Colapsología. Pablo Servigne

Colapsología - Pablo  Servigne


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útil para diferenciar claramente los distintos «problemas» (o «crisis») a los que nos enfrentamos. De ella se infiere que existen dos tipos de límite, concretamente, que existen los límites (limits) y las fronteras (boundaries). Los primeros son infranqueables porque se topan contra las leyes de la termodinámica: es el problema del depósito de gasolina. Las segundas son franqueables, pero no menos traicioneras, porque son invisibles y no nos damos cuenta de que las hemos traspasado hasta que ya es demasiado tarde. Se corresponden con el problema de la velocidad y del manejo del vehículo.

      Los límites de nuestra civilización vienen impuestos por la cantidad de recursos denominados «stock», que por definición son no renovables (energías fósiles y minerales) y los recursos «flujo» (agua, madera, alimentos, etc.), que son renovables pero que consumimos a un ritmo demasiado alto como para que tengan tiempo de regenerarse. Aunque el motor sea cada vez más eficaz, llegará un momento en el que deje de funcionar porque se le habrá acabado el combustible (ver capítulo 2).

      Las fronteras de nuestra civilización representan umbrales que no se deben traspasar para no desestabilizar y destruir los sistemas que mantienen a la civilización con vida: el clima, los grandes ciclos del sistema Tierra, los ecosistemas —donde se incluyen todos los seres vivos no humanos—, etc. Una velocidad demasiado elevada del vehículo no permite apreciar los detalles de la carretera y aumenta el riesgo de sufrir un accidente (ver capítulo 3). Nosotros vamos a intentar averiguar lo que ocurre cuando el vehículo abandona la carretera señalizada sin previo aviso y entra en un mundo incierto y peligroso.

      Estas crisis tienen naturalezas muy diferentes, pero todas comparten un denominador común: la aceleración del vehículo. Además, cada uno de los límites y de las fronteras puede desestabilizar seriamente la civilización por sí solo. El problema, en nuestro caso, es que ¡chocamos contra varios límites simultáneamente y ya hemos traspasado varias fronteras!

      En cuanto al vehículo, se ha ido perfeccionando con los años, por supuesto. Ahora es más espacioso, moderno y cómodo, pero ¡a qué precio! No solamente es imposible reducir la velocidad o girar —el pedal del acelerador se ha fijado al suelo y la dirección se ha bloqueado (ver capítulo 4)—, lo más molesto es que, además, el habitáculo se ha vuelto extremadamente frágil (ver capítulo 5).

      El vehículo es nuestra sociedad, nuestra civilización termoindustrial. Estamos subidos a bordo, con el GPS programado hacia un destino soleado. No tenemos prevista ninguna pausa por el camino. Cómodamente sentados en el habitáculo, nos olvidamos de la velocidad, ignoramos los seres vivos atropellados a nuestro paso, la descomunal energía gastada y la cantidad de gas de escape que vamos dejando atrás. Como bien sabemos, una vez que se está en carretera ya solo importan la hora de llegada, la temperatura del aire acondicionado y la calidad del programa de radio…

      II

      LA EXTINCIÓN DEL MOTOR (LOS LÍMITES INFRANQUEABLES)

      Empecemos por la energía. A menudo es considerada una cuestión técnica secundaria, por detrás de las prioridades que suponen el empleo, la economía o la democracia. Sin embargo, la energía es el corazón de cualquier civilización, y especialmente de la nuestra, industrial y consumista. A veces nos puede faltar creatividad, poder adquisitivo o capacidad para invertir, pero no nos puede faltar la energía. Es un proceso físico: sin energía, no hay movimiento. Sin energías fósiles, adiós a la globalización, a la industria y a la actividad económica tal y como las conocemos.

      A lo largo del siglo pasado, el petróleo se impuso como el principal combustible para nuestros transportes modernos y, por lo tanto, para el comercio mundial, la construcción y el mantenimiento de las infraestructuras, la extracción de recursos minerales, la explotación forestal, la pesca y la agricultura. Con una densidad energética extraordinaria, el petróleo, que es fácil de transportar y almacenar, pone en marcha el 95% de los transportes.

