La interpretación de los sueños. Sigmund Freud
del sueño: Goethe ha atacado a un hombre, actualmente joven, lo cual es absurdo; al paso que es muy fácil que cualquier joven literato actual critique duramente al gran Goethe.
Podemos casi seguramente afirmar que ningún sueño es producido por sentimientos distintos de los egoístas. El yo del sueño no representa tan sólo a mi amigo, sino que también me representa a mí mismo. Yo me identifico con él por el hecho de que la suerte corrida por su descubrimiento me muestra cómo han de ser acogidas quizá los míos propios. Cuando yo haga pública mi teoría sobre la significación etiológica de la sexualidad en las perturbaciones psiconeuróticas (véase la alusión al enfermo de dieciocho años): «¡Naturaleza, naturaleza!», hallaré críticas idénticas, y de las que desde ahora me burlo con la misma ironía.
Persiguiendo las ideas latentes encuentro siempre burla y desprecio como correlación a los absurdos del sueño. El hallazgo de un cráneo de oveja en el Lido veneciano inspiró a Goethe la primera idea de la constitución vertebral del cráneo. Mi amigo se jacta de haber desencadenado, siendo estudiante, una protesta contra un anciano profesor, que muy competente en años anteriores (sobre todo en esta parte de la anatomía comparada), había llegado a ser, a causa de su ancianidad, totalmente inepto para continuar dando su clase. La agitación promovida por este caso puso remedio a la equivocación que supone el hecho de no existir en Alemania limitación alguna de edad para el ejercicio de la actividad académica. La edad no protege contra la tontería. En el hospital de Viena tuve el honor de prestar mis servicios durante muchos años bajo las órdenes de un director fosilizado que, notoriamente chocho hacía varios decenios, seguía ejerciendo un cargo lleno de responsabilidades. Una característica correspondiente al hallazgo del Lido acude a mi pensamiento en este punto. Con referencia a este individuo, compusieron mis jóvenes colegas del hospital una variante de unos chistosos versos, populares por entonces. «Eso no lo ha escrito ningún Goethe ni lo ha compuesto ningún Schiller...»
VII
No hemos terminado aún con el estudio de la elaboración del sueño. Nos vemos obligados a incluir en ella, además de la condensación, del desplazamiento y de la disposición visual del material psíquico, otra actividad cuya actuación no es reconocible en todos los sueños. No trataré aquí en detalle esta parte de la elaboración del sueño, y me limitaré a observar que como más rápidamente podemos formarnos una idea de su esencia es aceptando por lo pronto la hipótesis, probablemente inexacta, de que actúa a posteriori sobre el contenido del sueño ya formado. Su función es entonces la de ordenar los componentes del sueño de manera que se reúnan aproximadamente para formar una totalidad, una composición onírica. El sueño recibe así una especie de fachada, que de todos modos no cubre por completo el contenido, y sufre al mismo tiempo una primera interpretación provisional que es apoyada por intercalaciones y ligeras variantes. Esta elaboración del contenido del sueño deja subsistir todos sus enigmas y arbitrariedades y no proporciona más que una equivocada inteligencia de las ideas latentes, siendo necesario prescindir de esta tentativa de interpretación al emprender el análisis.
Esta parte de la elaboración del sueño deja transparentarse mejor que ninguna otra su motivación, que es el intento de que el sueño resulte comprensible. El descubrimiento de esta motivación nos revela la procedencia de la actividad a que la misma da origen, la cual se conduce con el contenido del sueño dado como nuestra actividad psíquica normal con cualquier contenido de una percepción que se sitúe ante ella. Nuestra actividad psíquica acoge dicho contenido empleando determinadas representaciones previas y lo ordena ya, al percibirlo, entre las hipótesis comprensibles. Mas, al hacerlo así, corre peligro de falsearlo, y cae, efectivamente, en los más singulares errores, cuando no puede situarlo al lado de algo ya conocido. Sabido es que no podemos contemplar una serie de signos extraños, ni oír una serie de palabras desconocidas, sin falsear primero su percepción, situándolos al lado de algo que nos es conocido, impulsados por la preocupación de la comprensibilidad.
