Maestros de la Poesia - Rubén Darío. Rubén Darío

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      El Autor

      Rubén Darío es el seudónimo de Félix Rubén García Sarmiento (Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916) fue un poeta y héroe nacional nicaragüense. Máximo representante del modernismo literario en lengua española, quien ha tenido en el ámbito hispánico una duradera influencia en la poesía del siglo XX. Llamado Príncipe de las letras castellanas. Considerado por muchos eruditos como el poeta más importante que escribió en español fuera de España.

      Nació en la ciudad de Metapa, Matagalpa, el 18 de enero de 1867. Fue el primer hijo del matrimonio formado por Manuel García y Rosa Sarmiento, quienes se habían casado en León el 26 de abril de 1866.

      De este matrimonio nació una niña, Cándida Rosa, quien murió a los pocos días. Con una dichosa facilidad para el ritmo y la rima creció Rubén en medio de turbulentas desavenencias familiares.

      Transcurre su niñez en la ciudad de León, criado por sus tíos abuelos Félix Ramírez y Bernarda Sarmiento, a quienes consideró en su infancia sus verdaderos padres (de hecho, durante sus primeros años firmaba sus trabajos escolares como Félix Rubén Ramírez).

      Aunque según su fe de bautismo el primer apellido de Rubén era García, la familia paterna era conocida desde generaciones por el apellido Darío, y el joven poeta, adoptó la fórmula "Rubén Darío" como nombre literario de batalla.

      Asistió a varias escuelas de la ciudad de León, en los años 1879 y 1880, comienza a educarse con los jesuitas.

      Fue un lector precoz, aprendiendo a leer a los tres años, pronto empezó también a escribir sus primeros versos, publicando por primera vez en un periódico poco después de cumplir los trece años, la elegía Una lágrima que apareció en el diario "El Termómetro", de la ciudad de Rivas, el 26 de julio de 1880. Publicó también los poemas La Fé y El Desengaño y colaboró con El Ensayo, revista literaria de León, alcanzando fama como "poeta niño".

      Su poesía, influyó en centenares de escritores de ambos lados del Océano Atlántico.

      Darío fue uno de los grandes renovadores del lenguaje poético en las letras hispánicas, considerado genio lírico hispanoamericano de resonancia universal, que manejaba el idioma con elegancia y cuidado, renovándolo con vocablos brillantes, en un juego de ensayos métricos y de combinaciones fonéticas.

      Parte de la producción literaria de Darío fue escrita en prosa, relatos, artículos periodísticos, crónicas, crítica literaria…se trata de un heterogéneo conjunto de escritos, la mayor parte de los cuales se publicaron en periódicos, si bien algunos de ellos fueron posteriormente recopilados en libros.

      Rubén Darío es citado generalmente como el iniciador y máximo representante del Modernismo hispánico siendo el poeta modernista más influyente, y el que mayor éxito alcanzó, tanto en vida como después de su muerte.

      Su magisterio fue reconocido por numerosos poetas en España y en América, y su influencia nunca ha dejado de hacerse sentir en la poesía en lengua española. Fue además el primer poeta que articuló las innovaciones del Modernismo en una poética coherente.

      Su influencia en sus contemporáneos fue inmensa: desde México, donde Manuel Gutiérrez Nájera fundó la Revista Azul, cuyo título era ya un homenaje a Darío, hasta España, donde fue el principal inspirador del grupo modernista del que saldrían autores tan relevantes como Antonio Machado, Ramón del Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez, pasando por Cuba, Chile, Perú y Argentina (por citar algunos países en los que la poesía modernista logró arraigo), apenas hay un solo poeta de lengua española en los años 1890-1910 capaz de sustraerse a su influjo.

      La evolución de su obra marca además las pautas del movimiento modernista: si en 1896, Prosas profanas, significó el triunfo del esteticismo, Cantos de vida y esperanza (1905), anunciaba ya el intimismo de la fase final del Modernismo, que algunos críticos han denominado posmodernismo.

      Viajó a España donde sucumbió a mucha influencia de Europa, una influencia muy liberal. Sus ideas nuevas fueron reflejadas en su poesía de romanticismo y amor.

