La casa de las almas. Arthur Machen

La casa de las almas - Arthur Machen


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a la que había ido de niño y cómo llegar a la Ciudad, pero siempre andaba por los mismos senderos, como dicen que hacen los borregos en las montañas, y eso hacía que fuera tanto más fácil imaginarme que iba a descubrir un mundo nuevo.”

      Darnell hizo una pausa en el flujo de su plática. Miró con atención a su esposa para ver si la estaba aburriendo, pero sus ojos lo contemplaban con vivo interés; casi podría decirse que eran los ojos de alguien que anhelaba y un poco esperaba ser iniciada en los misterios, que no sabían qué gran maravilla les sería revelada. Estaba sentada de espaldas a la ventana, enmarcada en el dulce crepúsculo de la noche, como si un pintor le hubiera puesto de fondo una cortina de pesado terciopelo y el trabajo que había estado haciendo se hubiera caído al piso. Apoyaba la cabeza en las dos manos, una a cada lado de su frente, y sus ojos eran como los pozos en el bosque que Darnell soñaba en la noche y en el día.

      —Todos los relatos extraños que había oído en mi vida estaban en mi cabeza esa mañana —prosiguió, como si continuara con los pensamientos que habían llenado su mente mientras sus labios callaban—. Me había ido a acostar temprano, como te dije, para descansar bien, y había puesto mi reloj despertador para que sonara a las tres, para salir a una hora bastante extraña para iniciar un recorrido. Había un silencio en el mundo cuando desperté, antes de que sonara el reloj para levantarme, y luego un pájaro empezó a cantar y trinar en el olmo que había en el jardín de al lado, y miré por la ventana y todo estaba tranquilo, y el aire de la mañana entraba puro y dulce, como nunca antes me había tocado. Mi cuarto estaba al fondo de la casa y la mayoría de los jardines tenían árboles, y pasando estos árboles podía ver la parte de atrás de las casas de la siguiente calle elevándose como la muralla de una antigua ciudad, y mientras las veía salió el sol y la gran luz entró por mi ventana, y empezó el día.

      ”Y descubrí que cuando salí de las calles del entorno inmediato que conocía, volvió algo del sentimiento extraño que me había llegado dos días antes. No era para nada tan fuerte —las calles ya no olían a incienso—, pero lo suficiente para mostrarme lo extraño que era el mundo que iba recorriendo. Hay cosas que uno puede ver una y otra vez en muchas calles de Londres: una vid o una higuera en una pared, una alondra cantando en una jaula, un curioso arbusto floreciendo en un jardín, un tejado con una forma extraña o un balcón con una celosía de hierro fuera de lo común. Quizá difícilmente exista una calle donde no veas una u otra cosa de este tipo, pero esa mañana se presentaron ante mis ojos con una nueva luz, como si trajera puestos los anteojos mágicos del cuento de hadas, y al igual que el hombre en el cuento de hadas, seguí y seguí bajo esa nueva luz. Recuerdo haber atravesado terreno agreste en un lugar elevado; había estanques de agua que resplandecían en el sol y casonas blancas en medio de pinos oscuros que se mecían, y después, al trasponer la cima, llegué a una veredita que se desviaba del camino principal, una vereda que llevaba a un bosque, y en la vereda había una casita vieja y sombreada, con un campanario en el techo y un porche de celosías borrosas y desteñidas al color del mar; y en el jardín crecían altas azucenas blancas, iguales a las que vimos aquel día que fuimos a ver los cuadros antiguos: brillaban como la plata y llenaban el aire de su dulce aroma. Cerca de esa casa fue donde vi el valle y los lugares altos a lo lejos bajo el sol. Así que, como te digo, ‘seguí y seguí’ por bosques y campos, hasta que llegué a un pueblo en la cima de una colina, un pueblo lleno de casas viejas dobladas hasta el suelo bajo el peso de sus años, y la mañana era tan serena que el humo azul subía directo al cielo desde todos los tejados, tan silenciosa que oí abajo a lo lejos en el valle a un niño que cantaba una canción antigua por las calles de camino a la escuela, y cuando empecé a cruzar el pueblo que iba despertando, bajo las solemnes casas antiguas, las campanas de la iglesia empezaron a sonar.