Aquellos sueños que han experimentado esta elaboración por parte de una actividad psíquica totalmente análoga al pensamiento despierto pueden denominarse bien compuestos. En otros sueños falta por completo tal actividad; no se ha intentado siquiera establecer en ellos un orden ni una interpretación, y al despertar, sintiéndonos identificados con esta parte de la elaboración onírica, juzgamos que nuestro sueño ha sido «confuso y embrollado». Mas para el análisis tienen tanto valor aquellos sueños que semejan un desordenado montón de fragmentos incoherentes como los que presentan una lisa superficie continua. En el primer caso, nos ahorramos el esfuerzo de destruir de nuevo, por medio del análisis, la elaboración del contenido manifiesto.
Sería, sin embargo, un error no ver en estas fachadas de los sueños más que tales elaboraciones, realmente confusas y asaz arbitrarias, del contenido manifiesto por la instancia consciente de nuestra vida anímica. Para la construcción de la fachada del sueño se emplean con frecuencia fantasías optativas que se hallan ya formadas en las ideas latentes y que son del mismo género que las que conocemos por pertenecer a nuestra vida despierta y llamamos, apropiadamente, «sueños diurnos». Las fantasías optativas que el análisis descubre en los sueños nocturnos revelan ser repeticiones y transformaciones de escenas infantiles, y de este modo nos muestra inmediatamente la fachada del sueño, en algunos de éstos, el verdadero nódulo del mismo, desfigurado por la mezcla con otro material.
Las cuatro actividades mencionadas son las únicas que pueden descubrirse en la elaboración del sueño. Si sostenemos nuestra definición de que el concepto «elaboración del sueño» significa la traslación de las ideas del sueño al contenido del mismo tendremos que decirnos que dicha elaboración no es, en modo alguno, creadora: no desarrolla ninguna fantasía propia, no juzga ni concluye nada y su función se limita a condensar el material dado, desplazarlo y hacerlo apto para la representación visual, actividades a las que se agrega el último trozo, inconstante, de elaboración interpretativa. Algo hallamos también en el contenido del sueño que quisiéramos considerar como el resultado de una distinta y más elevada función intelectual, pero el análisis demuestra siempre convincentemente que estas operaciones intelectuales han tenido lugar ya en las ideas del sueño, habiéndose limitado el contenido del sueño a acogerlas en sí. Una consecuencia en el sueño no es otra cosa que la repetición de una conclusión que ha tenido lugar en las ideas latentes, apareciendo incontrovertible cuando ha pasado al sueño sin sufrir transformación alguna e insensata cuando ha sido desplazada sobre otro material por la elaboración. Una operación aritmética incluida en el contenido manifiesto no significa otra cosa sino que entre las ideas latentes se encuentra un cálculo, el cual es siempre exacto, mientras que la operación que aparece en el sueño puede dar los más absurdos resultados, por condensación de sus factores y desplazamientos, sobre otro material, del modo de realizarla. Ni siquiera las frases que se hallan en el contenido del sueño son de nueva composición, pues se revelan como construidas con fragmentos de frases pronunciadas, oídas o leídas por el sujeto, y renovadas en las ideas latentes, copiando con toda fidelidad su forma, pero prescindiendo por completo de la causa que las motivó y alterando enormemente su sentido.
No es, quizá, superfluo apoyar con algunos ejemplos estas últimas afirmaciones:
1. Un sueño aparentemente inocente y bien compuesto, de una paciente mía.
«Va al mercado con su cocinera, la cual lleva su cesta. El carnicero, al que piden algo, les contesta: No hay ya, y quiere despachar otra cosa diferente, observando: Esto también es bueno. Ella rehúsa la oferta y se dirige al puesto de la verdulera, la cual quiere venderle una extraña verdura, atada formando manojo y de color negro. Ella dice entonces: No he visto nunca cosa semejante. No la compro.»
La frase «No hay ya» procede del tratamiento. Yo mismo había explicado a la paciente, días antes, que en la memoria del adulto no hay ya nada de sus antiguos recuerdos infantiles, los cuales han sido sustituidos por transferencias y por sueños. Soy yo, por tanto, el carnicero.
La segunda frase: «No he visto nunca cosa semejante», fue pronunciada en otra ocasión, totalmente distinta. El día anterior había exclamado la paciente, al regañar a su cocinera, que, como hemos visto, aparece también en el sueño: «Tiene usted que conducirse más correctamente. iNo he visto