el pueblo de sus hogares y arruinaron nuestra cultura.
—No podemos permitir eso, Yunuen, debemos luchar y seguir adelante. En unos días será luna llena, debo estar mejor. —Yatziri tocó al lado de su costilla.
—Descansa. Debes hacer reposo. —La acostó con cuidado.
Y en verdad Yatziri estaba cansada, no estaba bien, necesitaba dejar el cuerpo sobre la cama y cerrar los ojos. Yunuen estaba preparando algunas plantas medicinales para que ella sienta menos dolor y que la herida se cierre.
Pasaron los días y Yatziri ya estaba mejor, podía ayudar a Yunuen en algunas tareas simples, siempre sentada para no forzar todo su cuerpo.
Una noche de viento suave y fresco, Yatziri y Yunuen salieron a mirar las estrellas. Él estaba enamorado de ella desde el primer momento en que la tomó en los brazos, pero no quiso demostrar nada para no asustarla, quiso que todo siguiera su camino y que ellos pudieran formar una linda amistad.
Yunuen siempre decía a todos sus amigos que una buena relación debería empezar con la amistad, era la base para un futuro largo al lado de quien amas de verdad. Cuando uno ya es viejo, queda la amistad para siempre, ya si es solo por atracción física, no será de la misma manera una relación duradera.
Enseguida Yatziri pudo contar que era la princesa y Yunuen quedó admirado, porque él conocía la historia de la mujer loba, todos hablaban de ella como una mujer valiente y, dentro de todo, era la más hermosa del pueblo maya, incluso eso se estaba transformando en una leyenda. Los más viejos se lo contaban a los niños y quedó registrado en el Códice, un libro que solo leían los conocidos y estaba en orden, cada página llevaba un marco grueso de color rojo. La parte que hablaba de Yatziri ocupaba tres páginas de aquel libro que era leído de izquierda a derecha.
Yunuen estaba sin palabras, actuaba diferente con Yatziri, se sentía avergonzado y no sabía de qué hablar con ella. Era una mujer tan fuerte y no podía creer que una princesa estaba en su casa, un lugar tan simple que no pudo más que decirle:
—Te pido disculpas si no es un lugar muy adaptado para ti, mi hogar es simple. Pero tengo muchos conocimientos de las hierbas y te ayudaré a estar mejor en pocos días. Te lo aseguro, luego te llevaré a tu hogar.
—No, Yunuen, no sé de qué me hablas. Yo soy una loba, he vivido en lugares más húmedos, más incómodos y terribles de lo que puedas imaginar. Realmente estoy en un palacio, porque eres tan amable desde el momento que me recibiste y veo que eres sincero, porque antes de que supieras que yo era la princesa ya eras así.
—Es que del primer momento que te había visto, mi corazón quedó apretado, era como una conexión. Sentía que debía tenerte protegida aquí. Si no escuchaba mi corazón, era probable que murieras.
—Sí, pienso lo mismo. Te agradezco por todo lo que estás haciendo conmigo, es digno de un hombre fuerte y valiente.
Yunuen se sintió orgulloso por las palabras de Yatziri y pudo sentir su corazón cada vez más apurado. Estaba emocionado y quiso en un momento besarla, pero no se acercó, tenía que controlar sus emociones. Sabía que todo tenía su tiempo y su apuro podría asustar a Yatziri. Él no olvidaba que decían que ella tuvo su metamorfosis debido a que sus padres la querían casar con el príncipe.
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