      Una sociedad que ha tomado una deriva exponencial, necesita que la producción y el consumo sigan esa misma deriva. En otras palabras, para mantener a la civilización en movimiento, hay que aumentar constantemente el consumo y la producción de energía. Pero estamos llegando a un pico.

      Un pico representa el momento en que la velocidad de extracción de un recurso alcanza una barrera antes de empezar a disminuir inevitablemente. Es más que una teoría, se trata de una especie de principio geológico: al inicio, los recursos extraíbles son de fácil acceso, la producción se dispara, después se estanca y al final disminuye cuando ya solo quedan los materiales de difícil acceso, de manera que describe una curva con forma de campana (ver figura 3). El punto máximo de la curva, el momento del pico, no señala que se haya agotado el recurso, sino el comienzo del descenso. Esta idea se aplica generalmente a los recursos extraíbles, como los combustibles fósiles o los minerales (fósforo, uranio, metales, etc.), pero también se usa para describir (a veces en exceso) otros aspectos de la sociedad, como la población o el PIB, ya que son parámetros estrechamente relacionados con la extracción de recursos.

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      Figura 3. El concepto de «pico» fue presentado por el geofísico Marion King Hubbert en 1956 para la producción de petróleo convencional en Estados Unidos. Los puntos grises que siguen la trayectoria de la curva representan la producción petrolera de Noruega, que alcanzó su pico en 2001.

      Fuente: BP Estat. Review, 2013.

      ¿EN LO ALTO DEL PICO LLEGA EL DESCENSO ENERGÉTICO?

      Ahora bien, hemos llegado a lo alto de la curva de producción de petróleo convencional. Según la propia Agencia Internacional de la Energía, conocida por su optimismo en lo que respecta a las reservas petroleras, el pico mundial del petróleo convencional, es decir, el 80% de la producción petrolera, fue alcanzado en 20061. Desde entonces, nos encontramos sobre una «meseta ondulante». Una vez sobrepasemos esa meseta, la producción mundial de petróleo empezará a disminuir2.

      Según los datos estadísticos más recientes3, la mitad de los veinte primeros países productores, que reúnen más de tres cuartas partes de la producción petrolera mundial, ya han alcanzado sus picos, y entre ellos se hallan Estados Unidos, Rusia, Irán, Irak, Venezuela, México, Noruega, Argelia y Libia4. En los años sesenta, por cada barril consumido, la industria encontraba otros seis. Hoy en día, con una tecnología cada vez más avanzada, el mundo consume siete barriles por cada uno que se descubre.

      En un trabajo científico publicado en 20125, un grupo de investigadores británicos concluía que «más de dos tercios de la capacidad actual de producción de petróleo crudo tendrán que ser sustituidos de aquí a 2030, simplemente para mantener la producción constante. Teniendo en cuenta el descenso a largo plazo de nuevos descubrimientos, será un gran desafío, aunque las condiciones [políticas y socioeconómicas] se muestren favorables». De esta forma, de aquí a quince años, para mantenerse, la industria tendrá que encontrar un flujo de 60 millones de barriles al día, es decir, ¡el equivalente a la capacidad diaria de seis Arabias Sauditas!

      Los conocimientos sobre el estado de las reservas se van precisando, y un número cada vez mayor de multinacionales, gobiernos, expertos y organizaciones internacionales se está volviendo pesimista en cuanto al porvenir de la producción. De acuerdo con los autores del mencionado estudio, «un descenso continuo de la producción mundial de petróleo convencional parece probable antes de 2030, y existe un riesgo importante de que comience antes de 20206», conclusión que comparten informes financiados por el Gobierno británico7 y los ejércitos estadounidense8 y alemán9. En resumen, se está gestando un consenso sobre el hecho de que la era del


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