      Llega a León, donde transcurrió su niñez, el 7 de enero de 1916 y falleció menos de un mes después, el 6 de febrero. Los funerales duraron varios días.

      Fue sepultado en la Catedral de León el 13 de febrero del mismo año.

      El archivo de Rubén Darío fue donado por Francisca Sánchez al gobierno de España en 1956 y ahora están en la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid.

      Rubén Darío

      de Leopoldo Lugones1

      ¿Quién es ese que murió en pequeña lejana ciudad, durante el cataclismo más espantoso de la historia, sin cargo importante ni fortuna, antes empobrecido por todas las miserias de la existencia; y que, no obstante, entristeció al desaparecer, veinte naciones representadas en la ocasión por sus más bellas almas: con lo cual sonaron para lamentar como bronces dolidos, los sendos idiomas ibéricos que hablan cien millones de hombres? ¿Quién es ese más grande, así, que los reyes, ya que no teniendo corona de mandar, mereció entre los pueblos los funerales de Alejandro? ¿Quién es ése que de tal modo representaba como la expansión de un nuevo helenismo? Ese no es sobre la tierra sino esta cosa de apariencia sutil y fugaz: un alma que canta. Y él mismo habíase definido de esta suerte:

      Yo soy aquel que ayer, no más, decía

      El verso azul y la canción profana,

      Y en cuya noche un ruiseñor había

      Que era alondra de luz en la mañana.

      Como la alondra y el ruiseñor, simultáneamente encarnados en él, Rubén Darío, poeta absoluto, es un ser constituido de alas, melodía y luz. Alas que viven de volar; melodía que de callar muriera; luz que prolongando en infinitud de amor la noche de Julieta, así evocada, transmuta la plata del plenilunio en el oro de la aurora. Poeta absoluto. Nada más que poeta, si señor. Como si dijéramos: nada más que estrella...

      Estas consagraciones honran, así, a la especie humana. Un instinto superior parece que le revelara en ellas la desnudez de la verdad implícita, como al estremecerse el agua resalta su cristal en la estría pasajera. Lo que es, efectivamente, un poeta, la gente no sabría decirlo. Cuando el trajín diario la rebaja a la condición de acémila, y así pasa cargando su triste vida, furiosa de afán, resoplante bajo su saco de oro, suele creerlo inútil porque canta. En vez de alegrarse con aquel regalo de belleza cuyo objeto es conservar un poco de dignidad humana sobre la turba así embrutecida, arroja una piedra al pájaro o le reprocha con vileza los cuatro granos que come sin pagar. El rebajamiento posee un perverso instinto de rebajarlo todo, y la injusticia de la opresión torna injusto al oprimido. Entonces ocurre este fenómeno conmovedor: el pájaro herido canta todavía; porque pena y regocijo, todo es para él un perpetuo cantar. Y un día cuando se muere tal cual mueren los pájaros, como del aire, y entonces viene a verse cuán poco estorbaba en realidad, y que ni era para reprochárselo por lo mucho y bien que cantó, el vago asombro de la gente parece contener un remordimiento tardío. Ella desearía saber lo que es un poeta, y cómo resulta inmortal nada más que con un poco de ritmo y de rima en los cuales no se contiene una ley científica, ni un principio filosófico, ni una máxima moral, ni una prescripción política como esas que en substanciosos frutos la prosa le madura. ¡Un poeta! ¿Qué será un poeta?

      Es esto:

      Por los campos antiguos en que, campo de libertad ella misma, nuestra Argentina se dilataba sin catastros ni alambres, solía el caminante extraviado meterse de noche al seno de un bosque incógnito. No había percance más temible, porque el bosque es el laberinto donde se puede andar hasta la muerte siguiendo la pista de sí mismo, el palacio abierto que no tiene salida, morada de las hadas maléficas que escamotean el rumbo en un rayo de luna y el grito de auxilio en una vaguedad rumorosa más enorme que el mar: calabozo sin paredes, pues no hay encierro como la falta de horizonte. La única salvación era, entonces, dar con agua: no sólo porque la sed solía reinar bajo la espinosa fronda, sino porque la fuente, el jagüel, el charco, presuponen la existencia de sendas, de animales que las trazan con la frecuencia


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