Fantasmas del pasado. Marion Lennox

Fantasmas del pasado - Marion Lennox


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hombro de Ellen y la detuvo.

      –Deja a cada bebé en su sitio –ordenó el doctor–. ¡Ellen, siéntate!

      –Bueno, es que…

      –¡Siéntate!

      La mujer se sentó finalmente.

      –¡Me siento como si fuera un perro!

      –Eres más que eso. Te conozco, Ellen Silverton y eres testaruda, valiente y se te da bien hacer el papel de inocente, pero… –el hombre hizo un gesto con la cabeza al ver que la enfermera comenzaba a levantarse–. No. Esta sala está bajo mi responsabilidad. Todas las enfermeras de noche me rehuyen y quiero saber por qué.

      –Si quieres decir que te evitan, te puedo decir la razón. Tienes fama de…

      –¿Fama? –repitió Jock, colocando los historiales en cada cuna–. ¿Qué quieres decir con eso?

      –Si no sabes lo que opinan de ti, entonces eres menos inteligente de lo que yo creía –contestó Ellen, observando a Jock yendo de una a otra cuna.

      Ella había hecho todo lo posible. Él iba a descubrirlo y si lo contaba… ¿Lo contaría? ¿Cómo saberlo? Desde luego ella no. Después de doce meses trabajando con él, seguía siendo un desconocido para ella.

      Hubo un tiempo en que lo conoció bien. Jock había sido un niño estupendo, recordó. La madre de Jock era muy amiga de Ellen y Jock había crecido con sus propios hijos. Cuando la madre murió, al cumplir Jock los diez años, el padre sufrió una depresión y se lo llevó a vivir fuera. Ellen estuvo sin ver a Jock durante veinte años, hasta que éste volvió como un obstetra reputado, mucho más reservado y enigmático de lo que ella recordaba.

      Y mucho más alto…

      Medía casi dos metros y tenía un cuerpo impresionante. Con músculos y más músculos… Su cabello era negro y su rostro de facciones duras. Los ojos, de un azul oscuro, parecían los de un águila. La boca reía cuando menos lo esperabas, con una risa tan contagiosa que tenías que unirte a ella.

      Sus pacientes lo amaban y todas las enfermeras solteras estaban enamoradas de él, sin dejar de preguntarse por qué seguía sin pareja y desaparecía a Sydney cada vez que podía. Ellen sabía que tenía problemas. Fantasmas del pasado que lo perseguían y le mantenían apartado de todos. Era como si tuviera miedo de comprometerse con la vida. Con el amor…

      Pero nada de eso tenía que ver con el problema que Ellen tenía en ese momento. ¿Cómo explicar la existencia de una cuna de más? No podía.

      –Si no puedo llevar a Benjamín a su madre tendré que explicarle lo que está pasando. Estará despierta preguntándose…

      Pero Jock no era fácil de convencer. Tenía en la mano una última carpeta y había visto la cuna que le correspondía.

      –Jason, aquí tienes –dijo a un bebé de una semana que lo ignoro por completo. Luego se giró. Sobraba una cuna. No se había equivocado, había un bebé de más.

      –Tengo que irme…

      –¡Ellen, quédate! –gruñó Jock, dirigiéndose hacia la cuna cuya cesta rosa no tenía el historial–. Sabía que tenía razón –dijo satisfecho, con los ojos brillantes–. Mis matemáticas no son del todo malas. Así que, ¿quién eres tú, pequeña?

      El bebé era una niña diminuta, quizá de cuatro o cinco semanas, que no hizo caso a Jock. Su rostro pequeño parecía concentrado en dormir. Tenía la cabeza cubierta por un pelo fuerte y un rostro precioso.

      –Ellen…

      –Doctor Blaxton, de verdad tengo que irme –repitió Ellen, ya en la puerta.

      –No –protestó Jock, poniendo las manos sobre la cuna del bebé–. No hasta que me la presentes.

      –Tengo que buscar a…

      –¿La historia? –terminó por ella Jock, con un brillo en los ojos–. Te repito que no está. Ya he revisado todas las historias y esta pequeña no tiene.

      –Tiene que haber.

      –Ellen…

      –Mira, si crees que tengo tiempo que perder, intentando…

      Ellen dio dos pasos y trató de pasar, pero Jock bloqueó la puerta.

      –Ellen, ¿quién es esta niña? ¿Nos hemos convertido en una guardería?

      –No seas estúpido.

      –Ellen, no tiene ninguna pulsera con su nombre –la voz de Jock era implacable–. No tiene historial y no la conozco. Por mucho que lo intento, no la recuerdo. Nunca he visto a esta niña antes.

      –Es paciente de Gina –declaró Ellen, sabiendo que lo que decía no podía ser creído.

      Gina era la doctora Gina Buchanan, la pediatra del hospital. Gina estaba casada con Struan Maitland, el director del hospital y Gina y Struan estaban de vacaciones.

      Jock hizo un gesto de impaciencia.

      –Ellen, sabes de sobra que Gina está fuera. Ella y Struan se fueron de vacaciones hace dos semanas y antes de irse, Gina me habló de cada recién nacido. De esta niña no me dijo nada.

      –Tiene cinco semanas.

      –Cinco –repitió Jock, tomando a la niña en brazos.

      Ellen pensó que Jock tenía unas manos suaves, cariñosas… ¿Sería cariñoso en ese momento?

      –Entonces la conoces –dijo suavemente–. ¿Tiene nombre?

      Ellen alzó la barbilla.

      –Se llama Rose.

      –Rose –repitió Jock.

      El bebé se estiró y su pequeña carita se iluminó con una sonrisa. Jock no pudo evitar sonreír a su vez.

      –Sí. Entiendo por qué la llaman Rosa. Es un bonito nombre para una niña preciosa –luego su voz cambió–. Ellen, ¿puedes decirme qué demonios está pasando aquí?

      –Yo no…

      –Deja de decir estupideces, Ellen. Quiero saber quién es y lo quiero saber en este momento. Quiero saber si le pasa algo y si no tiene nada, quiero saber por qué una niña aparentemente sana está aquí en este hospital. Cuéntame.

      –Pero…

      –Ellen.

      Ellen suspiró. Y volvió a suspirar.

      Luego, por fin, levantó el rostro y se encontró con la mirada de Jock. La enfermera Silverton no se acobardaba con nadie y conocía a Jock desde que era un crío.

      –De acuerdo, Jock. Como te dije, su nombre es Rose y la estamos cuidando por Tina.

      Jock estuvo a punto de dejar caer a la niña. La miró asombrado y luego volvió a mirar a Ellen.

      –Tina… ¿La doctora Rafter?

      –Sí, la doctora Rafter –contestó con voz débil–. Aceptamos…

      –¿Quién aceptó?

      –Está bien, yo acepté…

      –¿Aceptó cuidar a la hija de la doctora Rafter?

      –Tenía que dejar su trabajo de noche si yo no lo hacía –le explicó–. Jock, tú no entiendes. Tina está desesperada. No podía permitirse pagar…

      –¿No puede pagar a alguien que la cuide? –preguntó con rostro incrédulo.

      –Jock, no entiendes –repitió Ellen–. Tina está…

      No siguió.

      –Tienes razón, no lo entiendo –dijo Jock mientras su rostro adquiría un semblante peligroso–. La doctora Rafter lleva trabajando aquí sólo dos semanas. Ellen, hicimos algunas entrevistas para el puesto y


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