La predicación. Jorge Óscar Sánchez

La predicación - Jorge Óscar Sánchez


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de proclamar el evangelio de Jesucristo, nunca da la impresión de ser algo difícil. Cuando ustedes y yo oímos a un buen predicador, su trabajo parece cosa de niños. Y, sin embargo, después que nos subimos por primera vez a un púlpito, inmediatamente comprendemos que la tarea tiene demasiadas dinámicas entretejidas que hacen la experiencia un desafío para colosos del intelecto, la comunicación, y el poder espiritual. Y cuando bajamos del púlpito después del primer intento, casi siempre lo hacemos con nuestra autosuficiencia hecha trizas, con ganas de no volver nunca más a tener que atravesar esa vía dolorosa. Al igual que Eva nuestros ojos «han sido iluminados». No obstante, para quien ha sido llamado por Dios a este ministerio, algo muy adentro nos dice: «Pero la próxima vez será mejor». Así nos lanzamos a esta aventura, y décadas más tarde miramos hacia atrás y decimos: «¡Qué bueno que perseveré luego de los fracasos iniciales! Los gozos insondables que me hubiera perdido de haber abandonado».

       La predicación del evangelio de Jesucristo es la tarea más difícil del mundo y el llamado más desafiante, pero al mismo tiempo, la ocupación más gozosa a la cual podemos ser llamados por Dios.

      En este capítulo, quisiera compartir con ustedes algunas de las razones que hacen que la predicación del evangelio de Jesucristo sea la tarea más difícil del mundo, el llamado más desafiante, pero al mismo tiempo, la ocupación más gozosa a la cual un ser humano puede ser llamado por el Dios infinito en gloria, poder y majestad. Mi propósito es alentarle a que comprenda que aun los mejores predicadores que han ministrado por décadas, confiesan que siempre tuvieron que batallar con el sentimiento íntimo de ser inadecuados para la tarea, pero al mismo tiempo, perseverando en el aprendizaje y la práctica lograron avances notables. Pero incluso con todos los inconvenientes y errores iniciales, con el correr de los años tuvieron el gozo de ver la mano de Dios bendecir sus ministerios más allá de todo lo humanamente imaginable.

      ¿Por qué, preguntará usted, la tarea de predicar el mensaje de Dios es la tarea más difícil? Permítame mencionarle siete razones de peso que me inducen a afirmar que la predicación del mensaje cristiano no es tarea de niños:

      La primera razón por la cual predicar es tan difícil, es porque enfrentarse a una audiencia siempre es una experiencia muy intimidante.

      Hace años atrás, la Universidad de Oxford hizo un estudio sobre los temores que aquejan a la raza humana y llegaron a descubrir que para muchos individuos el temor de enfrentarse a un grupo de personas es mayor que el temor a la muerte. Eso lo dice todo. Sea una audiencia secular o cristiana, siempre es atemorizante pararse frente a ellos, aun hasta para el más experimentado profesional.

       Para muchos el miedo de enfrentar a un grupo de individuos es mayor que el temor a la muerte.

      ¿Cuáles son las razones?, preguntará usted. Su propio sentido común le dará la respuesta. Si usted debe hablar delante de cincuenta individuos, usted cuenta con cincuenta críticos; si debe dirigirse a mil individuos, es dirigirse a mil críticos. Cuanto más grande es la audiencia, tanto más difícil y complicada la tarea.

      Además usted conoce de forma personal algo de la naturaleza humana. Si yo predico un sermón «elocuente y poderoso», perfecto en un 99.9%, pero cometo un solo error, aunque ese error sea trivial e irrelevante, ¿de qué se irá hablando la gente cuando termine la reunión? Cada uno de nosotros parecemos estar programados genéticamente para fijar nuestra atención en todo lo negativo y lo que salió mal. Así es la naturaleza humana no redimida, y en la gran mayoría de los redimidos es exactamente igual. Añádale, que cuando nos enfrentamos a una audiencia, no nos dirigimos a un museo de cera, allí las personas son reales y genuinas. A medida que hablamos, a través de sus movimientos corporales, las expresiones del rostro, y un sin fin de señales sin palabras, demuestran con sus reacciones, si nos aprueban o nos rechazan. Si hacemos un chiste que les gusta, se ríen, si hacemos uno que no es de su agrado, nos matan con el silencio y nos dan vuelta el rostro.

