Charada. Julianna Morris

Charada - Julianna Morris


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son sólo excusas.

      Kincaid puso su mano en la herida y le enseñó la sangre a Merrie.

      De pronto, se oyó un ruido ensordecedor. Se trataba de la alarma antifuego que se había disparado porque algo se estaba quemando en la casa.

      –¡Cielos! El bizcocho que estaba preparando se ha debido de calcinar. Pronto llegarán los bomberos… –dijo Merrie.

      Logan se introdujo en la casa y sacó con la ayuda de unos paños los restos carbonizados y los tiró en el patio, lo más lejos posible. Abrieron las ventanas para que saliera todo el humo y penetrara el aire fresco.

      Merrie miraba con buen humor el resultado de sus habilidades culinarias. Había intentado seguir los pasos de Lianne, que todos los miércoles hacía un bizcocho, porque le daba a la casa un toque muy hogareño. Su hermana pensaba, sin duda, que Logan necesitaba una madre en determinadas ocasiones.

      Sin embargo, ella detestaba la cocina.

      –Aunque Lianne lo haga todas las semanas, no tendrías que haberte sentido obligada a hacerlo.

      –Pero, se lo prometí.

      –¿Tú también crees que necesito una madre?

      –Creo que eres un adicto al trabajo.

      «Y que eres tremendamente sexy. Es una pena que seas tan anticuado, porque si no, ya me habría lanzado para atacarte», pensó Merrie para sí.

      –No eres muy amable, teniendo en cuenta que has estado a punto de quemarme la casa. Lianne y tú no sois nada parecidas en cuestiones domésticas.

      –No. Durante el curso escolar, yo doy clases de Ciencias, y en verano, me voy a Montana a montar a caballo y a cuidar el ganado. Hago las mejores galletas y el mejor estofado que hayas probado nunca… siempre que sea sobre una hoguera al raso.

      –Ya se nota, porque el fuego ya lo tenías montado –comentó irónicamente Logan.

      Merrie se encogió de hombros.

      –Si te hubieras marchado de vacaciones como estaba previsto, yo no habría preparado ese estúpido bizcocho. Estaría en Montana, divirtiéndome.

      –¿Quieres decir que yo tengo la culpa de todo?

      –En cierto modo, sí… Lianne necesitaba irse lejos, a reflexionar sobre la anulación de su compromiso y a pensar en su futuro. Si ese canalla hubiera sido mi novio, me habría deshecho de él mucho antes. Es más, nunca me habría comprometido con él.

      –Ya me lo imagino…

      –Bueno, el caso es que mi hermana tenía resuelta la sustitución para todos sus clientes. Excepto para ti, teniendo en cuenta que ibas a marcharte. Cuando cambiaste tus planes, no pudo contar con nadie y por eso vine yo, en vez de irme a Montana. ¿Cómo se te ocurrió cambiar de planes?

      –Eso digo yo… –dijo una voz ajena–. Estuve esperándote en Cancún tres días, pero no apareciste.

      Logan miró aterrorizado, hacia la pradera de delante de la casa.

      Gloria Scott, la cazamaridos más profesional al noroeste del Pacífico, lo había localizado. ¡Era lo último que deseaba!

      Capítulo 2

      LIANNE tenía razón. Así eran las mujeres que le gustaban a Logan Kincaid… Por lo menos, así era la joven que acababa de llegar. Merrie observó con curiosidad la cara de Kincaid. Parecía un animal cuya mirada hubiera sido deslumbrada por los potentes faros de un coche.

      –Gloria –dijo por fin–.¡Qué sorpresa! ¿Te fuiste a Cancún?

      –Es obvio. ¿Por qué no viniste, como habíamos quedado?

      –Ocurrió un imprevisto y tuve que cancelar el viaje.

      –Sí, eso parece –masculló la joven despechada–. Por cierto, ¿quién es ella?

      Gloria apuntó hacia Merrie, sin dignarse a mirarla.

      –Te presento a Merrie Foster. Es la hermana de mi ama de llaves que me está echando una mano estos días.

      –Ya lo veo.

      Esta vez, Gloria inspeccionó a la profesora desde los pies a la cabeza, intentando averiguar por qué sus pantalones cortos estaban tan sucios y por qué llevaba la camisa de Logan, atada a la cintura.

      –¿Por qué lleva tu ropa? –preguntó Gloria, sin rodeos–. ¿Es parte de la remuneración, o del trabajo?

      Tal insinuación le sentó a Merrie como una patada en el estómago. Puede que no fuese una experta en alta costura, pero sabía cuando la estaban insultando.

      –Gloria, por favor –suplicó Logan–. Eso no es de tu incumbencia.

      –Se lo podemos explicar –sugirió Merrie–. Perdí mi camiseta en lo alto del árbol, y Logan me prestó su camisa para que el vecindario, no me viese desnuda. ¿Está claro?

      Logan se había quedado sin palabras. La hermana de Lianne le dio una patada en el tobillo, para que la apoyara.

      –Sí, eso… –balbuceó Kincaid.

      Gloria no parecía muy convencida con la explicación, y le hizo preguntas impertinentes a Logan.

      –No soy de piedra, puedes hablar directamente conmigo porque estoy delante de ti –le espetó Merrie–. Deberían haberte enseñado buenos modales…

      –Logan, ¿vas a dejar a tu criada que me hable en ese tono?

      –No veo por qué tendría que hacerla callar. Y no se trata de mi criada, trabaja por libre.

      –Eso es –exclamó la profesora.

      –¡Menudo aspecto tienes, Logan! Ya que pretendes vestir de modo informal, por lo menos, hazlo con estilo.

      Ante tales palabras, Merrie estuvo a punto de atragantarse. Kincaid, por su parte, estaba mudo de vergüenza ajena.

      –¡Visto como me parece! –exclamó el joven indignado.

      –Con el sueldo de la empresa, podrías permitirte el lujo de adquirir ropa distinguida… Papá iba a correr con tus gastos del viaje. ¡Eres muy valioso para la compañía, y queremos tratarte como te mereces!

      Logan tenía ganas de estrangularla. Cuando Gloria no conseguía lo que pretendía de él, entonces empuñaba las armas del soborno. Había sido su acompañante en tres fiestas, relacionadas con la correduría de agentes de bolsa de su padre. Ahora, el siguiente paso consistía en casarse con ella.

      Pero Kincaid prefería casarse con un puerco espín, antes que hacerlo con ella. Era una mujer fría como el hielo. ¡Si no entraba en sus planes la idea de casarse, menos aun con un iceberg!

      –No puedo hablar contigo en estos momentos. Ya te llamaré para charlar cuando vuelva a la oficina –se excusó Logan.

      –¿Charlar? –preguntó Gloria sin poder creer lo que le estaba pasando.

      –La señorita Foster necesita ser atendida por un médico –dijo Logan, solicitando el apoyo de Merrie.

      –Espero que no tengamos que ir al hospital –sostuvo la joven profesora.

      –Estoy convencida de que no es nada grave –comentó Gloria despectivamente.

      –Nunca se sabe –replicó Logan, negando con la cabeza–. ¡Qué pena que no nos encontráramos en Cancún! Pues, da la casualidad de que Merrie y yo vamos a coincidir en el mismo lugar, estas vacaciones, ¿no es cierto?

      La joven vaquera continuó con el papel que le había adjudicado Kincaid, quejándose al ponerse en pie. El joven se despidió y la tomó en brazos para depositarla en el interior de la casa.

      Cuando desapareció el ruido del coche de Gloria, ambos suspiraron con alivio.


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