      ”Fue poco después de haber dejado atrás ese pueblo que encontré el Camino Extraño. Lo vi bifurcarse del polvoriento camino principal y se veía tan verde que me desvié para seguirlo, y pronto sentí como si de veras hubiera entrado en otro país. No sé si era uno de los caminos que hicieron los antiguos romanos de los que solía contarme mi padre, pero estaba cubierto de un pasto profundo y suave, y los altos setos a cada lado parecían no haber sido tocados en cien años; estaban tan anchos, altos y silvestres que las ramas se tocaban por encima de mi cabeza y sólo percibía vislumbres por aquí y por allá del paisaje por el que estaba pasando, como pasa uno en sueños. El Camino Extraño me llevaba sin parar, subía y bajaba una colina; a veces los rosales estaban tan tupidos que apenas si podía abrirme paso entre ellos, y a veces el camino se ensanchaba tanto que era un prado, y en medio había un valle con un arroyo que cruzaba un viejo puente de madera. Yo estaba cansado y encontré un lugar suave y sombreado debajo de un fresno, donde debo de haber dormido muchas horas, pues cuando desperté ya era la tarde. Así que retomé la marcha y por fin el camino verde salió a una carretera, y levanté la vista y vi otro pueblo en un lugar elevado con una gran iglesia en medio, y cuando subí hasta allá había un gran órgano sonando en su interior y el coro estaba cantando.”

      Había un arrebato en la voz de Darnell al hablar que volvía su historia casi una canción, y respiró profundo cuando las palabras terminaron, lleno del recuerdo de aquel lejano día de verano, cuando algún encantamiento tocó las cosas comunes, transmutándolas en un gran sacramento, haciendo que las obras mundanas resplandecieran con el fuego y la gloria de la luz eterna.

      Y algo del esplendor de esa luz brillaba en el rostro de Mary, que estaba sentada, quieta, contra la dulce penumbra de la noche, con su cabello oscuro volviendo su rostro más radiante. Estuvo en silencio un rato breve y luego habló:

      —Oh, querido, ¿por qué esperaste tanto para contarme estas cosas maravillosas? Me parece hermoso. Por favor, continúa.

      —Siempre he temido que todo fuera una tontería —dijo Darnell—. Y no sé cómo explicar lo que siento. No pensé que pudiera decir tanto como he dicho hoy.

      —¿Y te pareció lo mismo día tras día?

      —¿De todo el tour? Sí, me parece que cada recorrido fue un éxito. Claro, no a diario me iba tan lejos; estaba muy cansado. A menudo descansaba el día entero y salía en la noche, después de que encendían los faroles, y entonces sólo recorría dos o tres kilómetros. Vagaba por viejas plazas oscuras y oía el viento de las colinas susurrando en los árboles; y cuando sabía que estaba a nada de alguna de las grandes calles resplandecientes, me hallaba hundido en el silencio de vías en las que yo era casi el único pasajero, y los faroles eran tan pocos y tan tenues que parecían dar sombras en vez de luz. Y yo caminaba despacio, de un lado a otro, quizá una hora a la vez, en calles muy oscuras, y todo el tiempo sentía lo que te dije de que era mi secreto: que la sombra, las luces tenues, el frescor de la noche y los árboles que eran como nubes oscuras y bajas eran todos míos, y sólo míos; que estaba viviendo en un mundo del que nadie más sabía, en el que nadie podía entrar.

      ”Recordé que una noche había ido más lejos. Era alguna parte muy retirada hacia el oeste, donde hay hortalizas, jardines y prados enormes y anchos que bajan con suavidad hasta los árboles junto al río. Una gran luna roja salió esa noche entre velos de ocaso y nubes delgadas y diáfanas, y deambulé por un camino que pasaba junto a las hortalizas hasta que llegué a una pequeña colina, con la luna mostrándose por encima, resplandeciendo como una gran rosa. Entonces vi figuras que pasaban entre la luna y yo, una por una, en una larga fila, cada una encorvada por completo, con grandes paquetes a cuestas. Una de ellas iba cantando y después, en medio de la canción, oí una espantosa risa estridente, con la voz delgada y quebradiza de una mujer muy vieja, y desaparecieron en la sombra de los árboles. Supongo que era gente que se dirigía a trabajar o que venía de trabajar en los jardines, pero ¡qué parecida era a una pesadilla!

      ”No puedo contarte de Hampton; nunca acabaría de hablar. Estuve ahí una tarde, poco antes de que cerraran las rejas, y había muy poca gente alrededor. Sin embargo, los resonantes patios rojigrises en silencio y las flores que caían al mundo de los sueños cuando llegó la noche, y los oscuros tejos y las estatuas sombrías, y las lejanas y quietas extensiones de agua más abajo de las avenidas, todo se fundía en una bruma azul, todo se ocultaba de la vista de uno, lento pero seguro, ¡como si fueran bajando velos, uno por uno, en una gran ceremonia! ¡Ay, mi amor! ¿Qué podía significar? Muy lejos, del otro lado del río, oí una campana queda tocar


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