      Súmele el hecho muy real en la vida de cualquier iglesia evangélica en Latinoamérica, donde usted sabe muy bien que la audiencia nunca es estática. De pronto, en el momento de predicar, un bebé estalla en llanto, un adolescente aburrido se levanta para ir al baño en el momento más solemne, dos ancianitas medio sordas, no encuentran el pasaje bíblico citado y molestan a medio mundo con las preguntas, hasta que finalmente diez minutos más tarde encuentran la cita para tranquilidad de ellas y el alivio de toda la congregación. Agréguele a todo esto la condición emocional y el nivel espiritual en que se encuentra cada uno de los oyentes. Algunos están a años luz de la puerta de la salvación, otros están a pocos metros, otros ya llevan años avanzando por el camino angosto, y otros que ya llevan décadas escuchando el mensaje, tan pronto usted anuncia la lectura bíblica, con su rostro nos dicen: «Ya oí eso antes... estoy aburrido y no me moleste».

      Además, si usted fuera un cantante del mundo, que diferente sería la historia. Digamos que Julio Iglesias llega a su ciudad. Tan pronto se conozca su actuación estelar, sus ‘fans’ fluirán en masas a comprar las entradas antes del concierto. El día del concierto llegarán varias horas antes para ser los primeros en entrar a la sala, y a medida que se aproxime la hora del inicio el nivel de excitación irá in crescendo. En el momento en que el cantante entra al escenario, ya están sobre el borde de los asientos, con los ojos clavados en su ídolo, esperando la primera sílaba que brote de su labios. Y una vez que comienza el ‘show’, lo siguen con aplausos y ovaciones cada vez que les toque una cuerda sensible. Finalmente, el concierto concluirá en medio de una ovación estruendosa, donde los ‘fans’ le pedirán que siga, que no termine. Un número más por favor. ¡Bis! ¡Bis!

      El contraste no puede ser más notable con el predicador promedio. Cuando usted sube a entregar su «brillante» sermón, dependiendo del orden del culto de cada iglesia, la audiencia ha sido sometida a una maratón de alabanza, ha tenido que oír lecturas bíblicas, anuncios, testimonios, una dedicación de niños, la ofrenda; un millón de cosas. Y justo en el momento que están listos para irse a casa, con el cuerpo cansado y sus mentes cerradas... para terror suyo y de los apabullados oyentes, escucha que anuncian su nombre: «Ahora viene nuestro pastor a entregarnos el mensaje...». Si usted nunca ha sentido las ganas de exclamar con el apóstol Pablo: «Miserable hombre de mí, ¿quién me librará?», no debe haber sido predicador durante mucho tiempo.

      Lamento tener que confrontarlo con la realidad, pero si no se había percatado, hablar frente a una audiencia es una tarea bien intimidante. Es como aquel joven que subió al púlpito a predicar su primer sermón y anunció: «Debo estar por decir algo muy importante, porque mis rodillas ya comenzaron a aplaudir». No importa cuántos años tenga en la tarea, cada vez que suba al púlpito será tan desafiante como la primera vez que lo hizo.

      La segunda razón por la cual la tarea de comunicar el mensaje cristiano es desafiante es que, enseñar la Biblia es una tarea bien complicada.

      ¿Recuerda los primeros días cuando comenzó a estudiar la Palabra de Dios? ¿Le era fácil entenderla? En mi caso personal, llevo más de cinco décadas estudiándola de forma regular, y debo confesar que todavía hay muchas secciones que me son un laberinto para el intelecto. Imagínese, por lo tanto, que si a usted y a mí que tenemos años sirviendo a Dios, nos cuesta entenderla, ¿qué posibilidades tiene de que la comprenda la audiencia a quienes estamos enseñando? Especialmente los visitantes, curiosos y creyentes nuevos. La Biblia es semejante a un diamante en bruto. Reconocerlo cuando está en la roca es muy difícil, porque en apariencia no tiene nada de lo que ustedes y yo vemos cuando el diamante ha sido facetado y pulido. Para reconocerlo es necesario que haya un minero experto que lo descubra y un joyero profesional que le dé belleza y forma. Por lo tanto, el primer consejo que quisiera darle, es que si usted está utilizando las primeras armas en la tarea de comunicar el mensaje cristiano, es preferible que comunique un buen sermón sobre la parábola del hijo pródigo, antes que un sermón incomprensible sobre la visión de los cuatro carpinteros o el rollo volante de Zacarías.

      Estudiar la Biblia y comunicarla es una tarea que demanda trabajo arduo, dedicación, y perseverancia, pues la Palabra de Dios no va a rendir sus tesoros a un obrero descuidado, o a un estudiante que no pone lo mejor de sí mismo en la tarea a la cual ha sido llamado. Por eso, San Pablo le recordaba a


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